En un domingo con mucho movimiento en Otavalo, el ingreso a los cementerios se mantuvo abarrotado de cientos de personas que se acercaban con ollas, vasos, flores y adornos a visitar a sus seres queridos y compartir un plato de comida en sus tumbas.

El cementerio indígena Unorico Samashunchic de Otavalo recibió a muchas familias, que no dejaron pasar la tradicional colada morada y las guaguas de pan entre los asistentes.

Una bifurcación en la entrada marcaba el camino. En la entrada, personal de seguridad trataba de orientar el ingreso de las comunidades indígenas y también de otros asistentes.

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Una calle adoquinada y completamente empinada llevaba al arco de entrada. Allí los trajes coloridos, las faldas negras y las joyas doradas eran parte de un ritual que se repite año tras año en estas fechas.

Entre lágrimas, risas y comida, las comunidades conmemoraron un año más de sus muertos, quienes yacían en tumbas, unas armadas con tierra, otras en barro y unas cuantas en cerámica.

Otavalo, IMBABURA. El cementerio indígena lució copado de miembros de comunidades que realizaron homenajes a sus difuntos. Foto: Alfredo Cárdenas

Venimos a visitar a nuestros seres queridos que ya no están aquí y es una linda tradición que ya lleva muchísimos años. Para nuestras comunidades indígenas es algo único y magnífico” contó Samia Ipiales, otavaleña que, junto con sus abuelitas, sus tías y sus primos, compartió comida, específicamente el cucambito.

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Este plato tradicional de las comunidades kichwas, que se realiza a base de papas cocinadas, huevo, pescado y arroz, fue el escogido para compartir con los seres que partieron de este mundo.

Otavalo, IMBABURA. La familia Arellano Ipiales visitó el cementerio indígena. Foto: Alfredo Cárdenas

Los pasadizos en el cementerio eran de tierra. Las cruces como lápidas mostraban los nombres de los difuntos y varias familias con instrumentos, como guitarras, flautas de pan y arpas, entonaban melodías autóctonas para que sus difuntos se diviertan en este día, como ellos mencionaban.

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“Nosotros hemos venido desde muy pequeños con nuestros abuelos. Porque nos han contado que el espíritu sigue vivo. Nosotros compartimos delante de ellos porque entendemos que están presentes”, manifestó Martha Andrango, otra comunera que se acercó con su mamá a visitar a su abuela.

La calidez de la gente se sintió, pues es un día de fiesta, ya que del más allá —según las creencias de los presentes— llegaban esas energías que los vivos necesitan para seguir labrando el camino.

“Las personas que se han ido no han dejado de existir, son personas cuya alma nos está visitando hoy día. Por eso preparamos comidita para ellos también y comen con nosotros” explicó Édison Andrango, miembro del pueblo kichwa.

Familias compartieron comida al pie de las tumbas de sus seres queridos. Foto: Alfredo Cárdenas

Un plato sobre el suelo y a la altura de la lápida era la señal de que la comida está servida para el difunto, cuya alma, según la creencia de las comunidades indígenas, desciende para compartir con sus allegados. (I)

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