El Gobierno insiste en que tenemos un problema de recaudación fiscal por factores que escapan de su control. Pero una observación a la evolución del gasto y recaudación del Estado ecuatoriano entre 2007 y 2015 nos lleva fácilmente a la conclusión de que al gobierno de la Revolución Ciudadana el dinero nunca le alcanza, ni siquiera durante los años de la bonanza petrolera.

La recaudación ha experimentado una bonanza entre 2007-2015 –que bien podría estar relacionada con aquella del petróleo–, pasando de 26% del PIB en 2007 hasta llegar al alto nivel de 39% en 2011, nivel que se mantuvo en 2012 y 2013. Es cierto que cayó ligeramente en 2014 a 38%, marcadamente a 34% en 2015 y que se proyecta que continúe disminuyendo hasta llegar a 30,4% en 2016. Pero nótese que una recaudación de 30% del PIB todavía sigue estando muy por encima del promedio de la recaudación de 22% que obtuvo el Estado en el periodo anterior a la bonanza petrolera (2000-2006), cuando la economía igual creció a un sano promedio de 4,2% –que por cierto es muy similar al promedio de crecimiento de los primeros siete años de la Revolución (4,3%)–.

Ahora veamos la otra cara de la moneda, el gasto. Antes de la revolución, entre 2000 y 2006, la proporción del gasto en relación con el PIB era casi siempre menor a aquella de la recaudación (la excepción es el año 2000). El gobierno de la Revolución recibió una administración pública que en 2006 registró un superávit global en el presupuesto de 2,9% del PIB. En pleno inicio de la bonanza petrolera, el Gobierno empezó a disminuir ese superávit y le tomó tan solo dos años en convertirlo en un déficit persistente y creciente: déficit global de -3,57% en 2009, que luego disminuyó para solo volver a subir en 2014 y 2015, dos años consecutivos de déficit superiores a 5% del PIB.

La economía crecía a una tasa similar con niveles de recaudación y gasto marcadamente inferiores. Aun así, al Gobierno nunca se le ocurre otra cosa que aumentar impuestos. Como indica Manuel González-Astudillo, tanto durante la fase inicial de la bonanza petrolera como durante la breve interrupción de esta en 2009, así como durante la segunda y final etapa de la bonanza, el Gobierno siempre ha reaccionado de igual forma: subiendo impuestos.

Tampoco es cierto que estamos cargando una pesada cruz al estar dolarizados. Mientras el FMI proyecta una contracción de 4,5% en 2016 para el Ecuador, ese mismo organismo estima que El Salvador crecerá el 2,5% y Panamá el 6,1%. Estas son economías dolarizadas que han continuado creciendo a pesar de la supuesta inconveniencia de sostener déficit en la cuenta corriente (que incluye la balanza comercial) y de la apreciación del dólar.

Todo esto quiere decir que la práctica de gastar más de lo que le sacaron a los contribuyentes, sumado a lo que obtuvieron por ingresos petroleros extraordinarios –y no obstante la ventaja de estar dolarizados– es inherente al modelo estatista/populista de la Revolución. De manera que es fácil prever que darle más dinero a un gobierno que tiene una adicción al gasto no generará recuperación, sino más bien profundizará la recesión. El problema es el gasto y eso se resuelve reduciéndolo. (O)