“Indios salvajes”, “blanquitos acomodados”, “quiteños de bien”, “pelucones”, “que las ciudades mueran de hambre”, estas son varias de las expresiones que abundaron en los 18 días de paro al que convocó la Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie) hasta finales de junio de 2022. Esto es una clara demostración de que el racismo, el odio y el clasismo se ahondaron en la sociedad ecuatoriana por el vandalismo que generó una facción de los protestantes, según analistas consultados.

Las frases fueron escritas y posteadas en redes sociales por todo tipo de ciudadanos, aunque algunos de ellos se escondían en el anonimato. Sin embargo, varios de estos comentarios fueron emitidos por políticos, líderes de opinión, asesores gubernamentales, funcionarios municipales, empresarios e incluso dirigentes indígenas. Los delitos de odio son penados por las leyes ecuatorianas y el discrimen por raza, censurado por acuerdos internacionales.

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Lo que demuestra esto es que Ecuador sigue siendo una sociedad racista y donde el odio entre clases se ha exacerbado, dice Pablo Romero Guayasamín, docente y experto en derechos humanos: “No es porque queremos ser racistas sino que viene desde la colonia que fue la que edificó esta dinámica de que hay un grupo de personas inferiores por sus condiciones étnicas. El racismo siempre ha estado presente en nuestra dinámica social histórica”.

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Sin embargo, afirma que los hechos vandálicos que se observaron tanto en las protestas de octubre de 2019 como las recientes han ahondado el racismo a diferencia del levantamiento indígena de los 90: “El levantamiento indígena del 90 nos enrostró que somos una sociedad racista. Nos hizo descubrir que había un otro y no con el perfil con el que siempre los habíamos visto, como un inferior”.

Esa lucha social del 90 hizo que a finales de esa década se establezca la idea de lo multicultural y multiétnico, y avanzar, con la Constitución actual, con el planteamiento de la interculturalidad y la plurinacionalidad, se intentaba ver a los pueblos y nacionalidades como iguales.

En 2019 todavía había esta idea como el levantamiento del 90, pero las acciones que desataron todo el caos y la violencia dejaron resentida la visión de ver al otro como igual y vuelve a calar en el imaginario de vincular al indígena con lo incivilizado, con lo salvaje. Lo mismo se repitió en las protestas de ahora y está este cuco de que vienen los indígenas, van a saquear, cerremos los negocios, salgamos corriendo. Dimos pasos hacia atrás en esta construcción simbólica”, añade Romero.

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El racismo se da en Ecuador pese a que el 71,9 % de la población es mestiza (mezcla de amerindios y blancos), el 7,4 % es montuvio, el 7 % es amerindio (indígena). El 6,1 % es blanco, el 4,3 % es negro, el porcentaje restante otras razas, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos. Es decir, en el país no hay las llamadas “razas puras”.

‘Conaie puede identificar infiltración correísta que vandalizó las protestas, pero el problema es que su presidente (Leonidas Iza) es muy próximo al correísmo’, dice Yaku Pérez

Además, un estudio de la Universidad UTE afirma que los mestizos están compuestos por un 61 % de genes indígenas, 32 % de genes caucásicos y 7 % de genes afroecuatorianos.

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Para Billy Navarrete, del Comité Permanente de Derechos Humanos, las expresiones de corte racista, regionalista y de odio que se evidenciaron en el paro fueron agravadas por discursos promovidos por voceros de instituciones, de Gobierno y municipios.

El paro nacional expuso algo que estaba oculto de forma generalizada y en esta confrontación de la que fuimos testigos fue esa la manera de entender las razones del conflicto. Son elementos culturales que están dentro de las colectividades y que en esas circunstancias se expresan sin ninguna, entre comillas, vergüenza. Esto es preocupante porque da cuenta de que esos sentimientos están allí”, afirma.

Cuestiona que incluso se haya observado xenofobia, ya que se estigmatizó a la comunidad venezolana y se la culpaba de liderar los hechos vandálicos. Además, afirma que acciones xenófobas fueron promovidas por funcionarios públicos como el concejal de Guayaquil Héctor Vanegas, quien pidió, en medio de las protestas, que se realice un censo a todos los extranjeros que residían en Guayaquil para que demuestren “qué actividad legítima están ejerciendo” y si no la tienen, sean inmediatamente deportados. Esta petición fue negada por el Departamento de Movilidad Humana del Municipio por considerarla atentatoria contra los derechos humanos.

También es una expresión de discriminación y racismo que el Municipio de Guayaquil haya cercado sus dependencias y dispuesto a personal con látigos (cables) para que, supuestamente, custodiara las instalaciones ante las marchas indígenas que se dieron en la ciudad”, asegura.

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El pasado 1 de julio, la Asamblea resolvió realizar un seguimiento al desarrollo del Plan plurinacional para eliminar la discriminación racial y la exclusión étnica y cultural, debido a que el país quedó conmocionado y fracturado luego del paro.

Odio entre clases

Las personas (en su mayoría mestizos) que no estaban de acuerdo con las protestas violentas en este paro decían sentirse “discriminadas” por los indígenas, ya que estos los criticaban por no sumarse a las protestas o porque participaron en las llamadas marchas de la paz y se autocatalogaban ‘quiteños de bien’. En algunas ocasiones eran señalados por los promotores del paro como “blanquitos acomodados” o “pelucones”.

Varias marchas por la paz se realizaron en el centro de Guayaquil en medio del paro convocado por la Conaie Foto: Francisco Verni Foto: El Universo

De hecho, Leonidas Iza, presidente de la Conaie, en varios de sus discursos criticaba a los “privilegiados”, “acomodados”. Sin embargo, esto no se puede catalogar como racismo sino como clasismo.

Uno no puede plantear que el mundo indígena o negro sea racista porque los blancos mestizos no han sido discriminados por su condición étnica. Allí lo que se critica no es lo blanco sino lo acomodado y esto tiene que ver con la bronca entre clases. Todavía sigue existiendo esta idea del pelucón”, explica Romero.

La palabra pelucón, que se utiliza coloquialmente para descalificar a una persona de clase social media-alta y alta, la utilizó, de forma constante y a manera de rechazo, el expresidente Rafael Correa. Para Romero, el exmandatario ahondó el clasismo en la sociedad ecuatoriana y esta fractura social aflora en situaciones como las protestas. El pobre debe odiar al rico.

El discurso de las luchas de clases caló con Correa y no es que se lo inventó, sino que logró recoger un discurso de la izquierda tradicional que se formó con la canción que decía que el pobre coma pan y el rico mierda. Cuando Correa se posiciona en el escenario político ve en la polarización un camino. Si bien antes de Correa éramos una sociedad clasista, nunca estuvo puesto en el tapete, en el discurso”, indica.

Que le hayan dicho ‘vendido’ a Leonidas en medio de la firma del acuerdo de la paz no significa que las organizaciones sociales estén divididas, dice Gary Espinoza, de la Fenocin

La profundización de esta fractura social se ha consolidado a tal punto de que palabras como banquero son consideradas un insulto o si un periodista trabaja para un medio privado ya se lo tilda de “prensa corrupta”.

La evaluación de si la lucha de clases es negativa o positiva es buena para un país, siempre dependerá de la visión ideológica desde donde se la mira, dice Juan Sebastián Delgado, consultor político.

Afirma que si se le pregunta a alguien que está en la línea del marxismo va a contestar que se están construyendo las condiciones para edificar una conciencia de clase y con eso enfrentar a la burguesía para que el proletariado llegue al poder. Sin embargo, si la persona es de pensamiento liberal dirá que las protestas perjudicaron a todo el país, en especial en cifras económicas, ya que la paralización habría costado al Ecuador cerca de mil millones de dólares.

Al final la confrontación (lucha de clases) no ha repercutido en la mejora de las condiciones de vida de la gente. Lastimosamente, este es un debate que se da por casi toda América Latina”, asegura. (I)