La crisis climática aumenta sin precedentes: un estudio recogido este martes en la revista BioScience sostiene que 25 de las 35 constantes vitales del planeta están al límite y se dirige a un escenario de aumento de 2,7 grados en la temperatura global, por encima de niveles preindustriales, a finales de siglo.
Se trata de la edición de 2024 del Informe sobre el estado del clima: Tiempos peligrosos para el planeta Tierra que dirige un equipo internacional de científicos liderados por William Ripple y Christopher Wolf, de la Universidad Estatal de Oregón, Estados Unidos.
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Una de las constantes vitales que más ha fallado este año ha sido la temperatura media de la superficie terrestre: los tres días más calurosos de la historia han tenido lugar en 2024.
Le siguen en gravedad el consumo de combustibles fósiles, la pérdida anual de cubierta arbórea, el crecimiento de la ganadería y las emisiones de metano, la acidificación de los océanos y la disminución de la masa de los glaciares.
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Pero hay soluciones, dicen: un impuesto mundial al CO2,
el aumento de la eficiencia energética, la protección y restauración de los ecosistemas, hábitos alimentarios centrados en alimentos de origen vegetal, la reducción de la producción y el consumo, una economía más sostenible y la implementación de la educación ambiental.
¿Qué saben sus hijos en edad escolar y secundaria sobre conciencia ambiental?
En el reporte Esfuércense más: Cómo los jóvenes activistas asesoran la acción climática en América Latina y el Caribe (Unicef, 2021), la entonces directora regional Jean Gough, señaló que la crisis climática es “una crisis de derechos de los niños, niñas y adolescentes (...)”, y afirmó que en nuestros países, 9 de cada 10 de ellos están expuestos a al menos dos crisis climáticas y ambientales superpuestas.
Y si bien son los menos responsables de lo que ocurre, serán quienes más y durante más tiempo sufrirán las consecuencias. Pero Gough señaló que no se los puede ver como víctimas pasivas, puesto que en ciertos puntos del continente y del Caribe, ellos están aprendiendo a demandar acciones más ambiciosas, urgentes e inclusivas.
De los casi 500 jóvenes encuestados en 32 países de la región, casi la mitad de ellos considera que sus gobiernos no están tomando acciones, mientras que el 43 % dice que son insuficientes, y que apenas si se les permite conocer o participar de las decisiones.
Los jóvenes también hicieron propuestas, y entre ellas destacan la educación ambiental y la voluntad política para hacer cumplir las leyes climáticas y los acuerdos internacionales.
El 34 % de la juventud que respondió a la encuesta menciona la educación como la primera propuesta de acción. ¿En qué temas? Cambio climático y gestión de riesgos, prácticas sostenibles, conservación y ecología. Sí, quieren aprenderlo en la escuela y que sea parte formal del currículo. Pero también piden espacios de enseñanza más informales como campamentos, talleres y capacitaciones. Además, quieren que sea a temprana edad para conseguir un cambio de comportamiento sistemático y duradero.
Cómo implementar acciones ambientales educativas: un ejemplo en Ecuador
María del Carmen Vizcaíno es la creadora de la Fundación Alianza Jambato, que cuenta con el apoyo de instituciones internacionales, y ha impactado a al menos 20 comunidades en Ecuador.
“Nació en 2021, como una iniciativa para salvar al jambato (Atelopus ignescens), una especie de rana emblemática que fue considerada extinta por casi 30 años, y fue redescubierta en Angamarca, Cotopaxi en 2016. No se habían realizado esfuerzos para conservarla en la localidad”, relata.
Gracias a un proyecto de Fondo Semilla que ganó, la iniciativa de Vizcaíno se expandió rápidamente, se unieron alrededor de 50 profesionales de diversos campos y de diversas instituciones nacionales e internacionales, y con el activo involucramiento de las comunidades locales. La propuesta, que inicialmente era de un año de duración, logró captar el interés de la Fundación Re Wild, patrocinada por el actor y activista Leonardo DiCaprio.
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Un enfoque lúdico
Los niños, comenta Vizcaíno, son un público importante en esta línea de investigación y conservación. Tal como lo describe, el proceso empieza por lo educativo, luego pasa a lo vivencial, y por último, fomenta el liderazgo y el cambio social. “El trabajo ha sido sostenido en las escuelas y colegios para llegar al 100 % de las instituciones educativas en más de 20 comunidades rurales a las que servimos. Nuestro enfoque es dinámico, a través del arte y del juego, Hacemos tres intervenciones educativas en cada institución. Luego los llevamos a explorar el entorno, a que conozcan al jambato, porque es difícil encontrarlo”.
Sensibilidad y conciencia
El contacto con la naturaleza y con esa y otras especies crea sensibilidad, dice Vizaíno, quien es máster en Estudios Socioambientales. “El jambato se convierte en una bandera que nos permite sensibilizar sobre el cuidado de las especies y los ecosistemas. Hemos tenido grandes resultados, así que este año celebran por segunda ocasión el Día del Jambato, un festival cultural para concienciar aún más a la población.
¿Cómo participaron los estudiantes? Con disfraces, poemas, danzas y cantos que diseñaron con la guía de sus profesores, incluyendo esta vez al cóndor, una especie nativa de su región.
Profundización del conocimiento
El interés lleva a la profundización del conocimiento y a la organización de redes de formación. “Hemos creado un club ecológico dirigido a niños, niñas y adolescentes para un proceso formativo más sostenido, es decir, formar líderes comunitarios que puedan acceder a ciertas oportunidades y ser agentes de cambio”, asegura la activista. Es un ciclo de 10 meses, que se repetirá con nuevos grupos.
¿Qué pasa con las escuelas en zonas urbanas, que no están cerca de áreas verdes? “No siempre se cuenta con este privilegio, sin embargo, lo más importante es promover espacios de conexión, hacer salidas educativas de observación y de exploración, para que (los alumnos) entren en contacto con la naturaleza”, recomienda Vizcaíno.
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O se puede llevar lo verde al aula a través de la creación de rincones naturales en la escuela o colegio. “Algunos han creado huertos para que los chicos vean el ciclo de los alimentos”. Pero cree que es muy importante gestionar los permisos para que el grupo pueda ir a parques, museos naturales y de ciencias.
“En el currículo se debe transversalizar la educación ambiental, no solo en Ciencias Naturales, sino en todas las asignaturas”. Los niños, opina, están muy desconectados de los entornos naturales, y no solo en las ciudades, porque se sumergen en el manejo de redes sociales. “En los países en los que se promueve esta conexión con lo natural hay un mejor rendimiento académico y mejores calificaciones en exámenes internacionales”.
Para visitar la Fundación Alianza Jambato, hay que contactarse con ellos, quienes diseñarán un programa específico para las necesidades de cada grupo. “Nos cuentan qué quisieran hacer y organizamos esta visita, que es de un día”. Angamarca está a cuatro horas de Quito y a seis horas y media de Guayaquil.
El otro aspecto del universo de los niños es el hogar, que en la familia se cuiden los recursos del agua y la electricidad, que se separe la basura y que se conozcan opciones de reciclaje.
Finalmente, la educación ambiental es una oportunidad de acercar a las niñas y a las jóvenes a un espacio que por diversas razones se les vuelve ajeno: las ciencias. “He tenido muchas barreras para liderar una iniciativa de conservación”, cuenta Vizcaíno. “Es un campo que tradicionalmente está dominado por hombres. Me interesa muchísimo cerrar esa brecha. Uno de mis proyectos es acercar a las niñas a la ciencia, en especial en las comunidades rurales, donde no conocen mujeres científicas y pueden pensar que es imposible acercarse a carreras en ciencias. Por dos años consecutivos hemos sacado vídeos en los que las niñas hablan de lo que quieren ser de grandes y lo que quieren conseguir”. (F)