En marzo de 2015, en este mismo espacio, escribí un artículo al que titulé ‘Vuelta a la manzana’, en él describía la mugre y la desidia de las calles por las que camino cada mañana. Recuerdo que recibí una llamada del Municipio para decirme que en el transcurso del día me iban a mandar el plan de aseo que tenían para ciudad y que yo tendría que retractarme de lo dicho en mi artículo. Han pasado 3 años, 1.107 días para ser exacta y aquí sigo, sentada frente al mismo computador, en la misma librería, a la espera de recibir el plan, que asumo ya no llegará, y si llega ya estará obsoleto porque la basura lo ha sobrepasado; la falta de educación ya es de todos, la mugre y las excrementos (humanos y de perros) empiezan a provocarnos enfermedades.
He vuelto a leer mi artículo y todo ha empeorado, ahora en mi recorrido ya no hay un vendedor de empanadas que mantiene la vereda grasienta, ahora hay dos o tres. Los vendedores de jugo de naranja y bebidas que prometen desde potencia sexual, hasta buen vivir, también se han proliferado. Los vasos plásticos, las botellas, los papeles, las fundas y los vómitos siguen esperando una buena lluvia o un huracán que los mueva del lugar.
Lo extraño de esto es que a nadie parece importarle, la gente compra y consume con total normalidad, bota la basura fuera de los basureros y sigue caminando como la cosa más normal. “¡Iugh, señora, no sea sucia!” me grita una chica al ver que me agacho con una fundita a recoger la caca del Magoo. ¿Prefieres pisarla?, le pregunto.
En el recorrido veo cosas realmente desagradables: basureros inmundos, desfondados y desbordados, sucios por fuera porque derramaron ahí algún caldo, bancas destartaladas, etcétera.
No culpo a las autoridades de la ciudad, a todas luces vemos que no les falta voluntad sino capacidad. Culpo a los ciudadanos, a quienes vivimos en Quito y no hacemos nada por organizarnos, por asumir con responsabilidad este sucio asunto, por entender de una buena vez que los espacios públicos nos pertenecen y que debemos limpiar también nuestra vereda y nuestra calle, porque nadie lo va a hacer por nosotros.
Culpo a las empresas de venta de bebidas, de cigarrillos, de comida en funditas que deberían, de manera espontánea, apoyar con campañas educativas, o de lo contrario ser gravadas con impuestos que ayuden a las autoridades a educar.
Culpo a los medios, en especial audiovisuales, que dedican un gran espacio de sus noticieros a la crónica roja, a los accidentes automovilísticos y a los dramas humanos, cuando bien podrían informar a la gente que la basura no se tira a la calle, que la caca de perro se recoge, que la vereda se barre, que no es un urinario, que los horarios de recolección de la basura hay que respetarlos, que la basura se saca en fundas bien amarradas...
¡Quiteños del mundo, uníos!, es hora de organizarnos, de reunirnos por calles, por barrios, de tocar puertas y tomar cartas en el asunto antes de que la suciedad tape toda la ciudad. (O)