Bertha Flores, de 87 años, recuerda lo duro que fue cerrar su cafetería por la pandemia del coronavirus, durante dos meses.

“Fue desesperante, horrible y eso ha durado como un año. Ahora estamos poquito, poquito, otra vez recuperando”, dice la mujer de lentes, vestida de saco de color café, una blusa negra y falda lila.

Sentada en una de las sillas del local, que se ubica en las calles Venezuela y Sucre, en el centro de la capital, cuenta de memoria cómo funciona su emprendimiento, mientras varias meseras pasan a su lado llevando tortillas de huevo o café, o se ve a personas que ingresan al establecimiento, que queda a pocos metros del Municipio de Quito.

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Bertha Flores es la propietaria del emprendimiento que funciona por más de 60 años. Foto: El Universo

El nombre de cafetería Niza lo puso en honor a unos amigos que formaban parte del Cuerpo de Paz, extranjeros y que eran de esa localidad de Francia. Con el paso de los años dejaron de tener contacto.

Café Niza se destaca en neón con un color azul brillante que asegura es el mismo desde que lo inauguró. Junto al letrero, que se lo enciende en las tardes, hay una docena de bebidas, entre gaseosas y jugos de botella, perfectamente acomodadas.

También hay un menú para que la gente se entere de lo que puede comer y un buzón de sugerencias por si alguien desea hacer algún comentario.

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Bertha es el cerebro del funcionamiento del negocio y como si de recitar se tratara enumera qué alimentos ofrecen. La octogenaria es parte de esos personajes que con su entrega y trabajo contribuyen con Quito, la ciudad capital que este 6 de diciembre conmemora 489 años de fundación.

En la mañana, en su negocio hay desayunos que tienen un costo de $ 3,40, y en la tarde, el menú incluye ponches, chocolates, humitas, tamales, bolones, quimbolitos, sánduches.

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También sabe a la perfección que hay 32 sillas y 8 mesas, 4 sillas por cada mesa, distribuidas en el pequeño local, en el que también caben vitrinas donde se exhiben bizcochos o quesadillas.

Para dar vueltos no usa calculadora ni tampoco teléfono celular. Sus cálculos son únicamente mentales.

Atribuye la gran cantidad de comensales que a diario llegan a factores como la calidad, a la frescura de los productos, a la preparación a la antigua y a un par de secretos, como que el pan que acompaña los desayunos o los sánduches son exclusivos. Además, a un precio accesible.

Espera que uno de sus hijos siga la tradición que emuló de sus padres, quienes tenían un negocio de canelazos en la calle García Moreno, también en el casco colonial.

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Una vez que se casó se puso manos a la obra y la cafetería ya tiene 65 años en el mismo local. Atienden de 07:15 a 17:45.

No se queja de la falta de ventas, pues comenta que hay días que la gente hace fila en los exteriores para ingresar.

Con nostalgia recuerda la llegada de extranjeros que la visitaban dado que era una parada turística.

A modo de anécdota y riendo recuerda que para venderles, por ejemplo, jugos de sabores y sin saber hablar el idioma inglés se ideó hacerles probar en unos pequeños vasos como que fuera una especie de muestra. Luego los visitantes escogían su sabor preferido usando señas. (I)