Esto no tiene nada de frívolo. En primer lugar, porque la creación de nuevos feriados significa costos para los empresarios ecuatorianos, ya bastante golpeados por las “modernizaciones” de la década robada. Deben seguir pagando salarios con centenares de gabelas, arriendos, tributos fijos, etcétera, en esas fechas que un presidente obsequioso decide obligarles a cerrar. Claro que los generosos mandatarios que han decretado esta medida populachera hablan siempre, o casi siempre, de que serán “recuperables”. Habrá casos en que se pueda lograr esa recuperación haciendo, por ejemplo, que en esas horas los trabajadores fabriquen una cantidad proporcional de cierto producto. Pero en los procesos industriales complejos eso no es posible, tampoco lo es en los comercios, que no pueden abrir fuera de su horario normal, o en negocios tan sencillos como una panadería, que no producirá más pan que no venderá a cuenta de tal recuperación. Cualquier planificación se va al diablo, porque estos decretos visceralmente complacientes, se dictan el rato menos pensado. Pensemos un poquito, por Dios.

En segundo lugar, este aumenta, disminuye, mueve y remueve de feriados demuestra que somos un país con poca institucionalidad. Originalmente los feriados se crearon para dar tiempo a que la población asista a oficios religiosos en honor de alguna divinidad. En la modernidad, con la separación de lo religioso de lo político, el Estado, la nueva divinidad providente, impuso sus fechas nodales como nuevas fiestas. En todo caso, siempre estuvo implicado el concepto de festejo, pero sobre todo de diversión, esta palabra significa “verter en otra parte”, es decir, se saca a las personas de su contexto ordinario de trabajo y rutina, para que se vuelquen en un ambiente de jolgorio extra-ordinario. De hecho y de derecho las ceremonias que engalanaban las fiestas religiosas (procesiones y ritos eclesiásticos) o estatales (desfiles y juramentos) eran una diversión. Pero esos tiempos han pasado y ahora se prefiere pasear para regocijarse.

En la medida que una diversión ocasional es beneficiosa para la salud, el equilibrio mental y la cohesión social, una serie de eventuales feriados viene a ser una expresión del inalienable derecho humano a la vida. Pero sobre todo está relacionada con el también esencial derecho a la búsqueda de la felicidad. Cierto es que es ideal encontrar la felicidad en el trabajo, pero esta siempre se capitaliza y se completa en los tiempos de descanso. Entonces hay que asumirlo de esa manera y está muy bien que se programen los feriados para que se produzca un razonable periodo de tres o cuatro días seguidos de vacancia. Así lo apropiado es trasladar todas las fiestas a un lunes o un viernes, de manera que se unan a un fin de semana. Esta disposición, vistas las malas costumbres de nuestros políticos, debe establecerse por una ley, que simultáneamente prohibirá crear nuevos feriados fuera de ella, trasladarlos o suprimirlos. Se logrará así compatibilizar este derecho con la planificación y necesidades justas de los sectores productivos. (O)