Hace un mes en las elecciones presidenciales ecuatorianas el candidato del Gobierno, cuyo accionar lo coloca entre los populistas, fue derrotado en todas las grandes ciudades y, en general, en los recintos urbanos más formalizados. Comparamos estos resultados con los obtenidos en Estados Unidos por Donald Trump, otro caudillo calificado de populista, quien perdió en ochenta y ocho de las cien más grandes ciudades de su país. Eso nos llevó a relievar el marcado carácter rural del electorado populista. Las últimas elecciones en Francia ratifican esa tendencia, Marine Le Pen, tachada de populista en todos los medios, tuvo ínfimas votaciones en las ciudades más grandes, pero triunfó abrumadoramente en el campo y las pequeñas villas, así pudo entrar en segundo lugar al balotaje que se celebrará el domingo venidero.
Le Pen quedó en quinto lugar en París con menos del 5 por ciento. De las urbes más pobladas solo en Niza y Marsella consiguió estar segunda. Llama la atención que esta tendencia se mantuvo incluso en núcleos urbanos enclavados en regiones en las que la candidata del Frente Nacional barrió. Ella se impuso en más de la mitad de las comunas, sobre todo en las pequeñas. Le Figaro titula rotundamente que la confrontación de la próxima semana será del “candidato de las ciudades contra la candidata de los campos”. Parece claro, pero el análisis se complica porque el candidato del movimiento Francia Insumisa, Jean-Luc Mélenchon, intencionadamente ha dado un matiz populista a su candidatura, con un aire que recuerda al grupo español Podemos, aunque mantiene también mucho del viejo radicalismo comunista, litros de sangre jacobina. A este postulante, en general, le fue bien en las ciudades, con lo que entró en cuarto puesto, a pocas décimas del tercer posicionado, el derechista Fillon, y a menos de dos puntos de Le Pen. Además, echando al traste la clasificación idiota de izquierdas y derechas, Le Pen, calificada de “extrema derecha”, exhibe un programa de nacionalizaciones, proteccionismo, antiglobalización, subsidios, etcétera, que envidiarían los partidos “de izquierda”. Entonces, no sorprende que Mélenchon no se haya pronunciado a favor del candidato socialdemócrata Emmanuel Macron, ganador de la primera vuelta, dejando a su electorado a merced de la seducción de Le Pen, cercana en muchas ideas.
En la culta Francia estamos, otra vez, ante tendencia atávica de la humanidad que representa el mito de Caín y Abel. El perverso agricultor, que luego fundaría la primera ciudad, asesina al pastor-campesino Abel. El habitante del campo no entiende por qué el urbanita es más rico si, según le parece, trabaja menos. Algo está mal en ese país, entonces aparece el demagogo dispuesto a arreglar esta situación injusta, redistribuyendo la riqueza, de alguna manera. Los populismos representan la venganza de Abel, el caudillo los guiará al paraíso, que siempre consiste en adjudicarse lo que otros tienen, de alguna manera. Y esta siempre ha sido una tendencia antirrepublicana, que no vaciló nunca en atropellar el Estado de derecho para imponer su particular visión de la justicia. (O)