Navegamos con mar cuatro. Las olas llegan a los dos metros y tenemos vientos de hasta sesenta nudos. El mar Mediterráneo, que hasta hoy había sido para mí uno de aguas calmas y serenas, se mece en tormenta. El barco en que navego se balancea de babor a estribor, a veces nos cae lluvia de lado, que empapa las cubiertas por las que nos aconsejan no andar. El capitán iza un par de velas estay para dar estabilidad al Sea Cloud.
Los planes de nuestro crucero deben cambiar. En mis más de dos décadas en el mar he navegado las aguas relativamente calmas de las Galápagos, o que tal vez, confiadamente, hemos asumido así. Entonces abogo, al principio, para que el programa continúe y mis huéspedes lleguen a los sitios ofrecidos. Pero la prioridad siempre debe ser la seguridad.
El capitán me informa que no acodaremos en el muelle de Otranto, ya que las autoridades podrían impedir el zarpe, y de ser así, nos quedaríamos hasta tres días en el mismo puerto. Navegamos cercanos a la costa; el gran volumen del volcán Etna nos protegería de los huracanados vientos.
El capitán recibe los reportes meteorológicos, el segundo oficial estudia el viento y las corrientes, se distinguen los elementos geográficos, se coordina con las autoridades y el armador.
Yo observo un poco incrédula, un poco frustrada, pensando a ratos que es exageración. Sin embargo, con las fuerzas naturales no se juega. Además, hay normas que respetar, tanto de los respectivos puertos en que atracamos como las del barco y las leyes de su bandera, de la Organización Marítima Internacional, etc.
No se trata de jugar al más valiente o como diríamos en lengua local, al más sapo o más macho.
Una lancha de pasajeros naufragó en Galápagos; hay 4 fallecidos y 2 desaparecidos
En las Galápagos nunca he experimentado mar cuatro en la escala de Beaufort, y cuando el viento llega a veinte nudos nos asustamos y cancelamos las parrilladas en las cubiertas de sol. Tenemos un clima bondadoso, un océano tan calmo y gente de mar, entre la que me incluyo, demasiado confiada.
La confianza lleva a la irresponsabilidad. Si no ocurren más tragedias en las Islas Encantadas, es por lo benévolo de las condiciones climáticas. Sin embargo, las normas existen, además son internacionales. Deberían cumplirse.
No hay justificación alguna para el crimen cometido el 25 de septiembre entre las islas Isabela y Santa Cruz. Es un delito con muchos implicados, donde la cadena de falencia y corrupción empieza desde el momento en que se otorga el zarpe hasta la inoperancia en el rescate. Y continúa hasta hoy, en que todavía no se sanciona a ninguno de los tantos responsables.
Yo estaba en medio de una tormenta en el Mediterráneo, mientras en aguas relativamente calmas se hundía la lancha de cabotaje Angy en mi amado archipiélago. Una embarcación abandonada a su suerte, sobrecargada de pasajeros, sin chalecos salvavidas, con tripulantes y capitán con matrículas falsas, esperando un rescate solicitado a los varios organismos pertinentes, que nunca llegó.
Se han perdido cuatro vidas.
Que no vuelva a ocurrir.
Para esto debe existir el compromiso de todos, autoridades y usuarios. Debemos denunciar cada acto ilegal, irregular. No más coimas, ni “para las colas”, que cada dólar alentando la corrupción es un dólar que nos hace cómplices de calamidades como esta. No más.
Con la vida no se juega. Con la vida en el mar menos.