Hace pocos días, Pablo VI fue oficialmente proclamado santo. Junto a los papas postconciliares Juan XXIII y Juan Pablo II (y próximamente Juan Pablo I) está autorizada su veneración en el culto a nivel mundial. El eco de sus vidas y sus palabras retumba con alegría en los altares y púlpitos de todo el mundo, excepto en unas pocas parroquias en España, Chile, Estados Unidos y Ecuador, encargadas a la Sociedad de Cristo Sacerdote, fundada por el padre Alfonso Gálvez en 1980, en Murcia. Proscritos de facto, para sus sacerdotes no son referentes ni en la liturgia ni en las homilías ni en la catequesis. Sus dardos apuntan a los sucesores aún en vida: Benedicto XVI y Francisco. El fundador dirige esta tarea reservándose la más estratégica: deshonrar la memoria de los papas difuntos y la del Concilio Vaticano II, por todos los medios, incluido el internet.
En Guayaquil, entre esas pocas parroquias, están todas las de la vía a Samborondón con base en Santa Teresita. En su página web steresita.com se direcciona a los visitantes a diversos portales contestatarios donde se publican innumerables escritos y videos que califican de nefastos a todos los papas postconciliares. Difuntos o en vida, son por igual martirizados, cada uno “difamado, calumniado, ensuciado…, por hermanos suyos en el sacerdocio…, se les sigue lapidando con la piedra más dura que existe en el mundo, la lengua”, como dijo Francisco, del suplicio de monseñor Romero.
En el portal adelantelafe.com el propio padre Alfonso publicó en diciembre de 2017 el artículo “Milagros a granel”, pretendiendo desvirtuar el proceso de canonización de Pablo VI. Su tesis la corroboran otros ácidos escritos como “Por qué no hay necesidad de llamar santo a Pablo VI (ni se debe hacerlo)”, y siniestros videos como “¿Pablo VI santo? Ni de broma”.
En un artículo más reciente de octubre 19 de 2018 “Santos verdaderos y falsos de nuestro tiempo”, se afirma: “Parece que lo que se quiere canonizar por medio de sus protagonistas sea una época, que no obstante es la más tenebrosa que haya conocido la Iglesia en toda su historia...”. “...El presente drama hunde sus raíces en el Concilio Vaticano II y en el postconcilio, y los principales responsables son los pontífices que han timoneado la Iglesia los últimos sesenta años”.
Pablo VI precisó los fines del Concilio: la conciencia de la Iglesia y su reforma, la unidad de todos los cristianos y el diálogo de la Iglesia con el mundo.
Al respecto, bajo la inspiración del Espíritu Santo, alrededor de 2.500 padres conciliares, durante 4 años, en sesiones de 3 meses, se pronunciaron en contundente mayoría que todavía hoy rechazan los contestatarios. Clericales, incapaces de concebir la Iglesia como pueblo de Dios, argumentando ruptura de la tradición, abominan los cambios litúrgicos y espacios colegiados como el sínodo y las conferencias episcopales; satanizan el ecumenismo y se escandalizan por la puesta al día de la Iglesia con los tiempos modernos. A quienes Juan XXIII llamó profetas de desventuras, se dirige renovado el mensaje del santo Pablo VI: ¡Hay que amar a la Iglesia con un sentido inteligente de la historia!(O)
Francisco Arosemena, Guayaquil