O el fondo es la forma. Esta es una idea que se forja culturalmente desde el entendimiento de que los modos de expresión son importantes y reflejan lo que no se ve y los define. Esta máxima es un recurso personal para analizar algunas de las circunstancias actuales, en las cuales el criterio de la gente se ha pronunciado positivamente reconociendo la importancia de las buenas formas que caracterizan el comportamiento de ciertas personas y grupos.

La primera de estas circunstancias es la actuación de la selección uruguaya en el Mundial de Rusia. La opinión global rescató algunas características de este equipo, como son el respeto que los jugadores mantienen con su entrenador y este con ellos. Sin gritos, ironías ni descalificaciones. Estas formas cultivadas de comunicación muestran el fondo de ese pueblo, que está marcado por su historia y por sus paradigmas culturales. En el mismo nivel se encuentra la conducta de jugadores y seguidores de la selección japonesa. Los primeros porque dejaron impecable su camerino y los segundos porque limpiaron los graderíos que ocuparon después de observar uno de los partidos disputados por su equipo.

En otro escenario visualizado por todos en estos días se encuentra la reacción de los candidatos perdedores y del candidato vencedor en las últimas elecciones de México. Los tres principales aspirantes a la presidencia de ese país fueron solícitos en reconocer su derrota y lo hicieron con buenos modales, lenguaje corporal y discursivo apropiados a una circunstancia que exige corrección y explícito respeto por los otros. El candidato ganador fue pulcro en sus expresiones y respetuoso de la trascendencia del momento histórico de la nación mexicana. No hubo reclamos, no se insultó, tampoco se evidenciaron conductas de revancha, amargura o desencanto. Todos fueron correctos, respetaron las convenciones y por esas conductas fueron reconocidos positivamente por la opinión de la gente en todo el mundo. Nosotros también lo hicimos.

En las antípodas de estos ejemplos se encuentran reacciones calificadas también colectivamente de vulgares y grotescas, como el comportamiento de Maradona en el Mundial de Fútbol o el de ciertos hinchas latinoamericanos que mostraron desprecio por las formas –creyendo que su comportamiento los hacía más listos– cuando se burlaron de ciudadanos de otras nacionalidades en momentos de fraternidad o golpearon con alevosía a seguidores de otros equipos.

En los campos político y social ecuatorianos, las cotidianas expresiones de menosprecio al otro por medio de insultos, gritos y ultrajes nos retratan como una sociedad que no respeta formas cultivadas de civismo. Quizá, quienes evolucionan utilizando un lenguaje soez y actitudes de desprecio desafiante transitan por esos caminos porque creen que ese estilo los hace mejores y se refocilan en ese estatus de indignidad, incapaces de visualizar siquiera que las ideas también pueden defenderse, y con más eficacia, desde formas educadas y hasta refinadas, reconocidas por ellos mismos como positivas y dignas de emular. Este estado anímico de abandono y rechazo en la práctica de las buenas formas convoca a muchos y, lo que es más grave, se expande cual pandemia como modelo de conducta elogiada, claro está, por sus desvergonzados corifeos. (O)