En Eduardo Peña Triviño recayeron los efectos de los primeros remezones políticos del país de la convulsionada década del noventa, del siglo XX, ya que reemplazó al exvicepresidente Alberto Dahik en el cargo, luego que este renunciara en octubre de 1995 y se asilara en Costa Rica.

Su salida se dio tras un juicio político y denuncias por el manejo irregular de los gastos reservados después del conflicto bélico con Perú ocurrido entre 1994 y 1995.

Peña desgrana estos y otros episodios de su vida en Otero, título de su último libro que hace referencia a un “cerro aislado que domina un llano”, que es la definición de esa palabra. Lo hace, como el mismo indica en la introducción, porque siente que a sus 86 años puede mirar el pasado con tranquilidad.

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En entrevista con este Diario lamenta que la reforma curricular que propició como ministro de Educación durante el gobierno de Sixto Durán-Ballén (1992-1996) no arrojó el resultado esperado porque hubo falta de continuidad en su aplicación. Y critica a la clase política actual por su afán de refundar y reconstruir bajo la premisa de que todo lo pasado es malo y emerger como salvadores y la panacea.

¿Cómo fue asumir la Vicepresidencia en medio de graves acusaciones de corrupción por el manejo de los fondos reservados?

El asunto de los gastos reservados es algo en lo que no intervine. En su momento no se pudo probar nada, incluso el economista Alberto Dahik fue absuelto en un juicio político en el Congreso. No se puede comprobar a quién se ha pagado, es pura confianza, porque según la ley el Fondo Rotativo de Gastos Reservados tenía que ser verificado solamente por el contralor que mira los egresos y las firmas, cuadra las cuentas y los comprobantes y recibos se destruyen por mandato de la ley. No queda ninguna prueba.

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En Otero afirma que los fondos reservados se usaban para ‘las tareas sucias del gobierno, como el pago de coimas y compra de sentencias’, ¿es una práctica similar a los artilugios de la política actual?

La política no es un trabajo de ángeles, siempre hay que hacer cosas que usted a veces puede resistirse a hacerlas, los regímenes tienen que hacer también trabajos sucios, no digo que el actual lo haga, pero todos los gobiernos del mundo tienen que hacer este tipo de trabajo, todos, nadie se escapa, es una realidad. Incluso en nuestro gobierno los gastos reservados se utilizaban para completar el sueldo a algunos funcionarios porque los presupuestados eran infames. Es inevitable porque esa es la condición humana, todos los gobiernos del mundo manejan gastos reservados, no hay ninguno que se escape, es como una especie de maldición, pero tienen que hacerlo.

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Usted indica que dudó en aceptar al inicio el cargo de vicepresidente, ¿por qué?

Tenía muy poco tiempo como gerente general de Seguros Sucre, que en ese entonces era del Banco del Pacífico. Un trabajo en la Vicepresidencia de once meses (estuvo en ese cargo entre agosto de 1995 y agosto de 1996) no me interesaba ni en la parte personal, ni económica, los sueldos eran una miseria. El sueldo de ministro de Educación (ocupó el puesto entre agosto de 1992 y enero de 1994) no me alcanzaba para pagar ni el alquiler de un pequeño departamento que alquilamos con mi esposa para vivir en Quito. Mi duda era personal sobre si debía dejar la empresa, por eso no quería aceptar, pero cuando Sixto (Durán-Ballén) llamó y me dijo que lo pedía como amigo, entonces ya me desarmó y acepté.

¿Qué era lo que más le preocupaba al momento de asumir?

El problema más grave era el conflicto de límites con Perú, porque había el peligro de que la guerra pueda reiniciarse ya que estábamos en un statu quo (ante bellum, principio usado para referirse a la retirada de las tropas y al retorno a las condiciones previas a la guerra). A pocas semanas de haber iniciado la Vicepresidencia, el canciller (Galo Leoro Franco) pidió una reunión reservada con el presidente y conmigo en la que nos dijo que el general peruano (Nicolás) Hermoza quería ser mariscal y tenía que ganar una guerra, había perdido la del Cenepa, entonces presionaba a (Alberto) Fujimori (presidente de Perú en ese entonces) para volver a las hostilidades. Las negociaciones de paz no avanzaban en nada, cada delegación estaba fija en sus posiciones sin ceder, entonces se me ocurrió proponer que los delegados de los garantes (del protocolo de Río de Janeiro de 1942 que eran Argentina, Brasil, Chile y Estados Unidos) puedan intervenir facilitando el diálogo y planteando soluciones (lo que hasta ese momento no podían hacer). Sixto aceptó la idea, se propuso y fue aceptada, entonces allí empezó a destrabarse el nudo gordiano del problema que finalmente lo solucionó (Jamil) Mahuad con el Tratado de Brasilia.

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¿Y esa idea que derivó en que la opinión de los garantes sea vinculante fue la mejor decisión, porque finalmente el límite se estableció en la cordillera del Cóndor y se perdió el río Cenepa?

Ese era el riesgo, hicimos muchos esfuerzos diplomáticos para conseguir el acceso al Cenepa y de allí al Amazonas, pero al ponerse esto en manos de los garantes, ellos acudieron al informe del perito Días de Aguiar que decía que el límite debe ser el río Cenepa, cuando hicieron el estudio recién se conoció el problema del protocolo, que en esa parte era inejecutable. Pero el espíritu del perito Días de Aguiar era ir por las cumbres de la cordillera del Cóndor, que es la línea divisoria. El problema es mucho más antiguo, y en esto nos sirve la historia: en 1809, antes de la independencia, el rey de España dictó una cédula creando el Obispado y la Capitanía General de Jaén y Maynas en la región Oriental y para los efectos prácticos segregó ese territorio de la Real Audiencia de Quito y se lo dio al Virreinato de Lima. Entonces la línea divisoria, dice esa cédula, es desde cuando los ríos que entran al Amazonas por la margen izquierda son navegables, ese es el límite, fue lo que aceptaron los libertadores cuando establecieron los límites de los países que habían liberado. Son problemas que vienen de la colonia. Cuando los garantes dieron su veredicto por la cumbre de la cordillera del Cóndor, perdimos el Cenepa que quedó para Perú. Para Durán-Ballén y para mí fue una gran decepción.

¿Por qué no se hizo pagar estipendios de la cuenta de gastos reservados pese a que usted no vivía habitualmente en Quito y podía recibir viáticos de allí?

Lo pude haber hecho, pero no lo hice porque primero cuando fui ministro tenía licencia con sueldo de la Reaseguradora del Ecuador, que era la empresa en la que trabajaba. La situación como vicepresidente fue diferente. Tenía ahorros suficientes para poder mantenerme, tuve que alquilar una suite del hotel Oro Verde (en Quito). El sueldo de vicepresidente sí me alcanzaba para pagarlo. En ese entonces ya los ministros se habían quejado de los sueldos y finalmente les pagaron más. Casi no tenía gastos. El Estado pagaba al chofer, al edecán, la gasolina y andaba en carro del Estado. Lo único que sí pagaba era el desayuno, entonces no significó un gasto importante.

¿Los sueldos bajos en la función pública son precursores de actos de corrupción?

Es cuestión de cada cual, cuando le hacen una propuesta de esta clase hay que poner en una balanza las cosas positivas y negativas. Para mí el ministerio era un desafío. Hice un consejo de familia y llamé a un sacerdote amigo a ver qué les parecía. Me dijeron que acepte porque para mí pesó más lo que podía hacer en el ministerio que la carga económica que no era significativa.

Ciertos políticos llegan al poder con la idea de cambiar todo, pero usted decidió mantenerse con la política económica esbozada por Dahik.

No lo hice porque apoyé como ministro de Educación el plan económico de Dahik cuando fue presentado en 1992. Era un plan que requería financiamiento extranjero del Fondo Monetario Internacional (FMI). Este ponía ciertas condiciones, siempre las ponen, como reducir el gasto corriente, quitar el peso de la burocracia, la receta que se conoce en todo el mundo, todas las medidas que se conocen y por las que el FMI es odiado, creo injustamente, por muchas personas. En ese momento se dijo que no habrá aumento de sueldo a los trabajadores públicos, que sería cero, dijo Dahik, entonces el frente social del que yo era parte protestó y yo estaba callado. Cuando el frente económico presenta el plan de ajuste, vi que tenían razón. El presidente Sixto me preguntó qué opinaba, y yo dije que Dahik tenía razón, entonces mis amigos del frente social me decían que cómo es posible. Recuerdo que Alfredo Corral, que era el ministro de Trabajo, se echó para atrás y me miró. Eran personas confiables, el ministro de Finanzas era Mario Rivadeneira, el de Planificación era Pablo Lucio Paredes, conocen de economía. El plan empezó a dar sus frutos con la reducción de la inflación. Cuando llegamos al poder estaba en casi el 50 %, entonces a los seis meses empezó a bajar y cuando salimos quedó en 22,5 %. Además, hubiera sido insensato cambiar si faltaban diez meses para terminar el periodo.

Pero entonces qué se dejó de hacer después en los regímenes que siguieron para derivar en la crisis económica de 1999.

No tienen en cuenta las tragedias que sufrió el país debido a la naturaleza. Se dieron inundaciones que asolaron los campos de las provincias de Los Ríos y El Oro, se dañaron plantaciones enteras de banano, arroz, soya. Muchos préstamos que se dieron a los agricultores no pudieron ser cubiertos, entonces no es solo un mal manejo de las finanzas de los gobiernos que vinieron después, sino también por efecto de la naturaleza que no se pueden controlar.

Describe a Sixto Durán-Ballén como alguien pragmático, respetuoso que no hacía propaganda de sus logros, entonces considera que fue la antítesis de los políticos populistas que le siguieron en el poder hasta ahora.

Sixto decía que era el presidente más impopular de América Latina y estaba muy preocupado por ello, entonces le decía que no informaba lo que hacía. Nosotros no hemos sido gobierno de primeras piedras sino de conclusión de obras, me parece que se debe informar a la nación lo que se ha hecho. Cuando terminaba la jornada, él se fumaba su cigarro y tomábamos coñac y yo me iba a mi casa. Él a veces se quedaba en Carondelet, otras se iba a su casa. Después empezamos a informar y terminó con una excelente popularidad.

¿Aún perdura algún efecto de la reforma curricular que usted presentó y aplicó cuando era ministro?

No lo sé, pero el asunto es que yo pensaba que el fruto se iba a ver en dos generaciones. La reforma se basaba en dos pilares. El uno se llamaba científico-instrumental, que son las matemáticas y el idioma. El otro es el módulo ético-cívico, enseñanza en valores. Allí se enseñaba a ser honesto, trabajador, hacer el bien, ayudar a los demás, a ser solidario, llevarse bien con la gente, a amar su patria y su ciudad. Se hizo la campaña en televisión de buenas costumbres a través del personaje Hugo el Búho.

¿Ha visto algo de esos frutos dos generaciones después?

No los veo porque si usted se fija en la ética, usted ve cómo es el país ahora, la calidad de muchos de los funcionarios públicos, en la Asamblea, en las cortes, se da cuenta de que ese módulo ético-cívico no se cumplió, no se enseñó. En el gobierno de Sixto se siguió la reforma curricular, pero después no puedo decir nada. Ya en los gobiernos posteriores no lo sé. (I)