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En casa se libró también ‘batalla’ contra el COVID-19; muchos se ayudaron con medicina natural y se aferraron a la fe

Extremar medidas de bioseguridad y de desinfección fueron parte de las medidas de muchas familias ecuatorianas. Unas incluso se contagiaron pese a esto, dicen.

La pandemia de COVID-19 no dio tregua durante marzo pasado. Miles murieron en Guayaquil, que intenta resurgir pese a la presencia del virus. Foto: AFP.

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Marzo, abril y una parte de mayo del 2020 fueron los más críticos y duros al inicio de la pandemia en Ecuador para poblaciones como Guayaquil y sus alrededores. El coronavirus prácticamente no tenía compasión. Se había instalado y regado de forma silenciosa y masiva que produjo una especie de explosión en cadena que no dio tiempo a correr, a salvarse, a prepararse. Solo se replicaba y familias completas, barrios, cuadras de ciudadelas y urbanizaciones estaban afectados. Unas incluso vivían un confinamiento más estricto, donde nadie podía salir ni siquiera para comprar alimentos, pues tenían uniformados custodiando el cumplimiento de las medidas impuestas en ciudadelas y barrios tras la detección de contagios en varias casas de vecinos.

Los pacientes y los familiares sufrían por diversos frentes y también en cadena. Todo empezaba con el contagio o sospecha y seguía con esa búsqueda de ayuda médica que fue esquiva en cientos de casos. A la par, medicinas como paracetamol, azitromicina, ácido acetilsalicílico (más conocido como aspirina), losartán (empleada para tratar sobre todo la presión arterial alta) y otras estaban escasas y hasta agotadas en muchas farmacias y distribuidoras, al igual que vitaminas como la C e insumos de protección y de desinfección como mascarillas y alcohol.

Otra parte de la cadena del sufrimiento era encontrar una cama disponible en los hospitales, tanto públicos como privados, para los pacientes que empeoraban y que requerían de urgencia ser internados. No había espacio en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) ni en áreas de Hospitalización ni Emergencias. El sistema de salud estaba colapsado y en muchos casos, el personal ni siquiera salía a las puertas o abría para recibir a más pacientes. Y aquello quedaba registrado en fotografías, videos y testimonios que circularon también en redes sociales y en tuits o mensajes virtuales que escribían los familiares a cuentas de autoridades y funcionarios públicos para ver si tenían eco, ya que los clamores de ayuda por las líneas telefónicas habilitadas (171 para los casos de COVID-19 y 911, la línea de emergencia tradicional) no daban resultados, sostenían los usuarios.

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Y otro drama era el de los pacientes que buscaban desesperados un tanque de oxígeno y hacían filas desde temprano para conseguirlo o recorrían toda la ciudad en su afán de adquirir este producto y otras medicinas específicas para tratar a sus pacientes en casa ante un sistema sanitario colapsado y ante el riesgo de que les suceda lo que les pasó a muchos: que entraron, fallecieron y luego no encontraban sus cuerpos.

También temían morir en casa y que sus cadáveres sean recogidos tres y hasta cuatro días después como ocurrió en cientos de casos. Y había ejemplos. El 31 de marzo del 2020, la Policía Nacional tenía en lista de espera a casi 450 cuerpos por retirar de viviendas en las que habían fallecido. Para ese entonces no había cifras oficiales sobre cuántas personas perdieron en sus casas la batalla frente al COVID-19 y sus restos todavía no eran retirados. Tampoco se conocía cuántos levantamientos de cadáveres se habían registrado.

Para la mañana 31 de marzo de 2020, la cifra oficial de casos confirmados de COVID-19 con pruebas era de 2.240 a nivel nacional. También había 3.257 casos con sospecha. Los muertos oficiales por COVID-19 en ese día eran 75 y 61 probables.

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Y ahí en medio de todos estos escenarios estaban también los casos de familias completas y habitantes que se contagiaron de COVID-19 pese a los cuidados que adoptaron y que se ayudaron también con infusiones de plantas y raíces naturales, con ‘remedios caseros’ y con las medicinas que les indicaban por teléfono sus doctores conocidos. A esto le sumaron las oraciones y la fe a las que se aferraron y que, afirman, los salvó y los sigue salvando en este tiempo de pandemia. Hoy contamos cuatro casos de familias que se han contagiado en este tiempo de pandemia y que se trataron también en sus viviendas.

Ericka Moreno, 40 años, cooperativa Paco Oñate: ‘Pese a las seguridades nos enfermamos todos… perdimos el gusto, el olfato; mi suegro murió’

Médicos en los exteriores del hospital del Guasmo, en el sur de Guayaquil.

“Los primeros días nos asustamos, compramos mucho alcohol sin saber que a los pocos días ya estábamos contagiados. A mediados de marzo empezó el confinamiento y el 24 ya empecé los síntomas. Toda la rutina cambió, solo mi esposo salía para hacer las compras para nosotros y para mis suegros, porque como son mayores estaban más en riesgo. Cada vez que regresaba a casa tocaba desinfectarlo de pies a cabeza y correr al baño para bañarse. Pero pese a las seguridades nos enfermamos.

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Cuando estábamos mal, llamamos algunas veces al 171 (línea del MSP) y para mí fue una burla, nos decían que no podían atendernos y que espere la llamada de ellos. Nos llamaron a los seis días para preguntarnos los síntomas, pero nada más, no me dieron cita ni para hacerme la prueba, fue una burla. Mis amigas doctoras me decían qué tomar.

Empecé yo, me tumbó cinco días en cama con fiebre alta. No podía hablar porque me ahogaba, no respiraba bien. En ese tiempo estuve con vaporizaciones, té caliente, vitamina C, jarabes para mejorar las defensas. Y a los cinco días mi esposo cayó, él estuvo peor, le recetaron una medicina (azitromicina) y le recomendaron ir al hospital de Los Ceibos (IESS) porque su saturación de oxígeno estaba bajando, pero como se escuchaban cosas terribles y como estaban colapsados los hospitales, tomamos la decisión que mejor se quede en casa. Todos tomamos de seis a siete vasos de té cada día, también mis hijos (de 20, 18, 13 y 11 años). Ellos también enfermaron, pero solo con un día de fiebre y todos perdimos el gusto y olfato. Vivía con el temor de que mi hijo mayor, que tiene discapacidad (parálisis cerebral), enferme. Temía por su vida, pero gracias a Dios también tuvo solo fiebre por un día.

Mis suegros también se contagiaron, estuvieron mal. Mi suegra, Grecia Márquez, que recién había salido de un cáncer y es diabética e hipertensa, logró sobrevivir al COVID-19, pero mi suegro, Washington López, no resistió, pese a que conseguimos todos los fármacos que no había en el hospital, que estaban escasos y caros en las farmacias. Él falleció en el hospital del IESS Teodoro Maldonado Carbo el 21 de abril, cinco días después de estar internado perdió la batalla. Era una persona de 80 años.

En lo económico también fueron momentos difíciles, mi esposo estaba con suspensión laboral y no le pagaron los primeros meses hasta mayo y yo no trabajaba. Sobrevivimos porque mis padres, parientes y amigos nos apoyaron con alimentos y medicamentos. Nos quedamos con deudas del alquiler de la casa, tenemos una cuenta injusta de luz de más de $ 1.000 por un problema que hay con el medidor.

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(Ya mismo un año y) continuamos con más cuidados en casa. Los té de manzanilla con miel, yo de canela, de manzanilla, de laurel, los seguimos tomando unas tres veces al día, al igual que la vitamina C. Ahora nos turnamos para comprar alimentos. Mi esposo, que es vendedor, es el que tiene más contacto con personas externas, pero se cuida más, ahora ambos usamos doble mascarilla, alcohol, mis hijos no salen para nada. En carnaval nos quedamos en casa encerrados y en las elecciones salimos por obligación, pero hubo mucha aglomeración. Toca seguir cuidándose, como al principio, por la irresponsabilidad de ciertas personas que no piensan en sus familias y en los demás.

Rubén Mackay Véliz, de 39 años, habitante de Los Esteros: ‘Mi mamá había estado contagiada sin saberlo… Nunca me saqué la mascarilla, al parecer el virus ingresó por la vista’

Pacientes con COVID-19 son atendidos en el hospital Luis Vernaza.

“Se vivió diferente, ver lugares cerrados, la familia (permanecía) en casa. Tenía que trabajar, salir a comprar comida. De marzo hasta agosto no pesqué nada. Mi esposa salía poco, solo a visitar a su papá y hermano. A lo que salía a comprar no dejaba ni dejo que nadie se me acerque, me bañaba en alcohol, dejaba los zapatos en un recipiente con alcohol, mi ropa se lavaba en el patio.

Al inicio fue difícil conseguir mascarilla, un amigo me facilitó unas mascarillas. De ahí en adelante, con alcohol, con medicina, solo paracetamol, que también fue difícil conseguir, y si había, la vendían más caro.

En la comida también se gastó más. Antes con $ 40 alcanzaba para la semana, pero con la pandemia solo duraban (los alimentos) para tres días. Todo se puso caro. Además, había filas interminables, en Los Esteros (sur de Guayaquil) hay dos supermercados, pero las filas daban la vuelta a la cuadra.

Por trabajo no me quejo, soy auditor, y con la pandemia se dieron más plazo a los trabajadores (para cumplir con las tareas). También doy clase en el Tecnológico Bolivariano y tuve que adaptarme a las clases virtuales.

Pasamos bien los primeros meses con todos los cuidados. Me hice varias pruebas rápidas, pero todas negativas hasta julio, que me salió que ya me había dado, pero tal vez había sido asintómatico. A principio de agosto me hice la prueba de sangre y me salió negativo, pero en la quincena de agosto empecé con fiebre. Había visitado a mi madre y ella había estado contagiada, sin saberlo, otro pariente que la visitó la infectó. Nunca me saqué la mascarilla con mi mamá, al parecer el virus ingresó por la vista, según lo que me dicen los médicos.

Por la fiebre me hice un nuevo examen de sangre y me volvió a salir negativo. Y aunque me sentía normal, mi saturación había bajado a 83. Mi hermana que es doctora me dijo que necesitaba hospitalizarme. Llamamos a la ambulancia y ahí me pusieron oxígeno, con el cual llegaba a 99. Ese día, el 23, me internaron en la clínica UEES de Samborondón. Ahí me hicieron el hisopado y salió positivo COVID-19. Fue un proceso largo, complejo, tuve 18 días metido ahí, y no se lo deseo a nadie. Esos días empeoré un poco, me pusieron una máscara de alta presión, apegada a la cara, para recibir oxígeno y así no llegar a entubar. Ni bien llegué empecé el tratamiento, suero de vitaminas, medicinas y tratamiento de plasma, eso me ayudó bastante. La atención fue increíble, pero extrañaba a mis hijos. A mi esposa y mi padre sí los veía porque me iban a visitar. En ese tiempo no sabía que mi mami también estuvo hospitalizada en la clínica Alcívar, pero ella respondió rápidamente y estuvo ocho días hospitalizada. Ella tampoco sabía que yo estaba internado, me enteré cuando ya iba a salir de alta.

El proceso de recuperación fue complejo, había medicinas que me aflojaban el estómago, empecé a hacer ejercicios, a caminar, después de haber pasado catorce días en cama. La primera vez que caminé llevaba un tanquecito de oxígeno e iba a paso lento, 15 minutos y me cansé, casi me caigo... Recuerdo que me ponían unas inyecciones todos los días, arriba del ombligo, eran unos anticoagulantes en la mañana, antes de amanecer, y tipo siete de la noche.

Cuando ingresé a la clínica había diez pacientes (con COVID-19) y cuando salí, el 12 de septiembre, llegaron más de diez en un solo día... No buscamos hospitales públicos porque sabían que estaban copados.

Ahora mi saturación de oxígeno marca 98, 99. Sigo con las recomendaciones del médico, ejercicio, dieta, tomo cápsulas de un fármaco para subir las defensas. También uso unos inhaladores, porque quedé con una fibrosis mínima, pero -según los médicos- con esos inhaladores me voy a recuperar. Me recomendaron usarlos hasta un año, el virus afectó directamente a los pulmones, tenía unos puntitos que se llaman frisosis.

Una doctora me dijo, antes de salir del hospital, que era un sobreviviente. Si no me ponían esa cámara me podían intubar y tal vez otro hubiese sido el cantar. No todas las personas intubadas resisten. Gracias a Dios pude resistir.

Ahora salgo menos, esporádicamente y con más cuidado, con doble mascarilla, una botella de alcohol, no toco pasamanos, solo lo necesario y lo desinfecto en el mismo momento. Con mis hijos y esposa hemos hablado de que si tocamos algo no pasarnos por la cara.

En casa seguimos poniendo jengibre a todas las sopas, y tomamos té con limón, miel y jengibre. Seguimos con esa rutina, porque esto todavía no pasa, hay que seguir cuidándose. Lo que pasa es que la idiosincrasia es de no acatar órdenes, por eso seguimos teniendo una mortalidad alta... Les pido a cada persona que piensen en su familia, que esto es un proceso y poco a poco podemos llegar al cambio.”

Karina Reyes, de 36 años, moradora de Mapasingue: ‘Nuevamente nos contagiamos, creemos que en las elecciones uno se infectó y todos caímos’

Cientos de personas acudieron hasta laboratorios médicos en Guayaquil para realizarse pruebas de COVID-19, desde marzo del 2020.

“El virus cambió nuestra vida. Al principio el pánico se apoderó de la gente, compraban alimentos, productos de aseo y medicinas por bastante, dejando desabastecidos los supermercados. Era razonable, en parte, porque uno no sabía hasta cuándo podía (seguir) el confinamiento por esta pandemia. Ya llevamos casi un año y aún continúa el virus, siguen los contagios. Yo sigo con miedo, me cuido mucho, creo que todos los que perdimos a un familiar quedamos marcados. Jamás podré olvidar ese 13 de abril. Mi hermano y yo recorrimos los hospitales públicos, del IESS, los privados, con mi papá en el carro. Él tenía fiebre y se ahogaba, tenía mucha dificultad para respirar. Mi mamá y mi hermano menor, desde casa, llamaba a otros hospitales y a amigos doctores, rogamos por una cama, pero no había. Nos contestaban que no había, estaban colapsados. Tuvimos que regresar a casa con él, nos pidió volver, quería descansar en su cama, rodeado de su familia. Sentí impotencia, no sabía qué hacer. Tuvimos que sacar de dónde no teníamos, prestar, para comprar ese mismo día un tanque de oxígeno. Con eso mejoró un poco, pero como tenía hipertensión y diabetes, su condición empeoró y a los dos días murió. Su muerte me dejó un dolor en el pecho, quién sabe hasta cuándo me acompañará.

No nos explicamos cómo se enfermó. Él cayó primero, pero él no salía para nada, creemos que uno de mis hermanos llevó el virus a casa. Por más que lo cuidamos, con todas las recetas caseras de vaporizaciones, vitamina C y té caliente con jengibre, luego con los antibióticos que nos recomendó por teléfono un doctor, y al final con oxígeno. Nada funcionó con él. Tal vez era la voluntad de Dios, pero nos cuesta aceptarlo.

Nosotros también enfermamos después, yo tuve dolores de cabeza y de espalda, pero en quince días me recuperé. Mi esposo y mis hijos les dio, pero casi de forma asintomática, solo les dolía la cabeza, pero un par de días. Sabemos que todos nos contagiamos, porque en junio nos hicimos la prueba sanguínea y nos salió que teníamos anticuerpos. Hemos vivido encerrados casi totalmente y con los mismos cuidados: vitamina C, infusiones de plantas. Mis hijos no han salido, solo a una consulta médica. Las clases las reciben en casa y la empresa donde trabajo me instaló una laptop en casa. Sigo en teletrabajo. Mi esposo se quedó desempleado, lo despidieron sin liquidación en mayo. A veces le salen ‘cachuelos’ (trabajos esporádicos) y con mi sueldo subsistimos. Nos alcanza para lo justo, para comprar comida y los servicios básicos.

Estuvimos bien de salud hasta ahora. Nuevamente nos contagiamos, creemos que en las elecciones uno se infectó y todos caímos. Fuimos bien cubiertos y nos poníamos alcohol en las manos a cada rato, realmente no sé cómo nos enfermamos, posiblemente ingresó por los ojos, porque no llevamos gafas, se rompieron y no alcanzamos a comprar otras. Los síntomas fueron esta vez más fuerte, pero no necesité oxígeno, gracias a Dios. Mi esposo quedó tumbado en cama por una semana, pero con los té caliente y las vaporizaciones parece que está mejorando un poco.

Seguimos en la incertidumbre de saber hacia dónde va este virus, cada vez hay más mutaciones, las muertes no paran, otra vez los hospitales están llenos. Todo por la irresponsabilidad de muchos, aquellos que van a fiestas o eventos masivos como el carnaval en Salinas. Esas malas decisiones cuestan y afectan a todos, porque colapsan nuevamente los hospitales y se niega la atención a quienes desean seguir sobreviviendo”.

Omar Vega, de 44 años, morador de la urbanización Matices: ‘Continuamos con aguas aromáticas y nadie entra con zapatos a la casa; mi papá quedó con secuelas por el COVID-19’

Área de atención a pacientes COVID-19 en el hospital Luis Vernaza. Foto: Cortesía del hospital Luis Vernaza.

“Los primeros meses no salíamos a la calle, solo una persona salía a comprar alimentos y medicinas. Tomábamos aguas aromáticas, porque conocíamos poco o nada de la enfermedad, lo que sí había era muchas noticias y redes sociales, lo que ocasionó caer en estrés y nervios. Los primeros meses, por los cuidados que teníamos, nadie enfermó de COVID-19, pero a inicios de diciembre nos contagiamos tres: mis padres y yo. Mi padre, que tenía diabetes, se complicó, se descompuso muy rápido, ya que solo pasaba acostado, con fiebre de 38 y medio. Los doctores nos explicaban que tenía comprometidos los pulmones en el 30% y, adicional a eso, se le subió el azúcar al estar en esas condiciones. Tuvimos que internarlo en el hospital del IESS de Los Ceibos, y como era mediados de diciembre no estaba lleno y lo atendieron bien, se recuperó con éxito en nueve días de hospitalización. Pero mi papá quedó con secuelas: le duele el pecho aún, pero con menor intensidad. Ahora tomamos más vitaminas, jugos, continuamos con aguas aromáticas y nadie entra con zapatos a la casa. Se tienen mayores cuidados en todo, se hierven las cucharas a diario, nos lavamos las manos más seguido, la ropa se lava con agua hervida.

Creo que las medidas de control son las que se han relajado y eso origina que la gente también se relaje. Prohíben en Guayaquil (ciertas cosas), pero la gente cruza los puentes y va a centros de diversiones en Daule y Samborondón, no hay coherencia en las autoridades. Otro ejemplo es el Malecón Simón Bolívar, que es un lugar abierto, lo cierran a las 20:00, y los malls que son lugares cerrados los cierran más tarde, eso no se entiende. Hay que seguir cuidándose, utilizar mascarilla, alcohol, evitar aglomeraciones… Y el Gobierno debe hacer pruebas PCR gratis a todos, como en otros países”. (I)

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