En más de una década, por una mezcla entre un periodo sostenido de buenos, muy buenos o excelentes términos de intercambio, sumados a políticas públicas focalizadas y/o de ampliación de la base de los beneficios sociales, América Latina experimentó un crecimiento sin precedentes de su clase media en el periodo del boom de los precios de los commodities. Esta transformación se contrapone a la idea que históricamente se había instalado en el imaginario regional, de que la clase media estaba en proceso de desaparición y que el debate sobre el poder era uno entre ricos y pobres o sobre cómo los pobres pueden acceder al poder a través de una mediación política más arraigada en lo popular (populismo), o con una visión paternalista frente a la pobreza.

La discusión sobre la clase media se había invisibilizado. Los votos de los pobres, por factor de acumulación, siempre habían sido más apetecidos. Y el discurso y el enfoque que primaban presuponían mucho del asistencialismo y voluntarismo necesarios para animar a las masas populares. Como la transformación ha sido importante y relativamente rápida, la respuesta de la institucionalidad estatal a esta nueva realidad ha estado rezagada. En la institucionalidad estatal latinoamericana –y en su lógica funcional– prevalece una idea de inclusión desde el acceso a servicios públicos básicos como la educación, la salud y la seguridad social. Pero tradicionalmente ha existido poco énfasis en la mejora sustantiva de su calidad.

En los países en donde la pobreza es menor el debate es distinto y el imaginario de clase media cobra relevancia, un fenómeno cada vez más extendido a nivel regional. Tanto la Cepal como el Banco Mundial reportan una transformación sustantiva en América Latina, con la generación de 50 millones de clase media en los últimos 12 años. Si bien la mayoría de la clase media es media-baja y, por tanto, muy vulnerable a una reversión de cualquiera de los dos factores que facilitaron su emerger (políticas sociales focalizadas y un entorno macroeconómico positivo), el aumento de la clase media ha permeado a lo largo de la región, con dimensiones notables en los casos de Brasil y Chile, lo que permite avizorar una redefinición de la forma de hacer política, de la necesidad de un diálogo igualitario y de nuevos modelos de participación.

Es ahí donde pareciera existir la paradoja: los beneficiados con el éxito de las políticas públicas y el crecimiento son los primeros que levantan la voz para pedir cambios.

Lo que ocurre es que la clase media despertó y quiere precautelar su sostenibilidad a través de una profundización de la calidad de los servicios públicos y de su participación activa en la sociedad, como veedores de la democracia. Quieren hacer sentir su voz en las calles y en el ciberespacio. Quieren expresar que no basta con el acceso y que se puede dar un salto de calidad para que la educación pública sea de excelencia, como en Finlandia. Desean tener un sistema político sin corrupción y una justicia que se aplica sin distinción de bolsillos.

El coctel entre información, tecnología y una mirada global permitía abrigar un despertar de la clase media de la región. Hasta 2014, Latinoamérica parecía dejar atrás un pasado anclado en la pobreza y empezaba a creer que el desarrollo era posible para todos.

Pero este proceso ahora se enfrenta con desafíos enormes, particularmente en un contexto futuro mucho más restrictivo. Los expertos prevén que en los próximos años los precios de las materias primas serán considerablemente menores a los experimentados entre 2004 y mediados de 2014. Y eso implicaría una importante reducción de ingresos, una situación fiscal más precaria y, en los casos de los países sin fuentes de financiamiento externo, una deuda más riesgosa y costosa. Dicho escenario puede larvar el advenimiento de ajustes dramáticos que, como ocurrió en los años ochenta y noventa, harían aumentar la pobreza, afectando a los “nuevos” y “viejos” clases medias.

Por eso el cambio de la situación macroeconómica que está experimentado América Latina es la prueba de fuego para la expansión regional de la clase media. No es solo un problema económico que debe discutirse como algo inevitable. Existe toda una construcción social y un ideario que ha permeado en las sociedades latinoamericanas, mucho más críticas y conscientes de sus derechos y de su condición adquirida como clases medias. Los factores de estabilidad social y sus derivas políticas son cruciales a la hora de pensar los posibles caminos a seguir frente a un futuro económico complicado.

La pregunta clave es si la región elegirá jugarse por dar un salto hacia adelante, sosteniendo la base de lo logrado de manera coherente e inclusiva, o decide dar el paso hacia atrás, regresando a la lógica de pobreza, tan atentatoria para su desarrollo. De eso dependerá si el de la clase media latinoamericana es un despertar a una realidad mejor o a una pesadilla atávica. (O)

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