En 1993, el diputado Jair Bolsonaro, excapitán del Ejército, se dirigió a un podio en la Cámara baja de Brasil: “¡Sí, estoy a favor de una dictadura! (...). ¡Nunca resolveremos los graves problemas nacionales con esta democracia irresponsable!”.

Bolsonaro, de 63 años, es un férreo defensor de la dictadura militar que gobernó Brasil entre 1964 y 1985.

¿Criminales violentos? Bolsonaro dice que hay que dispararles a todos. ¿Enemigos políticos? También a ellos. ¿Corrupción? Un golpe militar drenará el pantano si el sistema judicial no lo hace, dice. ¿La economía? Bolsonaro quiere privatizar las empresas estatales para mantener a los políticos alejados de sus fondos.

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Muchos brasileños están haciendo sonar las alarmas sobre los puntos de vista autocráticos de él y de su candidato a vicepresidente, el general retirado del Ejército Hamilton Mourao, quien ha asegurado que la Constitución brasileña puede ser eliminada y reescrita sin el aporte de los ciudadanos.

En su carrera política Bolsonaro se ha mostrado como racista, homófobo y misógino. Algunos expertos lo califican como un “Trump tropical”.

Este hijo de un dentista sin formación profesional optó por el servicio militar y en 1977 se graduó en la Academia Militar de las Agujas Negras, la principal escuela de oficiales del Ejército brasileño. Su carrera no fue distinguida. Estuvo en el calabozo un par de semanas en 1986 por quejarse en una revista sobre el salario de los militares. Sus palabras captaron el descontento de soldados rasos y aprovechó ese apoyo para ser en 1988 concejal de Río de Janeiro y convertirse dos años después en diputado. Nunca ha estado envuelto en casos de corrupción.

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Después de casi tres décadas, Bolsonaro está cosechando la inmensa frustración de los votantes. “Dios me llamó a esta carrera”, afirmó al aceptar la nominación de su partido. “Mi madre me dio el segundo nombre de Mesías. Pero solo yo no seré el salvador del Brasil. Quienes lo salvarán somos todos nosotros, juntos”. (I)