Pedro huía de la persecución de Nerón a los cristianos cuando humillado ante el ¿quo vadis? de Jesús al encontrarlo, vuelve a Roma a cumplir con su suerte. Es este el dilema de hoy, ¿Dónde vamos que no llegamos?

Como Alicia –perdida en el camino y caminando sin saber a dónde– cabe la respuesta del gato: si no sabes dónde vas, cualquier camino que tomes estará bien… seguro llegarás si caminas bastante.

La sociedad ha caminado bastante ya, miles de años. Curiosamente como en el cuento, va más desorientada que nunca hacia ningún destino. Allí tenemos a los que no saben qué son ni qué buscan: hombres por mujeres, seres humanos por cosas, jóvenes facilistas, musulmanes y cristianos, ideología por credo, toda premisa es válida…

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Vale plantearnos si en realidad estamos madurando como colectividad o si más bien esa percibida evolución no es sino un exceso de permisividad que está deslegitimando los pilares morales de una sociedad. El respeto es una cuchilla de dos vías: las minorías y grupos particulares merecen respeto, pero las mayorías también. Los cánones de los unos no deben imponerse a los otros porque ello sería también una marginación a la gran mayoría, clara semilla para una explosión peligrosa.

Vivimos una era de confusión de identidad, objetivos, valores y sobre todo claridad de metas, tanto de los individuos como de la colectividad. Una Europa en llamas entre atentados y asesinatos masivos, por ciertos grupos que aducen incomprensión. Estados Unidos con reclamos de parte y parte. Mientras más se abren los diálogos y las fronteras, más incomprensión y estallidos hay.

¿Hacia dónde vamos que no llegamos? No llegamos a ninguna parte porque no sabemos a dónde vamos.

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Mi visión: la simple tolerancia y comprensión no es suficiente, son necesarias reglas claras de convivencia orientadas a un norte predefinido. Reglas comunes para todos sin importar su naturaleza.

Al igual que en una familia, la libertad y flexibilidad sin estructura y normas llevan al caos. Es igual con la sociedad.

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Hemos llegado al punto de quiebre de la humanidad globalizada en que debemos de reinventar las normas de convivencia y de tolerancia, estableciendo reglas supranacionales. La falta de comprensión de esta realidad está generando ya una suerte de urgencia social. Los gobiernos se juegan la vida de sus ciudadanos ante la carencia de regulaciones de Estado para el respeto mutuo en la diversidad y medidas firmes para hacerlas cumplir.

En el Ecuador estaríamos a puertas una vez más de una consulta popular. Siempre es legítimo consultar al pueblo su visión y objetivos. ¿Pero tenemos una visión como pueblo? Es hora de ponernos serios y trazar un camino firme y duradero para el país. De asumir nuestras decisiones, considerando que los principios rectores no debieran ser constantemente móviles. Responsablemente tenemos que darle un trazo al destino final del país, sin ambages, sin sueños de mesías que nos alteren el rumbo.

Es hora de comenzar desde nuestras casas a plantearnos la meta individual y colectiva que perseguimos, a definir claramente cuál es el nombre del juego y cuáles son sus reglas. Con ese destino fijado debemos trazar el camino de los gobernantes capitanes de la veleta que hay que llevar a buen puerto, a remo parecería.

Ante la pregunta, Pedro encontró su camino… (O)

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