Algunos confirman que efectivamente son suyas las direcciones de correo electrónico que aparecen en los archivos descargados en un pendrive por un exempleado de Ricardo Rivera y que muestran las conversaciones con su tío, el vicepresidente Jorge Glas. Otros exfuncionarios o aludidos en los mails se quedan en silencio, no aclaran, pero tampoco niegan los mensajes. Evaden las preguntas. Piden que se los llame en otro momento y luego ya no contestan las llamadas.