Las semanas anteriores se publicaron algunos artículos en la prensa, tanto digital como impresa, en los que se cuestionaba al libertarismo. Como son escritos por personas que merecen gran consideración intelectual y personal, creo que hay que acusar recibo. Me tomo esta atribución porque soy practicante de esta doctrina, sin militar formalmente en ninguna agrupación. Ser libertario no es una creencia, sino una praxis en la búsqueda racional de la libertad, considerando que esta es un derecho innato e inalienable del ser humano. Mediante la indagación crítica se genera un cuerpo doctrinario que no es y, dadas sus características, no podrá ser nunca un texto canónico, establecido para todos y para siempre. Así, cada libertario encontrará el camino más claro y más fiel, al toparse con nuevas determinaciones y circunstancias. Definitivamente, quien propone la intervención del Estado para imponer sus creencias sobre lo moral no es libertario. Es un conservador y de él no me hago cargo. El Estado, solo para proteger derechos y no siempre.

La vida privada, por tanto todo lo relacionado con la sexualidad y la familia, es un coto cerrado en el que no puede meter su mano el Estado... ¿y ese señor quién es? No existe, serán las manos sucias de políticos y burócratas. Irán viendo. Un libertario debería coincidir a plenitud con el feminismo si este significa una radical igualdad de derechos entre mujeres y hombres, salvo en lo que se relaciona con la condición biológica femenina y maternal, que implica más derechos y nunca menos. Igual, debe aceptar las diversas formas de organización de pareja y de vivir la sexualidad. El uso que los individuos den a su cuerpo y a sus propiedades es solo asunto suyo mientras no dañen a terceros. Y nadie puede impedirles exteriorizar esas posibilidades. Todo lo que se da entre adultos anuentes es válido... también en economía. Una precisión: nos llamamos libertarios y no liberales, porque este término tan bello da lugar a equívocos. En Estados Unidos significa socialdemócrata, en Europa los partidos liberales casi siempre son el tercer partido, porque perdieron la brújula hasta casi no distinguirse del socialismo. Uno de los iniciadores de este extravío fue John Stuart Mill, cuya base utilitarista no coincide con la ética del libertarismo. Pero, por si acaso, comparto lo que este pensador dijo sobre la igualdad de la mujer y otras materias.

Por las mismas razones que los gobiernos o, con más precisión, los funcionarios no pueden decirle a nadie de quién enamorarse y con quién convivir, tampoco tienen derecho para imponer a la niñez y juventud su visión sobre estos asuntos. Se puede dar educación sexual a los menores, pero debe ser abierta y respetuosa, plantear opciones y opiniones. Después habrá que evaluar los resultados de estas políticas. ¿Por qué no pensar en seminarios para padres y docentes? En todo caso, los padres tienen el derecho de establecer qué tipo de formación pueden recibir sus hijos y esta no puede contradecir sus creencias. No vamos a pasar del dogmatismo clerical al dogmatismo de la corrección política. ¡Atatay! (O)