Hasta el más ateo convencido sabe que Dios es infinitamente bueno en su bondad, hasta el terriblemente pagano conoce que Dios es justo de justicia absoluta, que da a cada oveja su pareja y reparte los dones a todos sus hijos, creyentes y no creyentes, por igual. Sin embargo, yo, en mis noches de insomnio y angustia existencial, dudo de esta justicia divina y me quejo amargamente: ¿por qué el momento de repartir escrúpulos, por ejemplo, a mí me los dio todos? ¿Por qué, cuando concedió “pendejura” a mí me puso en primera fila? Bien dice mi hija Mariapaz que yo no entiendo nada de nada, que no me he enterado que el superlativo de bueno, es cojudo. Lo cierto es que este rato, casi al finalizar un año en el que he trabajado muchísimo, me doy cuenta de que mucha gente me ha goleado la confianza ¡pero por la galleta!

Este momento, en que debería estar pagando el décimo tercer sueldo a mis empleados, estoy aquí, dándome golpes de pecho y rezando: por pendeja, por pendeja, por grandísima pendeja...

Aquí estoy agarrada dos cartas, una de otra librería, a la que le vendo libros, que dice que desde hace dos años está cambiando su sistema y que justo este rato está migrando los datos, y que por esta razón espere sentada porque me pagará en febrero; y otra, de una entidad pública que me informa que tan pronto papá Estado le deposite, ¡bum! me paga.

Pero yo no aprendo, no me entra, soy incapaz de hacer lo mismo. Yo me como las uñas, me trepo por las paredes, pido sobregiro, préstamo, anticipo, cuando lo lógico sería sentarme a escribir sendas cartas al IESS, al SRI, a la EMAP, CNT, etcétera, explicándoles que cuando me paguen, pagaré, rogándoles con el ecuatorianísimo “¿qué han de hacer? Por Dios les pido, no sean malitos” ¡Ténganme paciencia!

Tal vez lo mejor será mirar las cosas con el optimismo y la cara dura de otros, pararme firme y gritarle al mundo que me pueden robar todo, menos la esperanza, pero no, a mí Dios me puso demasiada sangre en la cara, me colmó de decencia y ¡heme aquí! Sin poder decir ¡maldita sea mi estampa! Porque mi religión me lo prohíbe.

A riesgo de que me crean bipolar, debo confesar que estoy contenta porque en este mundo no todo es plata y a pesar de todo agradezco a la vida por mi familia, mis amigos y ahora mis lectores. Muchos de ellos me escriben, algunos me elogian, otros me insultan, pero lo importante es que me dicen lo que sienten. Recibo frecuentemente mensajes de Roger Tenorio, un guayaquileño que vive cerca de Boston y lee mis artículos, pero este diciembre se pasó, apareció en la librería en cuerpo y alma, traía para mí un abrazo, su mejor sonrisa y unos bellos libros infantiles. Gente como él me hacen volver a tener fe y decir ¡gracias Roger!, gracias a todos mis lectores por ser como son. Desde esta columna les mando un fuerte abrazo y les deseo un feliz Año Nuevo a todos. (O)