En el siglo XIX se catalogaba como “histeria femenina” a una enfermedad con síntomas diversos: desmayos, dolores de cabeza, irritabilidad, “tendencia a causar problemas”. El término, acuñado por Hipócrates, se deriva de una palabra griega que significa útero. Platón al describir la enfermedad indicaba que el útero era como un animal que deseaba ardientemente engendrar hijos y que si permanecía demasiado tiempo estéril luego de la pubertad, se indignaba y recorría todo el cuerpo ocasionando diversas enfermedades hasta que el deseo y el amor reunieran al hombre y a la mujer haciendo nacer un fruto. En la edad media las “histéricas” eran consideradas brujas o poseídas por el demonio, siendo sometidas a exorcismos o lapidaciones. En aquellas épocas, por conveniencia, se obvió la observación de similares fenómenos de histeria en los hombres.

Podría causar cierta gracia lo primitivo de estas creencias, pero en pleno siglo XXI siguen replicándose muchas de estas formas de agresión a la mujer. La Dinased reporta que los casos de femicidio en el país se han duplicado y numerosos con grados de macabro ensañamiento. Es lamentable que situaciones extremas obliguen a dirigir la mirada al maltrato a la mujer cuando deberían constituir preocupación prioritaria las cotidianas agresiones en una sociedad machista. Sociedad donde sus más altas autoridades tienen vergonzosos comportamientos misóginos no debe sorprenderse del grado de violencia de género. Un expresidente que pasó diez años ofendiendo a las mujeres con insultos y pseudobromas marcadamente machistas y un vicepresidente, que en lugar de responder concreta y documentadamente las denuncias en su contra, recurre a la bajeza y cobardía del insulto sexista. Claros ejemplos de una institucionalización del machismo. Lo más deplorable e infame es el silencio cómplice de autoridades o asambleístas femeninas que dócil y vergonzosamente aceptan que se denigre a otras mujeres, privilegiando los intereses políticos sobre la defensa de derechos inalienables, traicionando no solo a las ofendidas sino a todas las valientes de antes y de ahora que han batallado y lo siguen haciendo por conquistar el respeto y la equidad; luchas que les permiten a ellas ocupar las posiciones que ostentan. Traicionan a las mujeres humildes que soportan maltrato en indefensión. Irónico que recientemente la Asamblea aprobara una resolución condenando la violencia contra la mujer cuando es en esa misma Asamblea donde se avalan tantas agresiones.

Comportamientos machistas que envían a nuestros niños y jóvenes, hombres y mujeres, el terrible pero claro mensaje de que la agresión es algo trivial, generando así futuros maltratadores y víctimas. Revelémonos contra cualquier tipo de agresión e irrespeto a la mujer. No más leyes medievales que exigen la autorización del marido para procedimientos quirúrgicos de esterilización y donde el “señora de” cosifica a la mujer, afianzando el sentimiento de propiedad que parece conferir al propietario todos los derechos sobre su posesión.

La única vía de luchar contra la violencia machista es la coeducación, que es más que la educación mixta, es una educación integral que parte de los principios de respeto, igualdad y reconocimiento de las potencialidades e individualidades de mujeres y hombres sin importar su sexo, eliminando los estereotipos y promoviendo las relaciones democráticas e igualitarias. (O)