Europa ha sido marcada por una crisis migratoria que está desbordando su capacidad de respuesta. En el transcurso de 2015 se calcula en cientos de miles el flujo migratorio de los desplazados de los conflictos que asuelan Siria, Irak, los países del África Subsahariana y del cuerno africano, que se suman a las víctimas del vacío de poder de varios países árabes tras la primavera de 2011. No es un tipo de migración, sino la suma de todos los fenómenos que generan grandes desplazamientos: guerras, conflictos políticos, persecuciones étnicas o religiosas y las nunca bienvenidas crisis económicas.

Los procesos migratorios han generado tensiones en Europa en los últimos años, incluso aquellos que formalmente han sido bienvenidos. La Unión Europea, por ejemplo, permitió que ciudadanos de los países menos desarrollados económicamente se desplazaran a los países con más altos ingresos sin restricciones. Para algunos países receptores, las tensiones que ha provocado este tipo de migración han llevado a replantear la libre circulación en la Unión Europea. Es el caso de Reino Unido, que propone establecer una cuota especial anual para limitar el crecimiento de la migración dentro de la Unión Europea. También hay aspectos internos que han endurecido las políticas migratorias, como el emerger de los partidos xenófobos de extrema derecha, que en países como Francia y Reino Unido alcanzan el tercer puesto en las preferencias electorales. A todo esto se suma la restricción económica que los países europeos han tenido que afrontar desde la crisis financiera de 2008, gatillando las reticencias de sus ciudadanos a querer compartir recursos escasos con extranjeros.

Este ha sido el telón de fondo que enmarca la discusión europea sobre la crisis migratoria de 2015. La fuerza que han ganado los movimientos políticos xenófobos, las restricciones presupuestarias y las políticas migratorias más duras son manifestaciones de un clima de convivencia cada vez más difícil. Este cóctel explosivo se nutre de otros elementos, como el terrorismo fundamentalista y los coletazos de la política exterior europea.

La crisis de los desplazados tiene mucho que ver con los capítulos de intervención, retirada y monitoreo de una política exterior europea sinuosa que ha larvado crisis humanitarias. Los casos iraquí y sirio son ejemplificadores. La caída de Sadam Husein no significó el reemplazo de su macabra dictadura por un sistema democrático. Lo que emergió fue una mezcla fusiforme de conflictos étnicos, religiosos y de identidad que, tras la salida de Estados Unidos y sus aliados europeos de suelo iraquí, dejaron el campo libre para una guerra interna que se ha ido definiendo a favor del Estado Islámico.

En el caso sirio, la guerra civil entre opositores y adeptos al régimen de Bashar al-Asad escaló en magnitud y ferocidad, con su atroz estela de muertes y violaciones a los derechos humanos. Pero la decisión norteamericana y europea de salir de Iraq y apoyar a la oposición siria no contaba con el crecimiento del Estado Islámico, que ahora amenaza con convertirse en un califato extremista que domina parte de Irak, Siria y el Kurdistán. Son estos resultados impredecibles y truculentos los que han ido acumulando desplazados. Según la Acnur, solo el conflicto sirio ya acumula 10 millones de desplazados, de los cuales 5,5 millones son niños.

Es la responsabilidad frente a las consecuencias de sus propias políticas y la magnitud del desplazamiento migratorio lo que ha generado la necesidad de una respuesta urgente en la Unión Europea. Pero no todos los miembros de la unión han respondido de la misma manera. Hay una asimetría clara entre los países de llegada –como Italia y Grecia–, aquellos de tránsito –como Hungría y los países centroeuropeos– y los destinos finales –como Alemania y Reino Unido–. Cada uno carga con sus propios conflictos internos frente a la migración, su mayor o menor involucramiento en la política exterior europea y sus problemas fiscales para financiar a los desplazados y darles asilo. Esas diferencias son las que han enredado una respuesta consensuada a una crisis migratoria en la que la política exterior de la Unión Europea ha tenido injerencia directa.

Lo que preocupa son las consecuencias que el flujo migratorio pueda provocar en la euro-política. El fenómeno de los desplazados seguirá incrementándose a futuro a menos que el clima interno de los países en conflicto cambie, algo que nadie puede asegurar en el corto plazo. Las migraciones están produciendo nuevas reacciones xenófobas como se observó en República Checa, Polonia y Hungría. Probablemente se genere un patrón de respuesta política si es que los partidos xenófobos ganan más apoyo en las elecciones venideras. Si partidos antimigrantes –como UKIP, en Reino Unido, o el Frente Nacional, en Francia– llegaran al poder, la propia supervivencia de la Unión Europea correrá un riesgo enorme. Entonces se cerrarían las puertas para todos los migrantes, europeos y no europeos. (O)

No es un tipo de migración, sino la suma de todos los fenómenos que generan grandes desplazamientos: guerras, conflictos políticos, persecuciones étnicas o religiosas y las nunca bienvenidas crisis económicas.