Por años, la palabra “inclusión” ha recorrido las aulas ecuatorianas, pero no siempre ha pasado del concepto a la acción.
Bernardita Justiniano, psicóloga de la educación y actual rectora de la Universidad Casa Grande, insiste en que hablar de inclusión no es un favor, ni una opción, ni un gesto de buena voluntad: es un derecho y una obligación profesional. “En educación, la diferencia no se escapa de la norma, sino que es la norma”, afirma.
Para ella, educar en inclusión implica diseñar experiencias de aprendizaje que consideren la diversidad de características, condiciones, tradiciones y contextos de los estudiantes, como oportunidades de desarrollo que enriquecen el diálogo y fortalecen el aprendizaje colectivo.
Justiniano advierte que en Ecuador persisten varios mitos sobre la inclusión. Uno de los más extendidos es creer que se trata de atender las dificultades de los estudiantes. “La inclusión no se ubica desde la carencia, sino desde la diversidad en todos sus aspectos, incluidos los talentos, las creencias, las tradiciones y las condiciones de todos los estudiantes y sus familias”.
Otro mito frecuente es pensar que la inclusión depende de la voluntad de las instituciones. “La escuela no elige ser inclusiva o no. La diversidad ya está en el aula; la decisión es cómo la vamos a asumir”. También desmiente la idea de que la inclusión depende de la buena voluntad o de la obligación externa: “No es intuitiva ni depende exclusivamente de la buena intención; es una mirada profesional que se debe entrenar sistemáticamente por todo el equipo docente y directivo”. Finalmente, alerta sobre un error común: reducir la inclusión a “incorporar al estudiante en la sala de clases”. Para ella, la verdadera inclusión requiere escuchar, dialogar y garantizar la participación activa de todos.
Estrategias y experiencias
En la Casa Grande la apuesta se refleja en programas de acompañamiento académico y emocional, becas, convenios con universidades como la de las Artes y la Espol, y el innovador posbachillerato, que certifica a jóvenes con condiciones particulares antes invisibilizadas en la educación superior.
Asimismo, la participación en concursos, festivales y actividades formativas busca que cada estudiante desarrolle y visibilice sus talentos en espacios significativos. “La equidad se juega en reconocer, acompañar y validar a cada estudiante en su particularidad”.
La formación de futuros docentes es otro eje clave. En lugar de fórmulas rígidas, la universidad apuesta por la práctica reflexiva, que convierte los aciertos y errores en fuente de aprendizaje compartido. “La inclusión nos desafía a mirar distinto, hacer distinto y relacionarnos distinto. Es un desafío institucional, no individual”, sostiene.
Javier García y su llamado urgente a la verdadera inclusión
En este camino, la investigación y la innovación pedagógica se convierten en herramientas indispensables. La primera, para asegurar que las prácticas estén basadas en evidencia y respondan al contexto; la segunda, para mejorar la práctica de manera constante, sin caer en la trampa de cambiar solo por novedad.
Justiniano insiste en que la inclusión debe proyectarse también al mundo laboral. Allí, la diversidad suele percibirse como un déficit y no como un recurso. “El desafío es generar entornos laborales inclusivos. Con esto, gana la organización y gana la sociedad”, afirma, al tiempo que hace un llamado a las empresas a convertirse en aliados mediante convenios y la apertura de plazas para perfiles diversos.
El aprendizaje de trabajar en inclusión, admite, ha sido también personal. Ha comprobado que los entornos inclusivos generan satisfacción y bienestar, porque permiten reconocernos en nuestra dignidad. Durante la pandemia, recuerda, quedó claro lo esencial: en educación, lo importante es el ser humano en toda su diversidad.
A quienes ven la inclusión como una carga, les responde que no es hacer más, sino hacer distinto. “El desafío docente se enriquece y se eleva a otro nivel cuando lo comprendemos desde esta perspectiva. El siguiente paso es prepararnos para estar a la altura”.
El futuro de la educación inclusiva en Ecuador y en la región, reconoce, aún tiene enormes desafíos. La falta de avances en años anteriores retrasa el proceso, pero no lo vuelve imposible. “El momento de iniciar el cambio siempre fue ayer. Si hoy llegamos tarde, proyectemos un mañana en que alguien tuvo la convicción de movilizarlo”. Y concluye con una idea que conecta inclusión y democracia: “Si logramos aulas que reflejen la diversidad del país, tendremos ciudadanos capaces de transformarlo”.
Justiniano participará en el foro de educación inclusiva que organizará EL UNIVERSO el 18 de septiembre, en el que expertos reflexionarán sobre cómo convertir la diversidad en oportunidades reales en educación y empleo. (I)