Como recurso para mantener viva su imagen, los caudillos ecuatorianos han cumplido a cabalidad un ceremonial de ausencia-presencia. Debido a que consideran que su salida de la escena política es algo momentáneo, siempre han pintado sus retornos como cuadros épicos. Unos, como Velasco Ibarra y Abdalá Bucaram regresaban envueltos en aires celestiales para salvar al país, aunque pronto tuvieran que tomar el camino de vuelta a sus respectivos exilios autoimpuestos. Alfaro llegaba a encabezar montoneras que siempre fracasaban, hasta la última que provocó la peor matanza de la historia nacional y lo llevó a su propia muerte. Unos y otros, como corresponde a su autoconciencia de seres predestinados, no podían escapar a la fascinación de convertir su retorno en un hecho histórico.

El caudillo de la década petrolera no podía ser una excepción. Su regreso no puede equipararse al viaje que, con el desarrollo de la aviación y de las comunicaciones, puede hacer cuando bien le venga en gana un político que ha permanecido un tiempo fuera del país. Debe ser un episodio que quede grabado en la memoria colectiva. Tiene que establecer una línea divisoria entre el caos que reina en su ausencia y el orden que instaura su presencia. No es necesario un mensaje explícito ni una proclama. Basta con que él esté aquí, porque del resto se encargarán los fieles seguidores que se sentirán reconfortados después del abandono y sobre todo libres de esa maldita necesidad de tener que pensar por cuenta propia. El retorno es en sí mismo el mensaje.

Es un mensaje enviado a varios receptores. El primero es Alianza PAIS. No es un llamado a la unidad, porque la ruptura está consumada. Es un intento de atraer el mayor número posible de adherentes bajo la dirección de Patiño, para ganar, por cantidad y no necesariamente por argumentos, la pelea jurídica por la marca AP. El segundo son las autoridades electorales, que deberán dirimir ese conflicto y que inicialmente se han pronunciado a favor de Moreno. El recuerdo de las condecoraciones y del origen de los puestos que ostentan serán efectivos instrumentos para que enderecen su opinión. El tercero son las autoridades judiciales (fiscal y jueces) que tienen en sus manos el caso de Jorge G., que puede determinar la vida o la muerte del correísmo. Más conveniente es conversar con ellos en persona, buscando el lugar adecuado y sin el riesgo de llamadas pinchadas o mensajes hackeados. El cuarto receptor es el bloque legislativo de AP, donde la división no acaba de cuajar y hay muchas almas necesitadas de guía espiritual para encontrar el camino. El último es el presidente Moreno, que desde el aterrizaje del avión sabrá que la guerra es guerra.

Un contenido adicional del mensaje es el que nunca quisiera comunicar el propio emisor. Con su retorno dice a gritos cuál es la realidad de la revolución ciudadana. Siempre se supo que era una entelequia y que todo dependía de la presencia del líder, pero nunca estuvo tan claro como lo expresa su retorno. (O)