En 1989, los entonces adolescentes Lyle y Erick Menéndez asesinaron a sus padres y desde 1994 están en prisión (recibieron cadena perpetua) buscando salir bajo palabra y alegando que actuaron en defensa propia después de años de abuso.

En 2023, una mujer del estado de Zulia, en Venezuela, ahogó a sus pequeñas hijas para que el padre no ganara la custodia. En la tragedia de Eurípides, Medea hace algo similar con sus pequeños hijos para evitar que los maten en venganza contra ella.

En octubre de este año, una joven fue detenida en Guayaquil en relación con el asesinato de su madre. Después se sospechó de su participación en las desapariciones de otras personas cercanas.

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En septiembre de 2024 ocurrió algo similar en Quito, esta vez un estudiante estranguló a su madre porque ella le pidió que arreglara la cama. El hombre dijo que no quiso matarla, pero cuando se dio cuenta ya lo había hecho. No se le diagnosticó enfermedad mental, pero la perito señaló “impulsividad cognitiva, motora y no planificada”, dificultad para el control de impulsos, tendencia a tomar decisiones rápidas, sin medir y planificar.

“Realmente hay un problema a nivel de familia”, dice Sergio Castillo, psicólogo educativo que atiende a adultos y adolescentes (@psicologo_sergiocastillo). “La familia es el primer grupo de socialización donde aprendes todo”, agrega. Él defiende que la salud mental es la base de la convivencia familiar: “No depende únicamente del afecto o la comunicación, sino del equilibrio psicológico”. Compara este balance como una mano. “Si falta un dedo, el resto está haciendo un esfuerzo adicional”, explica.

Si un miembro de la familia tiene un problema, esto va a reflejarse en la interacción. “Y eso lleva a un tema importantísimo: los actos de violencia”.

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Es mejor hablar abiertamente en casa sobre la salud mental, desmitificar el tema. Foto: Shutterstock

Aquí Castillo da un criterio puntual: “Los actos de violencia que ocurren dentro del hogar suelen ser la manifestación visible de un malestar psicológico no atendido”.

El estrés crónico del padre o madre. La depresión o la ansiedad no tratadas en un cuidador, la desregulación emocional. “Por eso es necesario entender que la salud mental no es un asunto individual, sino que es un componente central del bienestar familiar”.

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¿Cómo está el clima en el hogar?

Cuidar la salud mental del padre, la madre, los hijos adultos, los adolescentes y los niños implica entender las diferentes crisis por las que puede pasar el ser humano.

Por ejemplo, en la adolescencia hay desregulación emocional, que los padres no siempre saben llevar. “Trabajo mucho en temas de orientación vocacional, con padres que llevan al adolescente porque está saliendo del colegio y no tiene ni idea de qué estudiar. Los padres no tienen la capacidad de hablar de estos temas”, expone.

En estos casos, Castillo observa la distancia que hay entre padres e hijos, aun viviendo juntos. “La prevención de la violencia comienza cuando atendemos los signos tempranos de sufrimiento emocional y generamos espacios seguros para expresarlo en familia”, menciona.

El mayor problema de la familia latinoamericana, opina, son los secretos y los tabúes adquiridos de generaciones anteriores. En el otro extremo están los padres que quieren ser amigos, aunque eso no sea lo que el adolescente necesita.

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El estrés o burnout de los adultos debe ser atendido por el bienestar de toda la familia. Foto: Shutterstock

“Como padres hay que marcar una distancia de autoridad, de amor y de cariño para que exista una guía. Porque esta generación puede hablar mucho de salud mental, pero necesita encuadrarse en la realidad, las frustraciones reales, que no todo se da de manera inmediata”. ¿Qué pasa con el término generación de cristal? “Es una fragilidad a la que hay que prestarle atención, sin etiquetar”.

¿La vida les enseñará? Sí, dice Castillo, pero definitivamente hay que ayudarlos. “Ellos están creciendo en una realidad distinta a la de sus padres”.

Además, los padres no siempre saben cuidar de sí mismos. “Sufren burnout, que es el estrés crónico. Se queman en el trabajo ¿y con quién se van a desquitar? Con la familia”. O tienen ellos mismos un pasado que no se trató. “Eso se va a reflejar en el trato a los hijos”.

Y en conjunto, añade el psicólogo, la familia promedio no se reúne a discutir acerca de su salud mental.

¿Conviene empezar así, diciendo a todos que en este momento vamos a hablar de salud mental? Castillo señala que de eso se trata la psicoeducación. “Lo mejor que se puede hacer es hablar con total libertad y apertura por parte de la familia”. Sin camuflarlo o diluirlo. “Háblalo libre, porque si no abres ese diálogo claro, vas a enviar un doble mensaje para el adolescente: ‘¿Me está hablando de salud mental o no?’. Di: ‘Te veo mal, estás descuidado, tal vez estás pasando por un problema’”, aclara.

Castillo considera que hay un asunto generacional, mientras que los adultos temen hablar de salud mental, los jóvenes son mucho más receptivos. “El estigma viene de la generación de los padres”.

Así que hay que superar ese temor y buscar el espacio adecuado. “Si pelearon, no es un buen momento para hablar. Si están tranquilos, sí. Muchos dicen: ‘Yo le hablo’. Claro, le habla de salud mental cuando ya lo insultó, le faltó el respeto, no se sintió escuchado, se sintió juzgado”.

Señales de alerta en la salud mental familiar

El psicólogo menciona algunos cambios de conducta bruscos:

  • Aislamiento. El aislamiento de un miembro de la familia es una señal de alerta.
  • Irritabilidad.
  • Excesos biológicos. ¿Está durmiendo mucho o muy poco? ¿Está comiendo de menos o en exceso? El descuido personal, no se baña, no se peina.
  • Consumo de sustancias.

Esperar a que estas conductas aparezcan no va con la psicoeducación. Los padres son los responsables de la prevención. Si piensan que no tienen todas las herramientas, necesitan adquirirlas. El colegio podría asesorar a través de sus Departamentos de Consejería Estudiantil (DECE). Tal vez haya una escuela para padres. Hay foros en internet e influencers de salud mental certificados. “El punto es que el padre se tiene que implicar, porque no es una formación formal, nadie nos enseña a ser padres”, reafirma. También se vale visitar a un profesional.

“Hay algo que la familia no entiende. Cree que al psicólogo se lleva al hijo cuando está mal”, pero no hace falta esperar a tener una crisis para buscar ayuda.

Los pilares de la prevención en salud mental familiar son la comunicación y la seguridad. “Que el hijo sienta que está en un lugar seguro. ‘En este espacio yo puedo hablar sobre lo que me pasa’. No hay temas prohibidos, porque los padres saben que los vetos se convierten en desafíos para los adolescentes”.

¿Qué hacer cuando notamos que alguien no está bien en la familia?

Cuando se identifica alguna de las señales mencionadas, el primer paso es acercarse para escuchar, en lugar de confrontar. “En lugar de decir: ‘Estás loco, estás exagerando’, es más útil expresar una preocupación genuina: ‘He notado que no te sientes bien últimamente, ¿quieres que busquemos ayuda juntos?’. Escuchar con empatía puede marcar la diferencia”, puntualiza.

Y algo fundamental, concluye Castillo, es activar las redes de apoyo. “Si esa persona está mal, ya lo identificamos, la familia y los amigos deben estar un poco más atentos”. La escuela y los servicios de atención psicológica pública y privada.

La red de apoyo conformada por la familia, los amigos y las instituciones educativas y de salud necesita activarse ante cualquier señal de malestar mental. Foto: Shutterstock

Las familias que ya viven con un problema de salud mental, ¿qué pueden hacer? “Esto es como la teoría de las cabinas de oxígeno en el avión. Ponte el oxígeno tú primero y luego puedes ayudar. En la familia pasa exactamente lo mismo. Tienes que cuidarte, porque si no, te vas a quemar, va a comenzar a haber un maltrato”, apunta.

Antes de que la situación se vuelva insostenible, hay que buscar ayuda profesional. O en casos graves, como cuando hay intenciones suicidas, tal vez sea necesario internar a la persona para el tratamiento. “Se sale de las manos. Uno tiene que ser humilde en este aspecto”.

Fomentar un entorno emocionalmente seguro en las familias es posible

Para el psicólogo clínico Samuel Merlano, el afecto y la conexión son fundamentales para incentivar un ambiente positivo dentro de los hogares. Se refiere a las prácticas que las familias pueden implementar para fomentar un entorno emocionalmente seguro y de apoyo mutuo.

Es esencial que los padres transmitan afecto por medio de abrazos y decirles a los hijos “Te quiero mucho”, “Eres una bendición de Dios” o “Me gusta compartir contigo”. Estos hábitos permiten un acercamiento constante que ayuda a que los miembros de la familia puedan expresar y exteriorizar mejor sus emociones, en vez de reprimirse o aislarse.

“Cuando hay ese tipo de acercamientos podemos generar cambios para que todos en la familia se sientan bien, estén contentos, y mitigar situaciones emocionales negativas”, sostiene el especialista.

El diálogo constante es otra base de la convivencia armoniosa, detalla Merlano. “Son espacios que permiten fortalecer a los hijos, hacer que desarrollen su autoestima y más empatía”.

En estos encuentros, agrega el psicólogo, se debe evitar a como dé lugar lo que Merlano llama el acoso verbal o bullying parental; es decir, aplicar calificativos negativos para referirse a los niños, como decirles “gordo, flaco, inútil, tonto”, bromas pesadas o criticar su apariencia. Es caldo de cultivo para crisis internas que pueden llevar a la depresión, aislamiento y baja autoestima, la cual a su vez provoca inseguridad y desánimo.

“Son acciones terribles, que nunca deberían existir. Estas situaciones crean un entorno negativo y son una señal de alarma que requiere un cambio”, manifiesta.

Otra estrategia crucial es el refuerzo positivo. “Se debe felicitar a los hijos por sus logros, celebrar sus buenas notas con premios significativos (como un helado) y usar palabras positivas para que se sientan contentos y aceptados”, añade. Incluso el lenguaje positivo puede ayudar a alguien con baja salud emocional sin generar resistencia.

Por supuesto, esto se complementa con la colaboración del resto de la familia, que debe compartir el deseo de avanzar de los hijos con mensajes de apoyo constante.

Además del diálogo clave, es saludable proponer actividades recreativas, como ir al parque, jugar fútbol, entre otras, que impulsen a los miembros de la familia a participar. Estas acciones indirectamente mejoran estados anímicos bajos, incluso cuando hay personas que están deprimidas.

“La meta es lograr el empoderamiento familiar, inyectando seguridad personal a los hijos para que se sientan firmes, fuertes y contentos en cada actividad que realizan”. Este fortalecimiento sin duda beneficia a toda la familia. (F)