La agonía que vive Unasur es otro ejemplo del fracaso de los gobiernos de izquierda para crear instituciones y procesos que perduren en el tiempo. La Unasur, cuya presidencia pro tempore la tiene Bolivia, no ha podido elegir secretario general desde hace seis meses, lo que le ha llevado a una progresiva parálisis. En medio de esta dificultad, algunos países anunciaron su decisión de retirarse de la organización, con lo cual la condujeron a un camino sin salida. Y el gobierno del Ecuador, hace algo más de dos semanas, le dio un nuevo golpe al anunciar que el edificio sede de la organización, donado por el país, sería entregado para el funcionamiento de la Pluriversidad Amawtay Wasi. Con eso, la organización pierde su sede y queda aún más debilitada. Para el Ecuador, Unasur representa un doble fracaso: por un lado, de toda su retórica y práctica integracionista, que termina en muy poca cosa, si no en nada; y de otro, como testimonio del despilfarro de recursos durante la Revolución Ciudadana. Se podría apreciar y valorar el gesto de generosidad con su millonaria contribución al proceso, pero a la final terminó siendo, como la mayoría de sus infraestructuras, proyecciones delirantes de un proceso sin contenido perdurable y de la propia personalidad de su jefe y caudillo.

¿Por qué el fracaso de la izquierda en sus iniciativas políticas? Si vemos el panorama desolador de algunos gobiernos del llamado giro a la izquierda –Lula, Kirchner, Correa, la tragedia de Venezuela– hay al menos una primera conclusión: la política de confrontación que instalaron en sus respectivos países continuó una vez que dejaron el gobierno. Se produce, digámoslo así, una reversión del antagonismo y de la lógica refundacional: hay que rehacer todo lo hecho por los antecesores. La reversión de lo hecho muestra que fueron gobiernos que no hicieron ningún esfuerzo por construir consensos que permitieran dar continuidad a sus políticas e iniciativas. Y no lo hicieron ya sea por dogmatismo ideológico, por una enorme dificultad para entender el pluralismo de la vida política, o simplemente por sentirse dueños de la verdad y la historia.

La integración fue un ejemplo. A pesar de la urgencia de contar con organizaciones que permitieran ejercer de otra manera un principio de soberanía regional, las iniciativas terminaron en posturas tan inclinadas a una sola visión, que no podían resistir la emergencia, como era esperable, de gobiernos con orientaciones ideológicas distintas. Unasur es un caso patético: los gobiernos que han anunciado su retiro de la organización la denuncian por ser una plataforma manipulada del chavismo y por levantar un principio de lucha antiimperialista sustentado en un viejo concepto nacionalista de soberanía incompatible con la complejidad del mundo global. El chavismo ha sido la peor plaga para las iniciativas de integración regional. Nadie quiere estar junto a la revolución bolivariana y nadie quiere levantar una posición internacional sustentada en el rechazo militante del imperio, con la enorme carga ideológica de semejante postura.

El fracaso de Unasur es a la vez el fracaso de la izquierda en sus esfuerzos por construir instituciones por fuera de consensos nacionales mínimos. Y para el Ecuador, ese fracaso supone, a la vez, enfrentarse a una dilema: ¿qué hacer con ese elefante blanco que nos costó 45 millones de dólares? (O)