Entre enero y mayo de 2021, las tensiones disminuyeron en los hogares de Ecuador, “menos en aquellos con niños, niñas y adolescentes”. Esa fue una de las complejas conclusiones de la encuesta de Unicef Encovid-EC (Encuesta sobre bienestar de los hogares ante la pandemia de COVID-19 en el Ecuador).
¿Por qué justamente en los hogares con niños? La respuesta es complicada. La violencia en el hogar es la ‘punta del ovillo’ de todos los problemas de la persona, dice Solange Blum, máster en prevención y tratamiento de violencia familiar.
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Primero es necesario aprender a identificar los distintos tipos de violencia. Está la física, que deja señales visibles. Pero también el maltrato psicológico, compuesto por expresiones y actitudes que se esconden tras excusas. “Ya todos me conocen, yo soy así”. “Mis hijos sacan lo peor de mí”.
“Nadie saca lo peor de nadie, todo el mundo saca lo que tiene dentro”, establece Blum, quien es directora general para Ecuador de la organización internacional Enfoque a la Familia.
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La violencia en los hogares con niños es preocupante porque la violencia es una respuesta aprendida. Los patrones de conducta aprendidos en el hogar tienden a replicarse en el niño que ve que las situaciones se solucionan a golpes, a gritos o mediante el abandono del hogar.
Uno no está a salvo por pensar que cuando tenga su casa nunca permitirá que ocurra lo mismo. Formular ese deseo no es suficiente, porque en la realidad, en una situación de conflicto, repetirá el patrón aprendido por no tener una conducta positiva con la cual reemplazarlo.
Así se llega al tercer punto: hay que establecer nuevas formas saludables de relacionarse. O como dice Blum: “En tu mente debes reemplazar (la conducta violenta) por un comportamiento que sí quieras promover cuando estés en un problema”.
Identificar los tipos de violencia
No es lo mismo tener una crisis familiar que tener violencia familiar. En la primera hay desacuerdos, acompañados de momentos de enojo. En la segunda, la emoción que prima, destaca Blum, es el temor.
La violencia física es la más conocida, cualquiera identifica un golpe, como indica la guía de Unicef contra este fenómeno. “Lastimosamente, en Ecuador, cada 72 horas una mujer muere a manos de su cónyuge”, informa la orientadora. Junto con la violencia física está el abuso sexual, que puede ser con y sin contacto físico.
“En la violencia, una sola persona (la agresiva) puede hablar, porque piensa que tiene la razón”.
Solange Blum, orientadora familiar
Aparece, además, la violencia psicológica, cuyos efectos pueden ser de por vida. Las quejas, los gritos, la crítica, el sarcasmo, el enojo permanente, la ausencia de ternura, los insultos; pero también aislarse frente a los problemas, buscar culpables y no asumir responsabilidades. Usar la alienación parental (poner a los hijos en contra de uno de los padres). Ser negligente con las necesidades de niños y adultos mayores.
Blum pide no normalizar la violencia, instaurando un relacionamiento saludable en el que se escucha la opinión del otro y se la valora, se expresa la ternura a través de abrazos.
Formando una familia saludable
No es necesario tener una familia nuclear o tradicional para esperar un entorno hogareño saludable. Una casa monoparental no tiene que ser disfuncional, agrega Blum. “Una familia disfuncional puede tener papá, mamá e hijos, sin ser saludable”.
Lo que se necesita, añade la orientadora familiar, es crear una cultura familiar de amor, donde todos los miembros se sientan seguros.
- Vea al otro como un regalo. “¿Qué haces con un regalo que te gusta? Lo atesoras, das gracias”. Ver las virtudes del otro y decirlo en voz alta, mientras disimulamos los defectos (no la violencia) es importante. En casa se debe trabajar la aceptación.
- Invierta su tiempo. Blum recomienda guardar energía para compartir en casa, validando las emociones de los demás.
- Manifieste cariño y ternura. “Muchas veces somos cariñosos con los de afuera y duros con los de casa; si abrazáramos más, disminuirían considerablemente los conflictos del hogar; a veces lo único que necesitamos es saber que tenemos al otro”.
- Establezca límites claros, conocidos por todos los miembros. “Cuando los niños son pequeños, los límites los ponen los papás. Pero cuando los hijos crecen y se vuelven adolescentes y jóvenes, uno acuerda con ellos los límites y sus consecuencias, para que podamos funcionar como familia”. Estos acuerdos deben apuntar a la corresponsabilidad del hogar. “En esta casa no nos gritamos, no nos dejamos con la palabra en la boca, nos escuchamos”.
- Extienda el perdón. “Aunque no queramos, a veces vamos a herir al otro. Necesito perdonar para caminar sin cargas, caminar ligero”.
- Escuche. “A veces, en los talleres, me preguntan: ‘¿Hasta cuándo voy a tener que escuchar?’. Hasta que entiendas el punto de vista del otro”.
- Sea agradable. “Deberíamos hacernos esta pregunta: ¿es agradable vivir conmigo?”. Si la respuesta es no, hay que trabajar en todo aquello que hace falta. ¿Cómo?
Las charlas de orientación o motivación son una buena herramienta, un despertar. Pero si se hace difícil encontrar la solución solos, es momento de buscar orientación profesional. Blum recomienda comprometerse en el proceso para ver cambios en la vida. El profesional le enseñará a cambiar del patrón dañino de relacionamiento a uno saludable. El trabajo está encaminado a ver de dónde procede la ira o el temor, a leer las señales en el cuerpo y a gestionar las emociones, que son la base para cambiar la conducta.
¿Qué pasa si el otro no quiere ir a la terapia? En casos de crisis familiar, dice Blum, con que una sola persona trabaje con un profesional puede haber cambios. Pero cuando hay violencia, es diferente. Cuando hay riesgo para las personas en el hogar, lo mejor es hacer una separación terapéutica, para que el que agrede pueda trabajar en sí mismo, corregir su forma de relacionarse y luego reencontrarse con su familia.
“Lo más peligroso de la violencia es que va escalando. Hoy es un codazo. Mañana, un empujón. Pasado, un puñete”. Y el otro peligro es la vergüenza de reconocer que se vive el maltrato. “Busque ayuda desde el inicio, pues entonces hay más probabilidades de que pueda salir adelante como familia. Es imperioso buscar ayuda”.
¿Dónde buscar ayuda?
En efecto, la vergüenza es un elemento de peso. “Para la mayoría de las sobrevivientes de violencia, resulta muy difícil reconocer y hablar sobre la violencia vivida, y cargan con sentimientos de culpa y vergüenza”, señala Estefanía Paz, psicóloga de la atención integral a la violencia basada en género del Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer Guayaquil (Cepam).
Cepam tiene entre sus propósitos acoger a las víctimas y brindarles apoyo y orientación oportuna y pertinente, y mantener una atención de calidad y calidez en todos sus espacios, así como realizar campañas de prevención y de promoción de derechos.
La psicóloga Paz alega que las formas de maltrato no son homogéneas, cada caso y los modos de enfrentarlo son distintos. Pero a manera general, se trabaja con las sobrevivientes en el tema de sus derechos, para que puedan identificar y reconocer la violencia que han vivido, desarrollar recursos emocionales que le permitan salir de una relación violenta y ver cambios a nivel social, familiar y educativo. “Y ubicar las redes de apoyo necesarias para la víctima”.
Usted también puede ayudar, validando el testimonio de la persona víctima de violencia, sin reforzar ideas que pueden llevarla a arrepentirse de denunciar o de salir de la relación abusiva. Brinde información y orientación sobre los espacios donde puede acudir si necesita ayuda. Si es alguien de su círculo cercano, sea una red de apoyo: escuche, y si es posible, brinde refugio.
Además de lo anterior, si usted identifica que una niña o niño está viviendo violencia o es testigo de ella en su hogar, sería importante hablar con la familia. Y así poder identificar a alguien que pueda ser un agente protector y tomar las medidas necesarias para evitar que la violencia continúe.
Queremos una familia saludable: aprendiendo antes de casarse
Si usted y su pareja están pensando en casarse, Blum aconseja no desestimar los cursos prematrimoniales. No son un mero trámite. Podría ser la manera de descubrir patrones de relacionamiento y resolución de conflictos, y de orientar la comunicación, para que ante cualquier crisis, la familia crezca.
“Tenemos que ser muy responsables con los prematrimoniales, por un deseo genuino de aprender”. Uno de esos aprendizajes es el temperamento de la persona con la que uno va a casarse. Desde el noviazgo se puede ver que alguien es iracundo, celoso o inseguro. “El enamoramiento nos lleva a disculpar o a pensar que nosotros lo vamos a cambiar. Eso no sucede. Se agrava”.
¿Qué pasa si se descubre que la otra persona no está lista para superar sus problemas personales? “A veces es mejor tomar distancia”.
El ciclo de la violencia
- La calma. Todo está bien, no hay energía negativa.
- La acumulación de la tensión. Todos están esperando el momento en que la persona violenta estalle, mientras el otro trata de calmarlo.
- La explosión. Aquí se produce el maltrato agudo.
- La culpa, el arrepentimiento. La víctima expresa que no quiere vivir así, y el victimario se justifica, culpa a otros de su explosión y hace promesas. Nunca más va a pasar. Se vuelve muy dócil.
- La luna de miel o reconciliación. Hay una esperanza profunda de que las cosas van a cambiar, y todo empieza de nuevo.
La repetición constante de estos patrones caracteriza a la familia que tiene comportamientos violentos. (F)