A veces ocurre que uno se detiene en una frase que altera nuestro ritmo habitual. Se instala y no sabemos cómo quitárnosla de encima. Un poco como las alimañas de las que hablaba Cortázar y que él se quitaba escribiendo cuentos, lo que me hace pensar que la escritura de Rayuela, siguiendo una regla de tres a la inversa, fue una limpieza de casa a fondo. Como la extensión de este artículo no da como para una novela, mi viaje no será tampoco como el del escritor francés Xavier de Maistre, con su Viaje alrededor de mi cuarto, título centrípeto que tiene la virtud de llevarnos muy lejos. Y para quienes reclamen que por qué irnos tan lejos y citar a un francés –aunque volveré a Francia en unas líneas–, pues les cito al colombiano Zalamea Borda con sus Cuatro años a bordo de mí mismo, otro de esos libros centrípetos, de título hermoso, tan hermoso que a veces uno sospecha que todo quedó resuelto en el título.
Las frases insidiosas aparecen en un contexto que no se puede omitir, porque pierden sentido. Ya sabemos que el lenguaje depende de su contexto, es decir, que no anda solo. Cuando anda un poco más solo se llama poesía. El contexto de mi frase ocurrió cuando caminaba por la calle Verdi, en mi barrio barcelonés de Gracia, lo que quiere decir en Cataluña (es decir, por el momento, en España). Y ahí vamos. Pasaba delante de la librería Taifa, una pequeña librería que se diferencia de las habituales llenas de novedades, porque lo mejor está al fondo de la misma: su sección de libros de segunda mano. Fue una de las primeras que conocí en Barcelona. No tuvimos un primer encuentro fácil. Su emblemático librero, Batlló, a sus años, no tenía cara de buenos amigos. Como uno de los mayores placeres que tengo al entrar a una librería es darme cuenta de que ese día vencí, que no compré ningún libro innecesario, cuando salía de Taifa, Batlló me miraba fijamente y a mi saludo de despedida respondía con otro que parecía un gruñido y que, traducido, significaba: otra vez sin comprar libro, Valencia. De manera que cuando yo compraba un libro, lo primero que hacía era acercarme campante para que Batlló fuera un librero feliz. Pero Batlló volvía a gruñir. Lo entendí con los años. Batlló es un poco sordo. A veces, despistado de mí, es él quien me saluda por las calles de Gracia, por lo que él piensa que yo soy un poco ciego. La verdad es que casi ya no va a la librería por su avanzada edad. Veo a los nuevos libreros, especialmente a Jordi, que está en las antípodas de Batlló, es decir, escucha muy bien, y que a veces se ríe conmigo cuando digo que no encontré nada. No me gruñe, claro está, más bien me hace descuentos especiales, por lo que termino comprando más libros que en la era Batlló. El asunto –porque ya me estarán reclamando la dichosa frase instalada– es que Jordi y sus colegas libreros pusieron una pizarra en la entrada de la librería y en ella anotan, de cuando en cuando, una frase que será la primera lectura en los reinos de Taifa. La que me llamó la atención es la que está ahora mismo, al menos hasta ayer. Dice así: “Separatistas del mundo, ¡uníos!”.
Ahí fue cuando me detuve. ¿Por dónde tomar esa frase? Es como la paradoja del cretense Epiménides que siempre andaba diciendo: “Todos los cretenses son mentirosos”. ¿En qué quedamos? ¿Podemos creerle a un cretense si todos son mentirosos? Pero si Epiménides, siendo cretense, nos lo aclara, ¿entonces podemos creerle a un cretense? Volviendo a nuestra frase en contexto catalán independentista –“Separatistas del mundo, ¡uníos!”– la pregunta sería: ¿deben unirse más los que quieren separarse y así tener más fuerza y lograr de una buena vez sus propósitos? Sobre todo ahora que ha quedado claro que los separatistas llegan, voto más, voto menos, a la mitad. ¿O esa frase es más bien una reconvención taifeña, conciliadora, librera –a fin de cuentas quienes creen en los demasiados libros y no en Un Solo Libro, nunca serán fundamentalistas– que sugiere dejarse de separatismos y unirse de una buena vez? O incluso, enchurando más el churo (que traducido para mis amigos españoles y catalanes quiere decir “rizando más el rizo” o ensortijando más el mechón de pelo), ¿será que la frase va dirigida a los fanáticos nacionalistas españoles y catalanes –a la larga terminan siendo lo mismo– para que dejen de andar perdiendo el tiempo cuando hay cosas más urgentes como lo sabemos todos los ciudadanos de a pie y Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona?
Confieso que no lo sé. La frase me siguió dando vueltas como si fuera una manzana expuesta a la espera de una nueva mordida hermenéutica y corría el riesgo de desaparecer. Hasta que de pronto, la noche del viernes 13 de noviembre de 2015, es decir, hace pocos días, la frase estalla porque todavía resuenan los tiroteos y las bombas que mataron a más de un centenar de personas en París a manos de terroristas del Estado Islámico. Uno se pone a pensar a qué locura nos dirigimos por culpa de quienes insisten en eso de levantar fronteras, separar familias, amigos y parejas, y que pese a todo lo que la memoria histórica atribuya a los errores del antiguo colonialismo francés y la injerencia armamentista, es incuestionable que en esas calles masacradas de París, calles de barrios multiculturales, llenas de inmigrantes y estudiantes, y no precisamente de las élites del poder, hay gente de todo el mundo, muchos de ellos alejados de los insufribles gobiernos de sus países. Civiles, en resumen, que se refugian allí y mueren por culpa de esos separatistas que están unidos, muy unidos, hasta conseguir a cualquier precio sus propósitos de ampliar, reducir o cerrar fronteras. Y quizá por eso la frase no se marcha y hay que viajar alrededor de ella para encontrar el sentido brutal de su paradoja y lo que anuncia. (O)
Jordi y sus colegas libreros pusieron una pizarra en la entrada de la librería y en ella anotan, de cuando en cuando, una frase que será la primera lectura en los reinos de Taifa. La que me llamó la atención es la que está ahora mismo, al menos hasta ayer. Dice así: “Separatistas del mundo, ¡uníos!”.