Cuando se busca el libro Él, el cuarto de la guayaquileña Sol Damerval Cucalón, en Amazon, se lee una leyenda como tratando de explicar en breves palabras el vínculo especial que desarrolló con un caballo, un animal que cayó en sus manos para salvarlo y, a su vez, ayudarla a ella también de muchas heridas, de momentos aciagos. “Él llegó a mi vida de manera inesperada, en un momento en el que me sentía agobiada por el trabajo y muchos cambios por los que estaba pasando. Jamás pensé a dónde me llevaría esta relación y cuán especial se volvería nuestro camino hasta llegar a un vínculo sanador, muy profundo entre él y yo”.

El libro contiene códigos QR que conectan con fotos y videos que ilustran la historia de Sol, que se ha convertido en best seller en la plataforma. “Él es un caballo de paso peruano, lo bauticé como Alarik (noble guerrero). Siempre he tenido este tipo de animales, pero a Alarik me lo regalaron hace tres años y medio. Este caballo viene de uno de los mejores criaderos de paso peruano de Guayaquil, pasó de mano en mano, nació con el espíritu muy en alto, pero lo castraron para ver si se tranquilizaba. En la contraportada del libro hay una foto en la que se ven sus ancas llenas de marcas, cortes y quemaduras. Al día siguiente de recibirlo, lo fui a ver muy temprano en la mañana para darle el desayuno, pero lo que hace el animal es darme la nalga en pose de defensa para patearme. Yo no entendía. He tenido amigos que me han enviado otros caballos para que yo los “arregle” (así me dicen cuando los traen) porque con ellos los animales no hacen las cosas que se les pide”

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Portada del nuevo libro de Sol Damerval. Foto: cortesía.

Para Sol fue todo un desafío porque nunca había tenido un caso así. “Me tomó mucho tiempo. Tenía que sacarlo a caminar a la playa porque se puede morir de cólico, tú no puedes tener un animal estacionado en un cuadrado de cuatro por cuatro. Yo estaba preocupada y lo empecé a sacar a regañadientes. Claro que tenía miedo, era de los que mordía, se tiraba al piso. Fui descubriendo que el animal tenía miedo hacia el ser humano. Recuerdo que cuando me ponía a leer cerca de él, el sonido que producen las páginas al pasarlas lo exaltaba, cualquier movimiento o sonido como el de los árboles lo alteraba. Saltaba y se ponía a la defensa para patear y morder”.

Quien ve la portada del libro piensa que se trata del romance entre un hombre y una mujer, dice entre risas Sol, pero no es así. Es un relato que cuenta experiencias reales entre esta mujer que creó la Fundación Hipoterapia para los Ángeles Especiales, dedicada a la habilitación y rehabilitación de personas con necesidades especiales a través de los caballos (equinoterapia), en Las Tunas (baja Manabí).

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Sol Damerval en Las Tunas (Manabí).

“A Alarik le tomó tiempo verme todas las mañanas, mediodías y tardes mientras yo leía, a veces en voz alta, cuando le ponía música, cuando comía, de llevarle plásticos que provoquen sonidos que lo exaltaba para ir viendo su comportamiento. Tuve que repensar y crear alternativas para que el caballo vaya tomando confianza, como llevarle zanahorias, me las ponía en el hombro, en la cabeza y él, en algún momento, empezó a verme de soslayo, de reojo, como analizándome. Así empezó a acercarse y a olerme. No lo miraba, yo seguía leyendo, hablando sola, cantando en voz alta para que él notara que yo era totalmente inofensiva”, cuenta.

Esto sucedió poco antes de iniciar la pandemia hasta la actualidad. Este animal con el paso de los días empezó a acercarse en quien se convertiría en su amiga. “El primer reto fue que cogiera de mi hombro la zanahoria, luego de mi boca, sin saber si me iba a morder o no. También experimenté con manzanas, bananos y me di cuenta que él también experimentaba. Entonces se formó un círculo de confianza entre ambos, cuando al inicio él no se dejaba tocar por nadie”.

Cuando pasó el primer año del encierro por el COVID-19, Sol construyó un picadero (lugar donde se adiestran caballos y las personas aprenden a montar) para el caballo. “Antes de esto, cuando le quise poner una montura por primera vez, se paró en dos patas. Estábamos en la playa y se tiró de espaldas; esto lo hacen para matar al jinete o desprenderse de la montura. Él no quería nada en su lomo”.

Trajano, nombre con el que llegó, seguía indomable, asustadizo. Sol hizo varias llamadas telefónicas a personas conocedoras de equinos y a aquellos que habían tenido al animal. Ella quería llegar al origen del porqué de ese comportamiento. “Quería tener la verdad de la historia, por qué un animal puede llegar a ese estado. Se trata de un mamífero como tú y yo con sentimientos y sensaciones en diferentes niveles”.

Ya en el picadero, Sol empezó a hacer círculos, luego le puso la montura y lo montó poco a poco. “Después del año de la pandemia, nuevamente recibí a los voluntarios extranjeros en mi hacienda e hice que ellos interactúen con él, que lo cepillen. Quería que él entienda que nadie aquí le haría daño”.

La autora sufre de episodios de parálisis en sus extremidades inferiores y cuando se encuentra en esas circunstancias les pide a los voluntarios u otras personas que la carguen hacia algún lugar. En cierta ocasión quería ir donde estaba Alarik. “Pongo el mat de yoga (colchoneta) y les pedí que me dejen allí. Él empezó a darse la vuelta, pero inmediatamente se acercó y me hizo un registro, como un escáner de mi cuerpo y, con las orejas hacia abajo, botó su aliento como eliminando una energía o presión negativa que yo tenía. Así localizó en mí los lugares exactos de dolor e inflamación de mi columna, mis caderas, mis piernas, muchas veces en mi cervical, mi espalda. Y cuando él quería que me diera la vuelta hacía tapeos (golpes en el piso) con sus patas delanteras, y continuó con toda mi columna. Cuando expulsaba con su aliento esa energía negativa, venían los masajes vigorosos con su labio superior en los lugares donde más se concentraba mi dolencia. Los voluntarios empezaron a filmar porque no creían lo que estaban viendo”.

Alarik y Sol, durante su entrenamiento. Foto: cortesía

Al día siguiente, Sol se sentía mejor y podía caminar, hacer sus tareas cotidianas. “Comencé a presentar a los voluntarios con Alarik, para que se dejara sobar, cepillar. Así viene este proceso de integración con otras personas porque si algo me llegara a pasar, otras personas podrán tener la capacidad de trabajar con él, de sacarlo, de alimentarlo. Fue cuando él empezó a invitar a uno que otro voluntario a través de tapeos. Cuando sucede esto yo les digo, ‘hey, Alarik te está invitando a interactuar’.

Un caso particular sucedió con una chica estadounidense. Alarik la sometió a este proceso de sanación con sorprendentes revelaciones. “Trabajó con ella durante tres días. Me di cuenta que el caballo se centró en la parte de vientre. Le pregunté a ella qué le pasó en esa parte. Contestó que, estando en su país, había sido drogada, violada por múltiples personas. Me dijo que cuando se despertó, luego de ese evento, estaba en un hospital, su mamá estaba a su lado. A la chica, los médicos tuvieron que vaciarla (le sacaron la matriz). No había forma de saber ese episodio, pero Alarik percibió eso. Y así otros ejemplos”.

Ximena, hija de la escritora e historiadora Jenny Estrada, es otro caso. Sol cuenta que se conocen desde niñas. Un día ella la visitó y Alarik tuvo una reacción increíble. “Yo era fan número de ella porque cantaba y tocaba la guitarra maravillosamente. Vino a mi hacienda, no la veía hace 40 años, y caminamos hacia el corral donde estaban Alondra (una yegua) y Alarik. Pasó algo raro en él: corrió y frenó a raya frente a Ximena. Yo le dije ‘no lo puedo creer’. Le comenté ‘él quiere trabajar contigo, él quiere regalarte algo de él, está haciendo tapeos’. Bajé el mat y él hizo lo mismo (hay videos). Empezó a escanear a Ximena y a botar esa energía tomada en el cuello y cabeza de Ximena, lugares donde el caballo estaba enfocado. Al terminar fuimos a almorzar y le pregunté a su madre y hermano que le había pasado a ella. Mientras Ximena no estaba, me confesaron que tuvo COVID, acababa de salir tres meses en coma en Chile, tenía destrozadas las cuerdas vocales y tuvo una infección en el cerebro. Ella estuvo gravísima. Cuando Ximena regresó, le pregunté cómo se sentía y ella empezó a hablar. La madre y hermano se quedaron boquiabiertos porque ella no hablaba. Me dijo ‘me siento aliviada’. Su testimonio es parte del libro”.

Damerval dice que estas experiencias, a pesar de las marcas que tiene un animal -tal como le suceden a los humanos porque no solo tenemos marcas físicas, sino también en el alma- “muestran que tenemos la capacidad de sanar y ser sanados, pero siempre y cuando lleguen a las personas y al lugar correctos”.

Sol cuenta que cuando lo llamaba Trajano, el animal ponía sus orejas hacia atrás, se ponía nervioso. “Entendí que tenía asociaciones de sonidos porque al decirle Trajano, se viraba para querer patear”. Ese nombre lo ponía tenso.

Ambos se encontraron

“Él llegó a mi vida de manera inesperada, en un momento en el que me sentía agobiada por el trabajo y muchos cambios", dice Sol. Foto: cortesía

El día que Alarik llegó a la vida de Sol Damerval fue como un vínculo sanador para ambos. “Fueron tiempos de muchos cambios en mi vida, con un norte incierto. Había fallecido mi esposo, vino el terremoto de 2016, la zona murió a nivel turístico, tuve que cerrar el hotel -lo puse a la venta-. Estaba sola, no tenía ingresos. Tenía a Alondra, pero ya no la podía montar (tiene 30 años), ya no podía hacer cabalgatas. Mi amigos me preguntaban cuándo las retomaría, yo les decía que ya no, que ahora cabalgaba paso a paso por la vida en un tiempo sin tiempo que es el mío. Anteriormente ya me había dedicado a otras personas, ahora es mi tiempo y debía hacerlo para mí. Eran días en que estaba tan triste cuando recibí la llamada de que me tenían un regalo, dije ¡guau! Nunca me llaman para decirme ‘tengo un regalo para ti’. Me emocioné, hasta pensé en chocolates... Era este caballo. Volví a tener esas ilusiones que las había perdido cuando fallecieron personas importantes en mi vida, como a mi verdadero padre, a mi exesposo que fue mi gran amigo, a mi esposo, luego Bernard (Fougeres)…todos se fueron en menos de tres años. Mi mami había fallecido hace más tiempo, ya no estaba, solo me quedaban mis hijas, pero estaban totalmente distantes, una vive en Guayaquil y la otra en Olón, pero ellas están en lo suyo. Me sentía sola. Los hijos crecen, se casan y se van para hacer sus vidas y los padres se quedan solos. Estaba como apagada, tratando de entender lo que pasaba en nuestro país, en el mundo, por el COVID. Así, el caballo apareció cuando había decidido vender todo, quería aligerar mi equipaje, empecé a vender, a ceder, a regalar mis cosas. Hasta ahora he decidido vivir estrictamente con lo que necesito”.

Alarik llegó en esa transición de Sol. “Él me enseñó algo que yo ya sabía, pero su presencia hizo que se profundizara más, que son la simplicidad y la sencillez en la vida. ¿Qué necesita un ser humano? El mejor regalo son una sonrisa y un abrazo, no necesitas palabras. Por ejemplo, si tienes un plato de comida y si lo compartes, eso te hará más rico interiormente. Es lo que profundicé. Descubrí que con Alarik nos ayudamos mutuamente. Fue un caballo que estuvo a punto de ser sacrificado, pero comprendí que los seres vivos merecemos nuevas oportunidades. Es lo que trato de transmitir en el libro”, finaliza Sol.