No quiero que piensen que tengo ínfulas de historiador, pero nuestro tema de portada sobre la convivencia pacífica sí me transporta a diversas épocas de mi vida, incluyendo la neoyorkina. El asunto comenzó en nuestro Zoom revistero, definiendo temas dominicales, y el alboroto fue unánime porque todos teníamos historias traumáticas que contar. Si no era la inseguridad, era el ruido, o la mala educación, la población canina y muchos etcéteras.

Lo primordial es que todos estuvimos de acuerdo (casi nunca es así) en que el tema iba directo a portada, porque, con pandemia o no, lo que se vive actualmente es un ambiente de inestabilidad e inconformismo general en cada vecindario, sin importar que sea un barrio popular o una urbanización amurallada. Nuestro objetivo es exponer las pautas —la palabra reglas siempre me suena impositiva y negativa— para lograr una sensibilidad común en nuestra actitud vivencial comunitaria.

Y aquí viene la memoria: mi vida inicial en casa de madera de mis abuelos, en Panamá 732 entre Junín y Roca, pleno centro de la ciudad, con las lecciones aprendidas de los abuelos y los papás, los guardianes, los cacahueros, los vendedores de pan en carretilla... Todos estábamos juntos y, a pesar de las diferencias sociales, lo que se vivía era una armonía de respeto hacia cada ser humano. Eso comenzaba en los hogares, y es allí donde todo debe empezar. La concordia la llevamos en la sangre desde niños, en todas sus facetas. (O)