Mi marido vive la mitad de la semana en el campo, en el barrio Boliche justo al pie de los Illinizas. Ahí el aire es puro, el clima frío y las historias de su gente de lo más variadas, hay algunas fascinantes y otras tétricas. Hay algunas graciosas y otras preocupantes. A veces pienso que la imaginación de Santi le juega malas pasadas porque las historias son por demás increíbles. Debo reconocer que en ocasiones ni yo, ni mis hijas (trío de citadinas enfermizas) le creemos del todo, por ello cuando él nos cuenta sus leyendas rurales y trata de convencernos de la veracidad de la información, nosotras le embromamos y atribuimos la noticia a Radio Boliche o www.bolicheinmediato.com.
Debajo de un puente cercano que cruza una quebrada vive un duende, por ahí nadie camina en la noche porque corre el riesgo de desaparecer. Junto al duende están también el mal aire y otras creencias que llenan de temor a los vecinos. Lo bueno es que en el pequeño poblado todos se llevan bien y son muy solidarios.
Un día, uno de los partidarios de mi marido llegó a pedirle un consejo, no sabía qué hacer ante una propuesta de negocio que había recibido de un foráneo que le ofrecía billetes de veinte dólares al módico precio de ocho.
En otra ocasión, una de las pequeñas casas del barrio apareció con un letrero que decía “Banco”, un otavaleño era quien ejercía el cargo de gerente propietario y sobre todo captador de dinero. Otro vecino apareció de prestamista con un cómodo interés del 2% y cuando la gente fue a pedir un préstamo acorde con sus necesidades, el hombre les dijo que él solo daba de quinientos mil dólares en adelante, que él no era chulquero.
Hace algunos años, recuerdo que se asoció con un campesino para colocar en su propiedad varios panales y cultivar miel de abeja (porque la vecina María tiene alergia al picado, y por ello mi marido no quiso colocarlos en la nuestra). Al poco tiempo de establecida la sociedad este hombre le contó que solicitó a un chulquero dos mil dólares, ¿para qué tanto?, le preguntó Santi, pero él le explicó que era una inversión porque con esos dos mil dólares iba a lograr que a su hermano policía, afincado en el Oriente, le dieran el pase a Alóag, que era una las mejores zonas del país. Mi marido no entendió de qué iba el negocio ¡No se meta con chulqueros!, le aconsejó, pero luego se dio cuenta de que el policía hermano de su socio recuperaría rápidamente ese dinero y a pesar de los intereses del chulco, todos saldrían ganando.
Obviamente no creímos esa historia hasta estos días en que una olla de grillos se ha destapado y la cadena de ilegalidades, para negociar los pases en la Policía, parece ser más larga de lo que se ve. En esa ocasión, Radio Boliche tuvo la primicia y yo siento que me niego a creer estas historias porque me entristece ver que la “modernización” va dañando a esta ingenua, decente y pacífica comunidad.(O)









