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Bolivia con Luis Arce: El evismo sin Evo Morales

El contexto político del gobierno del mandatario, que está por cumplir un año en el poder, es completamente distinto al que tuvo su antecesor.

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Por Franz Flores/Latinoamérica21

Politólogo, profesor e investigador de la Universidad San Francisco Xavier de Sucre, Bolivia. Doctor en Ciencias Sociales con mención en Estudios Políticos por la Flacso sede Ecuador.

A un año de la elección de Arce como presidente del Estado boliviano conviene preguntar si su forma de gobernar es parecida o no a la de Evo Morales (2006-2019). A primera vista parece que sí: Arce, al igual que Evo, tiene un discurso agresivo con los opositores a los que acusa de seres sin patria, de golpistas sin redención ni sanción, y de masacradores sueltos e impunes a los cuales solo cabe perseguir y encarcelar.

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En este sentido, su perfil de economista y profesor universitario, de hombre de fórmulas matemáticas, su imagen de ministro de Economía de Evo, ha sido opacado por la aparición de esta versión evista de Arce.

Pero, más allá de los discursos encendidos de Arce, de su reminiscencia insistente de los meses del gobierno “de facto” de Jeanine Áñez, realmente Arce no puede, por más que lo intente, ser la mejor versión del evismo. Postulo que ahí se puede encontrar la causa de los problemas y tribulaciones de un Gobierno que, en menos de un año, ha retrocedido en varias iniciativas políticas, una de las más notables la Ley contra la legitimación de ganancias ilícitas.

Cuando gobernaba Morales, tenía bajo su mando no solo la primera magistratura del país, sino la jefatura de su partido, el MAS-IPSP, más la dirección de las nueve federaciones de cocaleros del Chapare. Es decir, tenía (todo) el poder estatal, todo el poder partidario y el dominio sobre uno de los sindicatos más relevantes del país.

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En cambio, Luis Arce solo tiene parte del poder gubernamental, tiene muy poca influencia sobre el partido que sigue en manos de Morales y no tiene llegada con las bases campesinas, acostumbradas o deslumbradas o convencidas por la figura de Evo.

En segundo lugar, como anota Fernando Mayorga (2019), un rasgo característico del estilo de gobierno de Morales era la concentración de las decisiones en su persona.

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Morales, si bien oía a sus bases, escuchaba a sus ministros y atendía los consejos de asesores, era quien finalmente tomaba la última decisión, muchas veces en franco desconocimiento de la opinión de su círculo más cercano.

Morales encaraba los conflictos, los hacía durar, los alargaba, los ninguneaba, los despreciaba y solo cuando tenía a las protestas en las puertas de Palacio de Gobierno reculaba, retrocedía en su decisión y accedía a las demandas. Era entonces que, frente a sus opositores (agotados por el cansancio de la larga lucha), anunciaba que retrocedía en su decisión bajo el discurso que había escuchado al pueblo, del cual, en una onda populista se sentía intérprete.

Se puede hacer referencia a la movilización de los médicos en contra de la Ley del nuevo Código Penal que duró casi tres meses (2017-2018) e implicó la presencia permanente de los galenos en las calles y la participación decisiva de otros sectores. Solo cuando Evo vio que la negativa del Gobierno era insostenible, procedió a la anulación de la mencionada Ley.

En cambio, Arce, ante el primer viento en contra, ante la primera amenaza de movilización, retrocede, se asusta, busca establecer o reestablecer la paz. En octubre de este año, el conflicto que despertó la Ley de legitimación de ganancias ilícitas solo duró una semana: ante el solo anuncio que actores estratégicos como los mineros cooperativistas y los gremialistas ingresaban a las movilizaciones, el Gobierno paralizó en seco el tratamiento de la Ley en la Asamblea legislativa.

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Morales hace política en todo momento, en sus horas libres, cuando hace deporte o juega al fútbol contra adversarios que, curiosamente, siempre pierden; tiene una larga experiencia en los conflictos, en las luchas callejeras y de caminos y, a pesar de que exhibe una envidiable vitrina con títulos de doctor honoris causa, solo ha logrado el bachillerato.

En cambio, Arce no tuvo una carrera política sino académica, no sale de alguna cantera sindical, ni siquiera de las altas dirigencias masistas, gusta de dar clases y es un burócrata eficiente y de carrera. Si a Evo le faltan aulas, a Arce le faltan calles.

Con todo, esta es una explicación parcial. El contexto político y social también juega y mucho. Morales gobernó un país donde la oposición era un mero globo de ensayo de las élites económicas asustadas ante la irrupción de un partido populista. La misma, ya sea por la aprobación de la nueva Constitución en 2009 o de su fracaso en el referendo revocatorio de 2018, había sufrido una derrota moral de la cual le costaba salir.

Además, tenía una sociedad satisfecha con los efectos de la bonanza de la economía y la movilidad social asociada a la misma.

En cambio, el contexto político del gobierno de Luis Arce es completamente distinto.

Tiene tras de sí una grave derrota política con la salida de Morales del poder en noviembre de 2019. Si bien en la narrativa del MAS (del cual Arce se ha convertido en un entusiasta emisor) hubo un golpe de Estado urdido por una elite oligárquica que manipuló masas incautas, en realidad, detrás del retroceso en las decisiones de Arce está el temor que, así como pasó en 2019, el conflicto desencadene uno mayor que, nuevamente, ponga en jaque al Gobierno.

En suma, existen tres elementos que problematizan la gestión de Luis Arce. En primer lugar, Arce no puede concentrar las decisiones, de hecho solo tiene dominio pleno sobre el área económica. En segundo lugar, carece de la experiencia política como para poder administrar una iniciativa política polémica y llevarla a cabo y, en tercer lugar, no parece que tenga mayor llegada en los movimientos sociales afines al MAS.

El presidente Arce necesita urgentemente dar identidad y proyecto político a su gobierno, puede ser el líder que encare, por ejemplo, una profunda reforma a la justicia boliviana, hasta ahora ahogada en corrupción, ineficiencia y sumisión al poder gubernamental. Para ello es necesario el apoyo de varios actores hasta ahora no tomados en cuenta. Todo político busca dejar un testimonio de su paso por el poder, continuar bajo los parámetros del evismo, no parece ser suficiente. (I)

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