La tradición de las convocatorias en torno de las artes que responden al nombre de Hey festival (así, en inglés) ha sido tan fiel, que se acaba de realizar en la ciudad costera colombiana la número trece. Ya había conocido su estilo, por tanto, lo que hice fue corroborar el lujo que representa la calidad de una organización que mueve una maquinaria puntual, amable, informal y de contenidos inteligentes. Hasta el combate al calor cartagenero estaba pensado de parte del auspiciador que regalaba abanicos a diestra y siniestra.

El acto de sentarse a escuchar las exposiciones de los autores o las conversaciones de dos lúcidos dialogantes resulta suficiente, cuando en una hora conseguimos conocimiento, actualización y curiosidades nuevas. Fueron oportunísimas las pláticas sobre Los medios de comunicación en la era de la posverdad (fue aclaradora la precisión de una de las participantes “no empleen eufemismos, posverdad significa mentira”) y Libros y feminismos; la biblioteca de Marguerite Durand, personaje de quien no sabía nada y resultó ser la fundadora de la primera “Oficina de documentación feminista francesa”, creada con su biblioteca personal en 1932 y que pretendió ser desplazada por el Ayuntamiento de París, el año pasado. En este coloquio la periodista Lauren Bastide hizo el testimonio de las luchas feministas de su país, la más reciente, la defensa de esta biblioteca.

La decisión de fondo del festival consistió en reunir la totalidad de los miembros de Bogotá 39, el grupo de escritores latinoamericanos menores de 39 años, correspondientes al año pasado, diez después de la primera emblemática agrupación. Todos ellos con obra publicada en sus respectivos países, muchos repartidos por el planeta, buscando el medio que le sea más apropiado para crear su personal mundo literario. Varios de ellos fueron presentados como “escritores anfibios”, es decir, como practicantes de diferentes clases de escritura. De otros, se rastrearon orígenes y vocaciones.

Ecuador tuvo sus dos representantes, ambos guayaquileños. Mónica Ojeda, que viajó desde Madrid, su nuevo lugar de residencia, y que alcanzó a probar la admiración que sus libros produjeron en nuestro país; y Mauro Javier Cárdenas, desde New York, que recién publica su primera novela y en inglés, pero que llegó al festival en flamante traducción del también narrador Miguel Antonio Chávez. Él tendrá que abrirse camino con Los revolucionarios lo intentan de nuevo, de Ramdom House.

Elegir la asistencia a un acto siempre dejaba afuera varios otros (cada uno de ellos pagado con entrada independiente, vale recordar). Pude admirar el ingenio de Daniel Samper Pizano al interrogar al cantautor español Víctor Manuel –era evidente que sabía tanto como él de canción protesta–; la precisión inagotable de Leila Guerriero; los alcances de la periodista Martha Orrantia, ellos demostraron que no cualquiera puede ser interlocutor de escritores no necesariamente locuaces. La cereza del pastel fue una Ana Belén suelta, simpática, mostradora de su origen humilde y cantante hasta el punto de entonar fragmentos a capela.

Comprobé hasta la saciedad que las audiencias están “allí” (filas ordenadas, salas llenas, venta numerosa de libros), que es cosa de tocarles el interés con trabajo bien hecho. (O)