“Hay intervenciones descaradas del presidente. Dice: ‘Espero que la Corte Constitucional haga esto’. Y al día siguiente la Corte Constitucional lo hace. Es una clara injerencia en la Justicia”. Durante diez años se repitieron frases como esas. No había día en que no se difundieran evidencias del control del sistema judicial por parte de quien vigilaba todos los poderes del Estado. Desde antes de la famosa metida de la mano, que fue un episodio más de algo que comenzó el primer día de su gobierno, en los juzgados se sabía de dónde venían las órdenes. Las quejas y denuncias públicas –no judiciales, porque habría sido pedirle al perro que se mordiera la cola– tenían el mismo contenido de esas frases. Lo sorprendente es que ahora las pronuncia el caudillo que durante todo ese tiempo transformó a los jueces en reproductores pasivos de Chuky Seven.

Su declaración –recogida por Página 12 de Argentina– no tiene pérdida. Con la contundencia que le caracteriza, afirma que bajo su administración “los jueces se elegían por concurso de merecimiento, público, transparente”. Seguramente por afán de síntesis o para no abundar en detalles que producirían confusión en medios extranjeros, no menciona al Consejo de Participación Ciudadana, encargado de esos concursos. Sostiene también que la estrategia “de estos tipos” es la judicialización de la política, por medio de un poder judicial sometido. Nuevamente, por obviar nimiedades no alude al juicio a EL UNIVERSO y a Emilio Palacio, ni los casos de Manuela Picq, del coronel Carrión o de Villavicencio y Jiménez. La lista sería larga, y se entiende que no quiera cansar a su audiencia.

“Durante nuestro gobierno los jueces fueron independientes”, reitera, enteramente convencido de ello. La prueba irrefutable es que “ni los conocía. Solo al presidente de la Corte Nacional por cuestiones protocolares”. Claro, bastaba que él no los conociera personalmente para que ellos pudieran actuar libre y autónomamente. Ya lo sabemos, la clave para garantizar la independencia judicial es que el presidente no sepa el nombre de cada uno de los jueces. Bastante sencilla y fácil de aplicar, por lo que se ve, especialmente en un régimen en que la patria ya tenía un dueño y no se movía una hoja sin que él lo supiera.

Reafirmado en sus convicciones revolucionarias, después de cantar al Che en un bar porteño con la mejor representación de la honradez peronista, denuncia que es víctima de una traición. “Estamos ante el lobo feroz” afirma, acudiendo al que debe ser uno de los libros que más le impactaron, como le sucedió, según su propia referencia, con Corazón, de Edmundo de Amicis. Conmueve que alguien que fue presidente durante diez años y que tiene un doctorado en economía, como él mismo lo recuerda en la entrevista, no haya perdido la sensibilidad y sea capaz de analizar la política apoyado en lo que le leyeron en su infancia. Es la parte sustancial de la entrevista, como demuestra el diario argentino al colocarla en el título. Queda por saber a quién le cabe ser Caperucita. (O)