El otro día acudí a la presentación de un libro de un entrevistador radial.

El introductor identificaba las lecciones que nos presentaba el libro con hechos acaecidos en la infame década ganada. Recalcaba el espíritu de egoísmo político que predominó y la aceptación que la sociedad dio a dicho disparate, sin reparar que el egoísmo político se vivía desde antes del decenio desperdiciado y la oposición política calló y se mimetizó con el gobernante; aparte de la opresión a los escasos críticos y al ciudadano, que si ya antes sufría ausencia de libertad de expresión por una sociedad acomodada a la sombra de caciques y oligarcas que imponían sus políticas, ahora esta se encontraba directamente penalizada por acción judicial o indirectamente por entes de control burócratas que ahora se pueden aparecer por tu casa para arruinarte la vida.

Esta ausencia de memoria selectiva de nuestros políticos, cadáveres políticos y opinadores, lo que me mueve a destacar lo que sucede en muchos países: en México eligieron a AMLO, y en Brasil quizás se elija a Bolsonaro. Se culpa a las élites en un caso, y en el otro al pueblo.

Pero no se describe el desbarajuste dejado por los lamentables PRI, PAN y el PT junto a sus familias, partidarios y amiguetes. Amlo y compañía son hijos de los desgraciados gobiernos anteriores, muchas veces fueron gobiernos que se sucedieron en contubernio, creando círculo vicioso, de lo cual nació un inmovilismo político que dejó como statu quo la pobreza y una burocracia corrupta que se ha impuesto al ciudadano y a la empresa privada.

Ni qué decir del bipartidismo que regentaba la Venezuela prechavista, la que fue tierra fértil para un gobierno “cívico militar” que superó la cleptomanía de sus predecesores que resultan ser ahora honestos en comparación con Chávez e hijos, gigantes latinoamericanos amantes de las cajas fuertes, pródigos con sus descendientes a quienes han legado riquezas inimaginables; en desmedro de un triste subcontinente con baja autoestima y que siempre sueña con superhéroes políticos en vez de buscar hombres comunes y luchadores que conduzcan a sus países en sana sucesión hacia un buen mañana.

El introductor, lamentablemente, y quizás miles de pensadores también, soslaya estas realidades enfocándose en quien ya ido, apenas atina a defenderse con sus abogados contratados con sus millones, sin estimar que el presente se avizora con la vuelta de quienes fueron sucedidos, esos mismos que ya aportaron con el mismo espíritu egoísta políticamente hablando y muy amante de lo ajeno, en desmedro del pueblo y del empresariado bueno que no come de la mano de estados gigantes, donde siempre cundirá la corrupción; pues la mala educación que nos han dado en escuelas y conventillos como expresó el otro día Alfonso Rees, nos han impuesto imaginarios de reyes buenos, incarios benevolentes y caudillos libertadores, todos leviatanes redentores, figuras ridículas y lapidarias.

Roberto Castro Vizueta, abogado, Guayaquil (O)