Celebro que María Augusta Correa, poeta y narradora cuencana, siga firme en su vocación escritural y que entregue a los lectores un nuevo libro de su autoría: Uterina, poemario publicado con el sello guayaquileño El Quirófano Ediciones.
Es un conjunto de 35 poemas en los cuales el yo poético pasa revista a la vida, recuerda la infancia, la echa de menos, y nos cuenta, a través de un lenguaje sugerente, metafórico y memorioso, cómo la existencia y el tiempo nos van privando de lo amado: personas, lugares, hechos.
El libro se abre evocando a la madre, una madre ya ausente físicamente, muerta, pero cuya presencia el yo poético reclama. En este poema inicial, titulado Hierba perversa, nos dice: “Voy a parir una madre, es urgente/ para que me abrace como las madres suelen hacerlo”.
Y en el mismo poema, más adelante, agrega: “Yo/ que quería parir de urgencia/ yo/ que me urgía tanto la presencia materna/ me repliego derrotada en la mineralizada tierra/ me anclo estancia oscura/ condenada/ irremediablemente huérfana”. Y así nos encontramos con uno de los temas clave de este poemario: la orfandad.
Pero la orfandad no solamente en el sentido literal, de la falta de los progenitores, sino la orfandad por todo lo perdido. Se es huérfano de lo que ya no se tiene. La escritora Isabel Allende quizá con gran dosis de razón suele decir que venimos a la vida a perder. Que cada día perdemos algo.
En este poemario la orfandad se entiende como la pérdida de la infancia, de los rituales, o incluso de cómo transcurría la vida en la casa familiar y de lo que significaban los días, como se lo cuenta, por ejemplo, en el poema Página siete del diario de la infancia. Allí se dice: “El domingo era una campana china de viento/ que colgaba de un lugar insospechado”.
Así también, en el poema Regresión involuntaria está presente ese “patio perdido de la infancia”, como metafóricamente se llama al tiempo. Porque el tiempo es otro elemento fundamental en estos versos.
Aunque los poemas están poblados de una voz íntima, esta no pierde contacto con el exterior, con su entorno, y se muestra, en ocasiones, cuestionadora. Increpa a la sociedad en la que habita, una sociedad plagada y quizá acosada por una tecnología que nos automatiza y que nos despoja de la esencia individual. Cada día somos menos humanos y más una contraseña, porque, como dice el yo poético en el poema Acoso numérico, “todo ha enfermado de claves y de códigos”.
De igual modo, da cuenta de los cambios físicos del paisaje que habita. En el poema Desarrollo urbano refiere: “En la ciudad que se desquicia/ ya no hay arbustos ni árboles frondosos/ ya no quedan casas/ que tengan bordados hacia atrás sus patios vegetales”. Su mirada repara en que aquel verdor en las casas y que las casas, incluso, han ido cambiado, o ya no existen, porque han sido reemplazadas en nombre del progreso.
Así como hay un ejercicio de memoria, se cavila también sobre cómo es el proceso del olvido. Y el yo poético llega a la conclusión de que no se olvida de manera definitiva, porque, sostiene: “Todos, siempre y de alguna manera/ arrastramos algo nuestro”.
El poemario rezuma, adicionalmente, una reflexión sobre la escritura y el ejercicio escritural, así como también se habla de la fragilidad e indefensión de la infancia frente al abuso.
Leo Uterina y me pregunto por el significado de aquella palabra con la que se titula el conjunto de poemas. Accedo al Diccionario de la RAE, y este dice al respecto de Uterina. “Adjetivo. Perteneciente o relativo al útero”. En tanto, define la palabra útero de la siguiente manera: “Órgano muscular hueco de las hembras de los mamíferos, situado en el interior de la pelvis, donde se produce la hemorragia menstrual y se desarrolla el feto hasta el parto”. Como sinónimo de útero ubica las palabras matriz y seno.
Pienso que el poemario se nombra Uterina porque la voz lírica evoca y se declara añorante, nostálgica, de la matriz, de la raíz, del nexo con sus antepasados y de todo aquello que tiene relación con su origen y con su infancia. Por ello, en el poema Constatación del quórum, se dice: “Cierro los ojos/ y recorro los rostros de mis muertos/ son solo máscaras que los ocultan/ con miradas de niños que sonríen”.
Y en el poema Duda fundamental se declara: “Embalsamadas todas mis generaciones/ habito este siglo en la casa heredada/ entre espíritus/ que tienen mayor tiempo acumulado”.
Al inicio del poemario, el yo poético expresa su deseo de parir una madre, para que lo abrace como las madres suelen hacerlo. Pero ante la imposibilidad de parirla, se pare a sí mismo. Y este yo parido, renacido, es el que nos entrega estos conmovedores versos. (O)