El camino del bosque se interrumpía por un arroyo que cantaba entre las piedras: “Cuidado con el Bach”, me advirtió mi amigo alemán. Y más que salvarme de los zapatos mojados, me despertó a una revelación: en mis tardes melancólicas llevaba escuchando, durante años, la música del señor Juan Sebastián Arroyo. “¡Cuál Arroyo, debería llamarse Mar, por su infinita, inagotable riqueza en armonías y combinación de tonos!” diría el sublime Beethoven refiriéndose a Johann Sebastian Bach.

Este 31 de marzo recordamos 333 años del nacimiento del compositor alemán, para algunos genio y profeta, para otros (como mi marido) razón para salir corriendo de una iglesia o una velada de intelectuales barrocos (“esta música se inventó para torturar a la gente” afirma tras recobrar el aliento). Para Mozart: todo lo que hacemos bien lo hemos aprendido de Bach, el padre; según Wagner: la maravilla musical más asombrosa de todos los tiempos. Maravilla que sin embargo se enterró en el olvido tras su muerte en 1750. Solo 80 años después, gracias a un compositor judío converso (odiado por Wagner) inicia el renacimiento de Bach: en 1828 Felix Mendelssohn Bartholdy dirige en Berlín la Matthaeus-Passion.

Conforme se descomponía su cadáver, crecía la admiración por la obra de Bach. Hoy Bach hasta en la sopa, especialmente en Leipzig, su ciudad, hoy también mi ciudad adoptiva donde cada año, en junio, más de 70 mil fans de todo el mundo se congregan para su Festival. Artista olvidado y resucitado, sus restos pasaron de una tumba sin lápida a una iglesia más tarde bombardeada para finalmente hallar la gloria eterna en la elegante iglesia de Santo Tomás. Cuando voy al centro de Leipzig, y llueve, suelo visitar a mi admirado compositor: “Buenas tardes, señor Arroyo, gracias por las Variaciones Goldberg”.

Vivió en una región conocida como la cuna de la Reforma Luterana, donde hasta hoy predomina el protestantismo, y fue por encargo de esta Iglesia que Bach creó sus obras sacras. Y sin embargo, ¿no es evidente que disfrutamos su música al margen de las murallas entre religiones?

Johann Sebastian Bach vivió (con su segunda esposa y numerosos hijos), trabajó y murió en Leipzig entre 1723 y 1750. Director musical y del famoso Thomanerchor de la ciudad, entre sus deberes estaba componer música sacra para las cuatro iglesias, preparar a sus pupilos para la representación de cantatas, dar clases de música en la escuela de Santo Tomás, donde se educaban los niños del coro. Trabajaba día y noche: durante sus primeros años en Leipzig componía o adaptaba una cantata por semana, aparte de las obras para clientes privados (bodas, bautizos, entierros). En 1725 conoció a Christian Friedrich Henrici, cuyos versos se convertirían en letras de varias composiciones de Bach, entre ellas su soberbia Matthaeus-Passion, la cual se escuchó este Viernes Santo alrededor del mundo. En la iglesia de Santo Tomás de Leipzig, cantada por el mismísimo Thomanerchor que pervive hasta hoy.

Pero no solo de música sacra vive el hombre. Junto a sus estudiantes del Collegium Musicum, Bach también componía y tocaba música secular en cafés y jardines. Mis primeros años en Leipzig los pasé en un barrio donde en tiempos de Bach se elevaba un palacio, destruido, como tanto, durante la Segunda Guerra Mundial, cuyos jardines son hoy un parque rodeado de un barrio postproletario donde conviven neonazis, extranjeros y desempleados. Mis caminatas me llevaban ante una placa donde se anunciaba que en esa triste esquina se hallaba el palacio donde Johann Sebastian Bach estrenara su Bauernkantate, una cantata popular donde una pareja de campesinos charla con picardía.

Bach engendró nada menos que veinte hijos. Su primera mujer (y prima) María Bárbara crio a siete de los que tres murieron al poco de nacer, y la misma madre les siguió a la tumba a los 35 años (las mujeres de entonces tenían otros problemas que las patas de gallo). Su segunda mujer, Anna Magdalena, le dio criando trece hijos más (siete fallecerían en la infancia). Soprano talentosa, como mujer estaba excluida de cantar música sacra. Eso más trece hijos, en Leipzig abandonó su carrera musical.

Hombre de los siglos XVII y XVIII, Bach conoció un mundo desgarrado entre lo divino y las pugnas institucionales por normar nuestra relación con Dios. Nacido en el siglo de la Guerra de los Treinta Años, masacre entre católicos y protestantes, Bach compuso en tiempos de irreconciliable enemistad entre ambas Iglesias. Vivió en una región conocida como la cuna de la Reforma Luterana, donde hasta hoy predomina el protestantismo, y fue por encargo de esta Iglesia que Bach creó sus obras sacras. Y sin embargo, ¿no es evidente que disfrutamos su música al margen de las murallas entre religiones? Como todo gran arte, no fue creado para servir la doctrina de una iglesia, ni alguna ideología. Dicen que la música de Bach nos envuelve a todos, creyentes o no, en un sentimiento místico. En mi soledad, la música de Bach es un trance entre lo íntimo y lo divino, una fuga del espíritu que se libera, gracias al movimiento de la música, de la rigidez mortal de la prédica de turno. (O)