El escultor argentino Pablo Irrgang, conocido mundialmente por dar forma a la entrañable Mafalda del barrio de San Telmo en Buenos Aires —con la que se han fotografiado miles de latinoamericanos—, llega a Guayaquil este lunes, 21 de julio, para inaugurar la primera Mafalda oficial del país.
En entrevista con EL UNIVERSO, Irrgang habla de los desafíos del arte público, su relación con Joaquín Lavado —conocido como Quino (creador del personaje de Mafalda)—, el humor argentino y por qué, pese a los tiempos digitales, una escultura todavía puede detener miradas y abrir consciencias.
También deja este mensaje a las nuevas generaciones que quieren dedicarse al arte: “Si podés dejarlo, déjalo. Pero si no podés, agárrate con uñas y dientes”. Es el mismo consejo que recibió de su profesor y mentor Juan Carlos Di Stéfano, un reconocido escultor argentino.
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Cuando llegue a Guayaquil, probablemente se detendrá a ver cómo reacciona el público ecuatoriano ante la escultura de Mafalda que instalará, cómo menores de edad y adultos sacan ahora el celular y sonríen ante los selfis en un mundo digitalizado.
Porque, al final, eso es lo lindo del arte público: que atraviesa generaciones y es un camino al pensamiento crítico, afirma.
¿Es la primera vez que viene a Ecuador?
No del todo. Ya he visitado varias veces. Tengo un hermano que vive hace muchos años en Quito y ahora aprovecho para ir a verlo. En Guayaquil estuve… de pasada hace casi 30 años. ¡Muchísimo tiempo!
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¿Qué desafíos implica esculpir para la calle?
Para mí, el mayor placer es justamente que una obra en la vía pública interactúe con la gente, que genere alegría, que todos quieran tomarse una foto. El desafío es técnico: hacer una obra que resista el clima, la intemperie… y sobre todo a los niños subiéndose. Yo siempre digo que mis esculturas son más fuertes que el casco de un yate de fibra de vidrio.
¿Esperaba que su Mafalda se volviera un ícono?
Para nada. Acepté hacerla porque para mí Mafalda era un personaje muy importante y querido, pero nunca imaginé que iba a tener ese nivel de popularidad. Mi obra personal como escultor no tiene nada que ver con los personajes de historietas; después terminé haciendo varios de ellos, además de Mafalda.
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¿Cómo fue su relación con Quino (Joaquín Lavado, creador del personaje de Mafalda)?
Sí, fue mi condición para aceptar el proyecto: que él (Quino) participara, que viniera al taller, que se comprometiera con el proyecto, que opinara y que la obra identifique lo que es el personaje para él. Nos hicimos amigos. Discutíamos detalles técnicos, de encontrar una síntesis, porque él estaba acostumbrado al dibujo, y que desde lo gráfico, al pasarlo a las tres dimensiones, teníamos que encontrar un diálogo en el cual esa síntesis funcionara.
La forma del flequillo, cómo debía encajar el moño en la cabeza. Sin Quino yo no habría aceptado.
¿Sintió presión?
Claro, era un compromiso justamente que para mí tenía que ver con dejar sobre todo conformes a los autores de los personajes, dejarlos conformes con cómo resultaban retratados. Digo que soy un mero retratista en estos casos.
¿Y qué opina del arte urbano que no pide permiso, el grafiti en las calles?
Me parece que es una expresión artística que merece respeto y debe encontrar su lugar. No así la vandalización de una obra: eso es una falta de respeto enorme al trabajo del artista. Pero el grafiti en general es una expresión superrica.
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¿Qué hace que Mafalda cruce fronteras?
El tema fundamental es que su mensaje es transversal al humano: la idiosincrasia de la clase media latina, la infancia crítica, la pregunta incómoda. Donde se publica, la gente cree que es local. Esa universalidad es impresionante. Mafalda parece italiana, española…, pero es universal. Mucha gente se siente identificada en cualquier lugar, esta forma de ser, un niño crítico, un niño preguntón.
¿Cómo mantener la atención del público hoy ante las pantallas de los celulares?
El desafío es para toda la cultura: cómo interrumpir esa mirada. Pero las esculturas lo logran. Un chico que va por la calle ve a Mafalda, le da curiosidad y su mamá le explica quién es: es una chica que te va a volar la cabeza si la lees.
Y le da un libro. Entonces, se le abre la cabeza a no solo el humor y pensamiento crítico de Mafalda, sino que es una pequeña puerta de entrada a la literatura. Eso me parece reinteresante como fenómeno para que esté en la vía pública, porque despierta este tipo de consumos culturales. Ahí empieza un camino hacia la lectura y el pensamiento crítico.
¿Qué siente un artista cuando una de sus obras públicas es vandalizada?
Por suerte, mis obras han sufrido poco vandalismo. Yo siempre digo a mis colegas que muchas veces la falla es técnica: no se hacen lo suficientemente fuertes para la calle. Y uno no puede dejar de poner arte en las calles por miedo: hay que generar cultura.
¿Cuál es su obra más injustamente ignorada?
El sueño del lector en Buenos Aires. Es una escultura-instalación lumínica y sonora: una gran cabeza dormida, con tipografías en su superficie, pequeñas escenas, y un banco incorporado en la obra para que la gente se siente a escuchar las voces de escritores latinoamericanos hispanoparlantes leyendo sus propios textos.
Por la noche, la obra se ilumina desde adentro, porque está hecha con una resina traslúcida. Me llevó mucho tiempo hacerla y consumió muchos recursos del Estado. Cuando se inauguró fue un éxito; todavía recibo comentarios muy lindos.
Pero pocos meses después, la luz de la escultura se apagó y el audio dejó de funcionar. Investigando, descubrí que el Gobierno de la ciudad se había colgado ilegalmente de la red eléctrica para alimentarla, y la empresa de luz los desconectó. Desde entonces no logré que la volvieran a conectar. Así que hoy solo funciona como escultura, sin el audio ni la iluminación, que para mí son fundamentales. Eso me produce un dolor profundo, por la falta de reconocimiento del Estado a una obra que ellos mismos encargaron. Pero bueno…, esas son las vicisitudes de las políticas culturales en Gobiernos a los que la cultura les importa muy poco.
¿Y la más sobrevalorada?
Mafalda. Porque no es solo mía: es obra de Quino. Yo la materialicé, pero él es el verdadero creador. Mafalda es un proyecto en el que habré tardado unos cinco meses entre todas las correcciones de la escultura hasta producir la final. Y digo que ha sido sobrevalorada porque considero que no es una obra mía exclusivamente: es la obra de Quino.
Si tuviera que hacer una escultura sobre Ecuador, ¿cómo la imaginaría?
Ecuador es un país superrico culturalmente. Justamente esta obra que originalmente hice para Buenos Aires, que se llama El sueño del lector, ya ha viajado un poco.
Hice una versión más pequeña que instalé en Caracas, (capital de) Venezuela, y estoy en conversaciones para llevarla a otros lugares. Me encantaría que tuviera un lugar en alguna plaza de Ecuador, incorporando voces locales también. Creo que es una obra que es un puente entre el arte público, la escultura y la literatura. Cuando esté en Ecuador la mostraré a la gente de la Alcaldía y, quién te dice…, quizás consiga una nueva casa para El sueño del lector.
Es una obra muy latinoamericana, por eso funciona en cualquier ciudad de esta región.
Sí, tal cual. Es un espacio de encuentro con la literatura en la vía pública que genera experiencias muy lindas.
¿Qué trae a Ecuador esta vez?
Vengo a instalar una Mafalda frente al edificio de EL UNIVERSO en Guayaquil. Es la primera oficial en Ecuador y será permanente. Va a ser la número 17 en el mundo.
Hay muchas Mafaldas, entre comillas, no oficiales, que Quino y su familia no aprobaron pero que la gente las hace porque aman el personaje y se animan a hacerlas, sin la autorización de la familia.
¿Qué mensaje les deja a los jóvenes escultores?
Mi experiencia personal ha sido que empecé con la plastilina; me acuerdo haber hecho a Mafalda de plastilina cuando era chiquito, pero siempre hice escultura y arte de arcilla. El consejo que me dio mi maestro Juan Carlos Di Stéfano: si podés dejarlo, déjalo; pero si no podés, agárrate con uñas y dientes y dale con todo. Esa fue mi elección: no pude dejarlo.
¿Tiene miedo de venir a Guayaquil, con toda la mala fama que tiene?
No. Me acerco con confianza. Siempre creo que lo bueno se abre paso y uno encuentra gente buena en todos lados. Todo el mundo que se ha contactado conmigo a partir de esta visita me ha tratado superbién. Ese es mi plan. (I)