Las redes duelen cuando se empiezan a llenar de noticias catastróficas. Ya la distancia no importa, duele si es el edificio en Miami, el terremoto en Haití, el incendio en Turquía. Duele porque el entretejido que hemos logrado hacer a través de ellas nos ha unido más.
Esa inmediatez de la noticia es como si al vecino le hubiera pasado algo, o peor que eso, como si al hermano le hubiese ocurrido.
Las redes me acercaron a todo el mundo de una forma que no esperaba. Lloramos juntos las penas y las desgracias, así como los logros de nuestros campeones olímpicos. Viví cada segundo de sus participaciones al tiempo que repetía sus entrevistas pasadas y sus historias. Entonces, sus triunfos tenían más sentido. Las redes me permitieron abrir mil ventanas de información simultánea y viví esos triunfos con mayor intensidad.
Eso hacen las redes, pero es triste cuando las historias son como las del sábado pasado en Haití. Un país hermano del que solo recuerdo con dolor historias peores. Así como de países, también me conecto con las historias de individuos que siguen en su lucha de supervivencia, como el pequeño Derek.
Pero las redes no pueden quedarse ahí, en el bajón emocional. Ese bajón debe provocar una reacción. ¡Hay que hacer algo! Existe change.org, sitio web de causas del que ya he hablado antes. Existen también respuestas individuales y de grupos solidarios. ¡Todo es bienvenido!
En días pasados revisaba la lista de los actuales influencers del medio ecuatoriano. Me alegró encontrarme en las cuentas de algunos, mensajes que persiguen una causa, que no buscan lucrar de ello. Aplaudo esto que hacen, pues su liderazgo es necesario para ayudar a que otros también actúen. No se puede solo contemplar el desastre o, como solemos hacer, comentarlo y armar discusiones eternas. Tenemos que hacer algo para que la vida sea más llevadera para todos. (O)