Según la psicoterapeuta Rebecca Sparkes, es parte de la naturaleza humana compararnos con los demás. “El cerebro humano está programado para compararnos con otros miembros de la especie”, dice.

Pero este mecanismo de autoevaluación social está resultando ser una tragedia para las nuevas generaciones. Antes de esta época digital, te podías comparar con la compañera de la banca de al lado, con las chicas populares de la promoción o con el vecino que quizás veías en una situación de ventaja… cuando lo veías.

Actualmente, la comparación se ha disparado de forma exponencial al tener la posibilidad de mirar y mirar durante horas de horas en redes sociales: a la chica popular que está en la misma promoción del colegio con sus envidiable cuerpo, un filtro supernatural y una gran cantidad de likes en sus publicaciones; las historias de las reuniones sociales en las que otros aparentemente disfrutan y a las cuales no fuiste invitado; una caída de sol que acompañada de una música romántica y dos manos entrelazadas que insinúa a la pareja mas feliz sobre el planeta tierra y luego a la novia que baila, junto a su novio, la mas linda canción en tendencia, que transmite la conexión más profunda que se haya visto jamás entre dos novios.

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Y no se puede dimensionar lo que es para muchos adolescentes no ser parte de algunas de las coreografías de bailes subidos a las plataformas en donde las reproducciones se muestran, por miles de miles, con los comentarios que ensalzan lo sexy y atractivos que lucen sus protagonistas.

La nueva unidad de medida de la popularidad afecta directamente la autoestima adolescente: ¿Cuántos “likes” tienes? Pues eso pasa a significar ¿cuánto vale como persona y cuán exitosa es?

Pero esto no es todo. Las modelos, los cantantes, los influencers mediáticos mostrando sus cuerpos, sus clósets, hacen parecer que la vida del observador es simplemente miserable comparada con la de estos role models cuyos estilos de vida, se sabe, son básicamente falsos y vacíos, pero que de todas maneras logran engañar al adolescente, logrando que compare su existencia con la de ellos y generando en muchos tristeza, frustración y envidia.

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Para los adolescentes, los efectos de estas comparaciones resultan muy perjudiciales, pues la ciencia ha demostrado que la exposición reiterada a este contenido en línea se relaciona con una imagen personal más baja y una autopercepción negativa y distorsionada. Por ejemplo: nunca tengo el cuerpo perfecto, mi vida social es un desastre, mi alimentación es pésima, no logro el peso adecuado, mi musculatura es un asco, no tengo talento, el éxito es muy lejano para mí, no tengo esa capacidad de expresión. La lista de inseguridades sería interminable y las he escuchado, en consulta, de decenas de adolescentes en conflicto con su autoestima.

Esto podría terminar en factores de riesgo, trastornos alimenticios o estados de ansiedad y depresión. Ya tenemos los estudios y no hay exageración. La pregunta que me hago es si la raíz de esto puede cambiar. Los niños, luego adolescentes, ¿cambiarán sus hábitos de consumo en las redes sociales? ¿O es una tendencia irreversible? ¿De qué o de quién depende esto? Espero sus comentarios. No sé si vale la pena seguir luchando contra una tendencia tan fuerte, en la que el poder del sistema y de los algoritmos empujará, cada vez más, hacia una conectividad desde edades más tempranas. (O)