Dos tenientes, un sargento segundo, un cabo primero, seis cabos segundos y un soldado fueron los militares asesinados el pasado viernes 9 de mayo, en el Alto Punino, en Orellana, en la Amazonía ecuatoriana.
El ataque se habría dado con explosivos, granadas y fusiles durante una operación reservada de control minero que el Ejército ecuatoriano ejecutaba en la zona.
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Los militares abatidos nacieron en las provincias de Cotopaxi, Imbabura, El Oro y Tungurahua.
Además eran oriundos de Zamora Chinchipe, Pichincha y Sucumbíos.
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Fueron atacados, según el Gobierno, por Comandos de la Frontera, que indicaron analistas en seguridad, están relacionados con crimen organizado donde hay narcotráfico, minería ilegal, trata de personas y delitos ambientales.
Los cuerpos sin vida llegaron al hangar de Petroecuador, en el aeropuerto Mariscal Sucre, en Tababela, pasadas las 19:00 del sábado, y uno a uno empezaron a ser bajados por seis militares mientras una banda interpretaba canciones fúnebres. Sobre los féretros se habían colocado banderas del Ecuador.
Antes, en Sucumbíos, fueron despedidos en una unidad militar en un acto de simbolismo y entrega.
Ya en Quito, cada uno de los féretros fue colocado en un vehículo que los trasladó a la Escuela Superior Militar Eloy Alfaro (Esmil), en el sector de Parcayacu, en el norte de la capital.
Entre la trayectoria de los militares están la de haber efectuado cursos de Tigres, Paracaidismo, Jaguar, Comando, Derechos Humanos, Fuerzas Especiales, Iwias Internacional, rescate y asalto aéreo.
A la Esmil llegaron familiares, allegados y amigos a la espera de los cuerpos sin vida. Su permanencia fue en uno de los salones de ese centro de formación militar.
Uno de los fallecidos fue el cabo segundo Javier Caiza Torres, de 30 años.
Santiago Ulco fue su primo. Contó detalles de la vida de su allegado. Para entrar a la vida militar recibió el respaldo de su tío Freddy porque la madre de Javier falleció. Vivió en Tumbaco, en la provincia de Pichincha. Ingresó a la Fuerza Terrestre como aspirante a tropa en septiembre de 2014.
En la lápida de quien tanto lo ayudó, su sobrino colocó la imagen de un soldado. “Era el sueño de él, me acuerdo que desde pequeño conversábamos, él decía que quería entrar a la Esforce, quería ser soldado y lo logró”, rememoró Santiago sobre su primo.
Antes trabajaron en la construcción como ayudantes de albañilería.
Era una persona seria, que conseguía las metas que se planteaba, pero no le gustaba el fútbol, narró.
Cuando recibió la noticia de la muerte no lo creyó.
En la Esmil hubo escenas de tristeza entre familiares y amigos que se abrazaban y varios de ellos lloraban. (I)