En su visita a Ecuador el papa Francisco demostró que tiene talento para las sutiles artes políticas. Su pensamiento coincide con algunos postulados de la Revolución Ciudadana, lógico, comparten como ancestro la Teología de la Liberación. Sin embargo, sin desdecirse, el pontífice marcó hábilmente distancias del discurso del Gobierno ecuatoriano, todo sin aproximarse a la oposición. Por ejemplo, cuando dijo que este país se ha puesto de pie, el régimen lo interpretó como que se refería a su Revolución, mientras que los opositores entendieron que hablaba de sus recientes demostraciones. Con los matices que puso en sus comentarios en el viaje de regreso, de pronto podía ser una alusión al Primer Grito de Independencia. Estas ambigüedades, sin duda calculadas, provocan que, tras la partida del visitante, tanto los secuaces del correísmo como sus adversarios se disputen las piltrafas de su discurso. ¿Quién tiene razón?

No es de unas cuantas declaraciones hechas bajo presión política y mediática que se puede extraer la esencia de la doctrina del papa Francisco. Vamos a sus textos más meditados, en especial a su encíclica Laudato si, de reciente publicación. Sin ser el primer documento pontificio que toma posición frente a la problemática ética que plantea la ecología, es el más firme y decidido. Era necesario que la Iglesia ponga muy en claro la grave obligación moral que tiene el cristiano frente al cuidado de la biosfera de la Tierra. Estos deberes en la prédica diaria no solo deben establecerse sino, dado lo perentorio del asunto, privilegiarse, por lo menos con el mismo énfasis que se ha insistido hasta ahora en los asuntos sexuales. Un confesor debería preguntar a sus penitentes siempre sobre cómo actúan ordinariamente en este sentido.

La encíclica condena sin medias tintas el extractivismo. En esto último el Gobierno ecuatoriano, con la violación de Yasuní y sus agresivos planes de desarrollo minero, no es muy católico. Sin embargo, en muchos puntos, en demasiados como para que quepan dudas, Bergoglio achaca al capitalismo, al mercado, al liberalismo, las causas del deterioro ambiental. Sobre todo se ceba atacando a la modernidad. Y se obceca mezclando las causas y soluciones del problema de la pobreza con los ecológicos. Para esto no hay bases científicas ni fácticas. Es verdad que los pobres son las mayores víctimas de los desastres ambientales, pero la pobreza es en sí misma una causa de degradación de todos los recursos. La civilización moderna no es per se un sistema insostenible, catástrofes de esta índole han existido a lo largo de toda la historia de la humanidad, piénsese en lo que pasó en Teotihuacán e isla de Pascua. Y en los tiempos modernos los mayores desastres han ocurrido bajo regímenes socialistas (Chernóbil, Aral, Chad, lago Victoria, Alemania Oriental, etcétera). Creo que la fijación anticapitalista de Francisco I es, a la cuenta, más medular en su pensamiento que su ecologismo. Por eso digo, señores del socialismo del siglo XXI, disculpen, sí ha sido su papa, sigan nomás. (O)