Comienzo este artículo recordando una anécdota. Divertida y algo dolorosa. Hace más de tres décadas, me encontraba en Toronto, como investigador visitante de la Universidad de York. Un día recibí una llamada invitándome a dirigir un libro de varios autores sobre las elecciones en curso en Ecuador. Ni corto y peor aún perezoso por la naturaleza de la oferta tomé mis bártulos y regresé. Pronto la ingenuidad desbordó a mi entusiasmo. Reuní un equipo de colegas, todos ellos buenos científicos sociales, y cada uno procedió con su tarea. La investigación estuvo, de arranque, comprometida con la intervención participativa. Se reflejó en el tema y la perspectiva que escogí para uno de los capítulos: los escenarios electorales. Y sin querer (pero quizás también queriendo) el análisis pronto se deslizó hacia un área cenagosa y poco científica. Una cierta predicción electoral. No quería hacerla. Pero así terminó siendo en los lectores. El libro salió. La venta de algunos miles de ejemplares en los quince días anteriores a la elección (con resultados casi seguros) me convirtió en un intelectual sumamente “prestigioso”. Decía por escrito lo que la gente creía. Poco después, los resultados fueron otros. Y súbitamente me convertí en un intelectual sumamente “desprestigiado”. Como de otras investigaciones, de aquella aprendí mucho. Entre otros aprendizajes, no repetir aquella aventura.

Hace unos meses, la Corporación Participación Ciudadana me invitó a que elaborara un instrumento de estímulo para la reflexión de los actores del sistema político acerca de cómo se configura la dinámica electoral en el caso de las elecciones parlamentarias que se avecinan. Me planteé cómo evitar que la historia se repita. Pero, fundamentalmente, que el instrumento fuera un apoyo real y objetivo para las decisiones que adopten los partidos, las coaliciones, los movimientos, los ciudadanos, la sociedad civil. Un instrumento para la reconstitución del sistema político. Acepté diseñar un simulador electoral. Que tuviera la siguiente condición esencial. No se trataría de un predictor electoral sino estrictamente de un simulador electoral. Esto es, un instrumento que representa lo que puede estar ocurriendo y pueda ocurrir en el futuro. Pero que no es la realidad de lo que ocurre y pueda ocurrir. Imita, finge, presenta una ficción en un tablado irreal. No es la realidad sino que la representa. Pero sirve para actuar en ella. Para que tenga sentido, tenía que estar asentado en la realidad. En datos duros. Y así traté de hacerlo. Destinado al público más amplio.

Se trata de un sencillo programa de asignación de curules mediante los métodos Webster (asambleístas nacionales) y D’Hont (asambleístas de circunscripciones), que trabaja a partir de resultados históricos de las elecciones 2006-2013 proyectados linealmente hacia 2017. Esta última parte puede ser el aporte. Los datos históricos reales, incluso en las elecciones, todas ellas marcadas por un grado de incertidumbre, fijan rangos a las expectativas y a los resultados. Las elecciones construyen nuevas situaciones dentro de determinados límites.

Así, se reconstruyeron los resultados electorales presidenciales de la última década, los únicos constantes y con capacidad de proyección hacia atrás (2006) y adelante (2017), a nivel de las circunscripciones electorales de 2013. Hay que recordar que el electorado ecuatoriano vota en circunscripciones pequeñas/intermedias, incluyendo a la división en circunscripciones de las provincias grandes –Guayas, Pichincha, Manabí–, que son la mitad del electorado del país. Y que el único actor constante ha sido PAIS a través de su candidato presidencial.

A su vez, había que asumir que los resultados de la proyección lineal hacia 2017 podían asimilarse a los resultados de la elección de asambleístas. Posible para una representación y no para una predicción. Obviamente, existe una desviación, pequeña o más pronunciada, dependiendo de los partidos y elecciones. Los resultados de las elecciones presidenciales y de asambleístas no son exactamente los mismos. El grado de lealtad de los votos presidenciales y partidarios no es necesariamente el mismo, así como la dispersión del número de candidatos y listas. Pero ayuda a fijar los campos. Y los puntos de arranque.

Los temas metodológicos suelen ser muy aburridos. Trataré de hacer lo menos. Obtenido el resultado de la proyección, se formularon los siguientes escenarios. Un “escenario óptimo” para PAIS. El resultado de la proyección lineal, en que no hay una crisis económica en curso, el presidente Correa es candidato y PAIS conserva una alta capacidad de asociar candidato y voto partidario. Un “escenario intermedio” en el que existe un deterioro importante pero no catastrófico del régimen, calculado como el resultado de la proyección lineal menos el 33%. Y un “escenario catastrófico” en que la crisis se agudiza, el público identifica y asigna responsabilidades en el régimen y se resquebraja la unidad del partido gubernamental representado por el resultado de la proyección lineal menos el 66%.

A los tres escenarios anteriores se les cruzó por tres grados de dispersión de los participantes en las elecciones: sin dispersión (PAIS versus la oposición agregada), con mediana dispersión (PAIS versus dos contrincantes de oposición) y con dispersión “real” (PAIS versus cinco contrincantes de oposición). En los 3 escenarios con los 3 grados de dispersión, además de PAIS que hace de partido base, a los restantes contrincantes se les asignó un criterio general para los resultados. Cabe fijarse con mayor atención en el escenario en que la oposición presentaría 3 coaliciones, diferenciadas en un rango de entre 3 y 6%.

Desde el exterior a la dinámica de los agentes electorales concretos, saqué conclusiones obvias. Y otras no tanto. Comienzo por las primeras. El método Webster es más incluyente de las minorías, el que podría llegar a incorporar, en proporciones comparables, al partido de gobierno, a las coaliciones opositoras y a los partidos restantes. Es quizás el único caso de logro de escaños pese a presentar volúmenes electorales poco significativos.

La pregunta estratégica que me hago es ¿qué modelo de representación está gestándose en el Ecuador? ¿El partido grande, hegemónico, tradicional o coaliciones de partidos que se aproximan a partidos plataforma, algo parecido al sistema uruguayo?

La conclusión poco conocida es que, en las actuales circunstancias, el método D’Hont, que estimula a las mayorías, puede tener una función más incluyente. De las primeras mayorías, bajo algunas condiciones. Que la distancia entre la primera mayoría y las restantes no sea sustantiva –probablemente inferior al 10%–; y, que la dispersión de las tres mayorías restantes no sea extrema –probablemente comprendida en un rango de entre 2% y 6%–. Esto para las circunscripciones en que se elijan alrededor de 5 asambleístas. Dicho en términos concretos, que no se repita la composición de 2013, en que la distancia entre el partido de gobierno y la oposición fue extrema y el método D’Hont estimuló aún más a la exclusión mediante la asignación de escaños. El método D’Hont no ha dejado de excluir a las minorías, sin embargo. Bajo la composición ideal expulsa de modo igualmente radical a las minorías.

Bajo el supuesto anterior, y dada la composición de asambleístas por circunscripciones, es posible que la “franja de seguridad” (alta posibilidad de que un candidato sea electo) en las circunscripciones de entre 4 y 5 asambleístas sea 1 para cada gran actor (partido de gobierno y coaliciones opositoras). Sería muy difícil para cada partido/coalición individualmente considerado lograr más de dos curules en esas circunscripciones. Obviamente, manteniéndose la supuesta distribución equilibrada, sin una polarización que arrastre a los resultados de legisladores. Una polarización podría darse en la elección presidencial de primera vuelta. La cuestión a simular es que esa polarización, sin embargo, pueda arrastrar en esa misma proporción a la votación para asambleístas.

La pregunta estratégica que me hago es: ¿Qué modelo de representación está gestándose en el Ecuador? ¿El partido grande, hegemónico, tradicional o coaliciones de partidos que se aproximan a partidos plataforma, algo parecido al sistema uruguayo?

Termino este artículo con un dolor y un recuerdo. Ha muerto Orlando Alcívar, secretario de la administración durante el último tramo de la presidencia de Jaime Roldós, con quien colaboré. No lo encontré por mucho tiempo. Pero, hace poco, cuando se produjo, tuve la sensación de que el respeto mutuo y la consideración humana estaban intactos. ¡Que grato recuerdo! (O)