Una noticia que ocupaba poco espacio llamó mi atención. Se trataba de un incendio en una galería comercial en Lima, decía que había dejado cuatro muertos y cinco heridos. Pero eso no era todo.
En los pisos superiores del edificio funcionaban negocios clandestinos. Contenedores metálicos albergaban a jóvenes trabajadores, cuya tarea era adulterar etiquetas de tubos fluorescentes de mala calidad y empaquetarlos en cajas de marcas conocidas. Trabajaban desde la mañana hasta la noche en un lugar cerrado y sin servicios higiénicos y para impedir que robaran los tubos o que fueran descubiertos por los inspectores municipales permanecían encerrados bajo llave. Solo les abrían al mediodía para que almorzaran y volvían a encerrarlos. Ganaban menos de un dólar la hora.
Cuando estalló el fuego, los jóvenes patearon la puerta metálica y uno de ellos descubrió una rendija por la que sacó una mano para llamar la atención . El que tenía teléfono llamó a su familia con voz claramente afectada por el humo, la familia dio parte a las autoridades, pero ya era tarde. Los jóvenes murieron calcinados.
Algunos medios registraron el hecho usando la palabra esclavitud para referirse a las condiciones laborales de las víctimas. Técnicamente, se califica como tal a la situación de explotación a la que la persona no puede negarse debido a amenazas, violencia, coerción, abuso de poder o engaño, se podría alegar que estas condiciones no se dieron, sin embargo, ¿estamos seguros de que en nuestras sociedades todas las personas pueden elegir las condiciones de trabajo? ¿O será que para algunos es tan difícil encontrarlo y tanta la urgencia de tenerlo que están obligados a someterse al abuso?
El relato de las condiciones en que murieron esos trabajadores y la imagen de la mano que asoma por la rendija del contenedor tratando de llamar la atención han estremecido la conciencia de los peruanos y del mundo y han hecho recordar que no son los únicos, que en el mundo hay millones de personas que padecen la explotación laboral y más que eso, la negación de su condición humana.
El episodio obliga a revisar la concepción del trabajo y de los derechos de los trabajadores, pero también a cuestionarnos si la civilización ha avanzado tanto como pensábamos, cuando hay sectores en los que, de distinta manera, se somete a un ser humano a la voluntad de otro, al extremo de arriesgar su vida.
El trabajo es una forma de realización del ser humano, la forma de asumir la dignidad de la especie al contribuir a construir el mundo que habitamos y merece respeto, cualquiera que sea. Ese respeto incluye realizar la tarea en condiciones adecuadas y en libertad. Es paradójico que hoy que se discute si es ético mantener enjaulados a los animales en los zoológicos, existan seres humanos encerrados, laborando en condiciones precarias e insalubres, obligados por las circunstancias y la necesidad de subsistir o, lo que es peor, porque se lo ha convertido en propiedad de otro, como a una cosa, un objeto del cual se puede disponer.
El incendio de Lima ha dejado más que cuatro muertos, deja la evidencia de cuánto nos falta para llamarnos una sociedad propiamente humana. (O)









