Un grupo de científicos detectó la presencia de una subespecie de olingo no reportada en Ecuador a partir del análisis genético de un grupo de ejemplares que habitan en el Quito Zoo y que fueron rescatados de situaciones de mascotismo.

Los investigadores tomaron muestras de sangre de cada uno y pudieron determinar que uno de ellos, llamado Munay, en realidad pertenecía a la subespecie Bassaricyon medius orinomus, cuya distribución, según el estudio, se consideraba limitada a Panamá y tal vez el norte de Colombia.

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En contraste, se determinó que Clarissa, Macho y Lola, los otros tres olingos estudiados, eran de la subespecie Bassaricyon medius medius, nativa de la región del Chocó, en Ecuador y Colombia.

Así, los científicos plantearon que existen dos posibilidades para explicar el origen de Munay, que fue rescatado de una vivienda en la parroquia Lita, en Imbabura: o fue víctima de tráfico desde Panamá/Colombia, o la distribución geográfica de esa subespecie también incluye a Ecuador.

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“El animal en cuestión, un macho joven, fue rescatado (...) en un asentamiento con poco acceso a recursos, por lo cual lo más probable es que el olingo haya sido víctima de tráfico local y que no haya cruzado fronteras internacionales”, dice parte del texto científico.

La investigación, publicada de forma previa en un repositorio el pasado 15 de febrero (todavía no pasa por procesos de revisión por pares), es de autoría de Daniel E. Chávez, Julio C. Carrión-Olmedo, María B. Cabezas, Daniela Reyes-Barriga, Pamela Lojan, David Mora, Martín Bustamante, C. Miguel Pinto y Pablo Jarrín-V. Los autores pertenecen a la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, el Instituto Nacional de Biodiversidad, la Fundación Zoológica del Ecuador y la Fundación Charles Darwin.

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Estudiar olingos es complicado en el sur global. Según el estudio, solo existen trece especímenes del género conservados en museos en Latinoamérica, y encontrar individuos en cautiverio es poco común.

El objetivo original de los científicos era determinar el origen de los olingos mediante análisis genético, y determinaron que los ancestros del género habrían existido hace 7,2 millones de años, y las distintas especies y subespecies que hoy se conocen son producto de eventos migratorios y la separación causada por accidentes geográficos, como la cordillera de los Andes.

A su vez, la investigación postula el valor que tienen los ejemplares que viven en zoológicos para estudios genéticos, particularmente en países pobres y biodiversos.

Aunque los animales en cautiverio difícilmente tengan información sobre exactamente dónde solían habitar (pues instalaciones como el Quito Zoo reciben animales exóticos que fueron traficados), los autores igual indican el valor científico de tomar datos de estos animales.

Es por eso que proponen crear el Proyecto de Código de Barras de Especies en Peligro de Extinción de Ecuador, una colaboración entre zoológicos y museos de historia natural para crear un biobanco que facilitaría el acceso a información sobre el origen de determinadas especies.

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De acuerdo a la escala de conservación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), Bassaricyon medius consta como una especie de preocupación menor.

Sin embargo, en la ficha del animal, la UICN reconoce que se conoce poco sobre la especie, pero que se asume que su población está decreciendo debido a la destrucción de su hábitat preferido, los bosques. La última vez que la institución analizó el estado de la especie fue en 2015.

No obstante, el mamífero es apetecido en el mercado negro internacional como mascota, debido en parte a que es confundido con Potos flavus, el kinkajú, un mamífero más popular en la industria ilegal.

“Otro de los desafíos que los zoológicos ecuatorianos enfrentan al determinar especies y posibles orígenes mediante datos genéticos es el tiempo y el costo del proceso de secuenciación genética”, expresó parte del estudio. Este último aspecto tradicionalmente se lo realizaba fuera del país, pero tecnología adquirida recientemente puede abaratarlo. (I)