Nota del Editor: En esta historia usamos nombres protegidos porque la protagonista y sus hijas son personas vulnerables.


Una infidelidad, la tristeza por el término de una relación o la decepción de una promesa incumplida bastaba para que en Ana, de 25 años de edad, se active la necesidad de consumir drogas, desde heroína mezclada con sustancias químicas nocivas (hache) hasta marihuana, cocaína y alcohol.

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El ímpetu era tal que llegó a dar servicios sexuales a cambio de drogas, dice la mujer de tez trigueña y larga cabellera lacia, mientras expande sus grandes ojos. Luego guarda silencio y ve a una de sus gemelas, que tienen un año y siete meses de edad.

Con la imagen de la bebé le salta un recuerdo, uno de los peores episodios que ha vivido desde los 16 años que consume. Fue un momento en el que la desesperación la invadió. Salió con sus dos niñas y las llevó al lugar donde compraba las drogas, en el suburbio, en el oeste de Guayaquil.

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Me quedaban viendo, me decían que tenía unas hijas muy bonitas. Yo solo compraba y me iba enseguida. Me pedían que se las venda, pero las agarraba fuerte, nunca las dejé”, asegura.

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Ana celebró el viernes 5 de mayo pasado un año sin consumir junto con los miembros del grupo de apoyo que es parte del programa municipal Por un Futuro sin Drogas.

En el festejo estuvo rodeada de personas que también luchan por dejar las drogas. Allí escuchó sus testimonios, mientras Rosalba, madre de Ana y abuela de las gemelas, la observaba en medio del público.

El grupo se llama Paso a Paso Junto a Ti, como una muestra de que la liberación de la adicción requiere un acompañamiento constante por lo que resta de vida.

Ana decidió revivir esos momentos de desesperación cuando estaba sumergida en el mundo de las drogas, como ella misma afirma. Es como una catarsis que vuelve a recordar ahora que cumple un año sin consumir.

Lo cumple justo el mes cuando en Ecuador se celebra el Día de la Madre, que este año será el domingo 14 de mayo. Y cuenta su historia como una evidencia de que la recuperación sí es posible con voluntad, con el amor que proyecta cada vez que ve a sus gemelas.

Cada persona encuentra la forma de afrontar sus problemas. El peligro está cuando aquella manera puede ser incluso más dañina que la misma situación que se enfrenta.

“Iba a cumplir los 17 años de edad. Tenía problemas de maltrato, mi padrastro era alcohólico y era un maltratador de mujeres, le pegaba a mi mamá. A mí me alzaba la mano, pero nunca llegó a abusar de mí, ni lo intentó. Entonces le dije a una amiga (compañera de un colegio fiscal del sur de la ciudad donde estudiaba) que quería olvidarme de todo. Primero me dio de probar coca, pero no me gustó, hasta que inhalé heroína, lo que se llama hache y con esa me quedé. Ya estaba en tercer año de bachillerato, fue unos meses antes de graduarme”, cuenta Ana, cuyo padre la reconoció, pero nunca la apoyó económicamente.

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Como madre soltera Rosalba vivía alquilando con sus siete hijos en varios sectores del sur de Guayaquil.

De los siete, los dos últimos, Ana y su hermano menor, se volvieron adictos en la adolescencia.

En su punto máximo de adicción llegó a consumir de dos a cinco fundas al día de hache, reconoce: “Estuve por vivir en la calle, gracias a Dios no, llegué a prostituirme, a robar a mi propia familia, a mentir e incluso fui a comprar drogas con mis hijas”.

Ana sabe que su recuperación es a largo plazo. Recayó tras convertirse en madre cuando sus gemelas tenían cinco meses de edad. Hasta ese entonces había estado sin consumir también casi un año.

Al padre de las niñas lo conoció en una de las sesiones de terapia del programa municipal, en medio del despecho por una relación anterior fracasada. “Me iba a casar con un chico que ahora es policía, pero perdí bastantes oportunidades, él me dejó, ya no soportó mi adicción, me le iba, lo dejaba plantado, le robaba a la familia de él, ya vivíamos juntos, teníamos cuatro año de relación”.

Entonces de la nueva relación que emprendió procreó a las gemelas, cuando tenía 23 años. Las niñas nacieron sin el síndrome de abstinencia (grupo de problemas que pueden ocurrir cuando un bebé es expuesto a drogas adictivas opiáceas por un periodo de tiempo mientras está en el útero, lo que provoca secuelas).

Ana siguió el tratamiento mientras estaba embarazada, que consiste en desintoxicar el cuerpo y dejar de consumir, por lo que las gemelas nacieron sanas.

Julieta Sagnay (izq.), directora del plan municipal Por un Futuro Sin Drogas, junto a Ana (centro), durante el festejo por el primer año sin consumir.

Julieta Sagnay, directora del programa municipal Por Un Futuro Sin Drogas, indica que el tratamiento lo hizo internada en el Centro Especializado en Tratamiento de Adicciones (Cetad municipal) de Bastión Popular, situado en el noroeste de Guayaquil, que atiende a las mujeres adictas. “Las embarazadas van a los hospitales públicos, pero no las ingresan, entonces ellas siguen consumiendo, de ahí la importancia del plan municipal”, afirma.

Solo durante el último año 200 embarazadas siguieron esta parte de la rehabilitación para que, como Ana, sus bebés nazcan sin el síndrome de abstinencia, cuenta Sagnay.

“Tuve que luchar con mis hijas, estaban en incubadora porque nacieron prematuras, en el séptimo mes (el 28 de septiembre de 2021). Sentía que estaba sola, que mi familia me había abandonado, que estaba con el papá de mis hijas por gusto, no lo amaba, entonces cuando mis hijas tenían cinco meses recaí bien fuerte”, reconoce la joven.

Tras tres meses de consumir decidió dejar al padre de las niñas y se fue a Quito, donde vivió con uno de sus hermanos. Así empezó el año que permanece libre de drogas y sigue contando.

Al festejo del 5 de mayo pasado también llegó el padre de las niñas, quien lleva dos meses sin consumir.

Ana, nombre protegido, teme recaer en la adicción a las drogas, pero se apoya en un programa municipal y en el amor a sus gemelas.

Ana dejó sus estudios de psicología en la Universidad Politécnica Salesiana (donde estudiaba con media beca) porque tuvo a sus hijas y luego recayó.

“Ya no tengo para seguir pagando, soy una madre que me sustento por mí misma, mi mamá (Rosalba) es la única que me ayuda. Todo es muy duro, debo pagar alquiler. Vendo maquillaje, hago pedidos de comida, así saco para el diario. Mi mamá no tiene trabajo. A veces no tenemos ni para comer, pero doy lo mejor de mí para darle todo a mis hijas, aunque no soy perfecta, seguiré en la lucha. Esta recuperación es un regalo para ellas”.

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Con lo que gana también paga sus estudios de auxiliar de enfermería que cursa en el Centro de Capacitación Ecugenius. “Quiero seguir para ser licenciada en enfermería o retomar mis estudios de psicología. Con una beca completa estaría feliz”.

Rosalba, madre de Ana, también es consciente del riesgo de que su hija recaiga. “Este es un camino largo, ella tiene que seguir en su proceso, ya que puede volver a los tres o cuatro años, entonces soy madre de ella y de mis gemelitas”. (I)