Inicialmente jugaban solo tres personas. Durante los primeros días, José Serrano, Carlos Pólit y Carlos Baca movieron las fichas. Provenientes de la misma tendencia, los tres se enfrentaban por liderar la recolección de los fragmentos del correísmo. Intentaban encontrar un pegamento suficientemente fuerte para volver a unirlos, sin comprender que lo único que los juntaba era el liderazgo y que este no se endosa ni se hereda. Con la evidencia de la confabulación de Serrano y Pólit en contra de Baca y la difusión de la grabación ilegal hecha por este último, quedaron anulados los tres. Aunque en política no existen muertes anunciadas, parece que las carreras de los dos que aún tenían expectativas –Serrano y Baca– están concluidas o por lo menos congeladas. Dentro de pocos años podrán añorar aquel futuro glorioso que imaginaron en su pasado.

Durante la semana pasada se incorporaron otros jugadores. El Partido Social Cristiano y CREO entraron con movimientos bastante torpes. Pero torpes no quiere decir inocentes, ya que detrás de cada declaración, de cada voto y de cada abstención hay razones poderosas. Pueden llamarse intereses o acuerdos vergonzantes, pero lo cierto es que no se trató solamente de un problema de procedimiento. Al trasladar a la escena nacional la disputa por el liderazgo de la derecha, estuvieron a punto de darle un triunfo gratuito al correísmo. Serrano y Baca deben haber respirado tranquilos por unos instantes mientras veían que esa pelea en cancha ajena hacía olvidar la que podía acabar con ellos. A medio camino, el PSC y CREO rectificaron cuando se percataron del abismo que se les abría debajo de los pies. Finalmente, se produjo algo tan insólito como una votación unánime para convocar a la Asamblea a los actores de la grabación y de la escucha.

Pero esa votación no fue producto exclusivo de la rectificación. Se debió en mayor medida a la entrada del último jugador. El presidente Moreno, con dotes de filosofía zen, esperó pacientemente a que los otros se anularan mutuamente. Inicialmente, hizo una sugerencia indirecta a Serrano, que obviamente cayó en tierra árida. Más adelante, cuando comprobó una vez más que nada podía esperar de su bloque legislativo –porque diez años de inacción entumecen a cualquiera–, convocó a sus integrantes para bajarles línea. Disciplinados, salieron del Palacio con el voto en la mano.

Moreno se anotó un triunfo inesperado, por carambola. Sin embargo, la unanimidad en la votación no puede interpretarse como un respaldo mayoritario a él, ni se puede esperar que de ahí surja un bloque legislativo de mayoría morenista. Tampoco constituye un triunfo de los opositores a la revolución ciudadana que, a pesar de sus torpezas, sí ganaron una batalla. Lo que queda claro es que el juego político se desplazó desde el interior de la revolución ciudadana al ámbito nacional. Ya no está restringido a correístas contra morenistas. El país vuelve a la disputa entre múltiples fuerzas políticas, con alta fragmentación y sin partidos consolidados. Un escenario donde ganará el más hábil, no necesariamente el más coherente. (O)