Muchos de nosotros aprovechamos las largas y solitarias horas de los confinamientos de 2020 por la COVID-19 para sacar de nuestros clósets, cajones y gabinetes la ropa de una era pasada, alimentos empacados que hace mucho caducaron y archivos que ya no son relevantes. Al principio, yo estaba entre esas personas y con entusiasmo completé tareas sencillas: vestidos y trajes que ya no me quedaban bien, zapatos en los que ya no podía caminar, cientos de contenedores de plástico y vidrio vacíos.