Yuliana Ortiz Ruano se dio a conocer como poeta, con Canciones desde el fin del mundo (2021) y Cuaderno del imposible retorno a Pangea (2021), y en ese mismo año, con Fiebre de carnaval (Recodo Press), ganadora del premio IESS para la primera novela de latinoamericanos menores de 35 años, en Italia, y del Joaquín Gallegos Lara, del Municipio de Quito.

Para esta última pasó tiempo buscando la voz de su protagonista, una voz infantil, pues la narradora es Ahinoa, una niña que vive en la localidad de Limones, en la provincia de Esmeraldas.

Pasar de la poesía a la narrativa fue natural. “Todos mis poemarios tienen una pulsión narrativa, se van narrando en prosa poética o en verso, tienen un hilo que los va llevando o una red donde confluyen. Y asimismo, la novela está llena de poesía. Creo que toda búsqueda del lenguaje es la búsqueda de lo poético, aunque se narre”, dice la autora nacida hace 31 años justamente en Limones.

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Llegó a Guayaquil a los 17. Va y viene, pero esta es su base. “Lo he escogido. A pesar de que es complejo y violento, tiene aspectos que me gustan: la universidad, mis amigas, esta biblioteca (U. de las Artes, donde es docente técnica de investigación), el clima, la comida”. Se siente a gusto en esta ciudad con una considerable población afrodescendiente.

En la última década, opina, a Guayaquil se la ha narrado desde la violencia. “Y es importante hacerle frente. Las escritoras le están haciendo frente a esa realidad que a veces se intenta ocultar. Es interesante ver cómo la literatura trabaja con lo real, y puede llegar a mostrar lo que no se quiere ver. La escritura de las mujeres de Guayaquil da cuenta de esa violencia”.

Entre ellas surgen los nombres de Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero, Daniela Alcívar. “Su literatura va hablando en diferentes planos y niveles, desde la diversidad generacional y la diversidad de cuerpos. Van contando el miedo que puede sentir el cuerpo femenino en una ciudad como Guayaquil”.

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‘Fiebre de carnaval’, una original apuesta, reseña la columnista Clara Medina

En su caso, el interés de Yuliana está en el lenguaje (como se aprecia en su poesía y su narrativa), desde la filosofía del barbadense Edward Kamau Brathwaite. “Él nos da cuenta de que el lenguaje nunca es inocente, y que hay la necesidad de repensar la lengua colonial que hablamos” y la forma en que los pueblos han hecho emerger las lenguas que no les fue permitido hablar.

Eso se da a notar en ciertos términos que persisten (como ñaña), y en los diferentes acentos regionales, en la entonación, en la acentuación de ciertas letras. Y se siente en su novela. “Me interesaba, en Fiebre de carnaval, pensar la forma en la que el lenguaje puede desencadenar omisiones históricas, pero también resistencia; cómo emerge esa otra lengua que fue soterrada”.

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Primero estaba la música: Yuliana Ortiz, poeta, novelista y DJ

En la música, sobre todo, está el desentierro de esa otra lengua de la que habla Yuliana. Pero también en la expresión corporal, el lenguaje no verbal, donde surge lo que no se puede poner en palabras. “Me interesa también lo que no se puede decir. El cuerpo siempre se está expresando, diciendo de nuestra historia, la forma en la que nos criaron, y es importante hacer un análisis simbólico de lo que hacemos con el cuerpo todos los días”.

Licenciada en Literatura, Yuliana ha recibido un premio nacional y otro internacional por 'Fiebre de carnaval'. Foto: Zaky Monroe

Lo que ella hace, en su escritura, es tantear la posibilidad de transcribir esos otros lenguajes que parecen ajenos. Aunque esto no siempre es posible, el intento es importante. “La escritura no es siempre una cosa acabada, es también es el ensayo de un lenguaje que no llega a consumarse como tal”, y los escritores pueden pasar mucho tiempo en ese experimento.

Yuliana despertó al lenguaje a partir de la música, de las letras de las canciones, para las que tiene buen oído. “Siempre he tenido un montón de gente cantando a mi alrededor”, dice. Antes de aprender a leer (algo que sucedió a los tres años, gracias a su abuela, madre y tías, docentes) estaba la música, los cantos del abuelo con la guitarra. “Fue una de las primeras escuelas”.

Con los libros, en cambio, descubrió el efecto que causaba el simple hecho de tener uno en la mano, solo porque el título fuera algo como El diablo en la botella, de Robert Louis Stevenson. “Yo tenía 10 años y la gente preguntaba por qué la niña estaba leyendo eso que dice ‘diablo’”.

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En cambio, en la adolescencia, el relato consiguió cautivarla a través de la poeta y narradora uruguaya Marosa di Giorgio. “Ella tiene una mirada microscópica y microcósmica del mundo animal y de las plantas y eso me cautivó, me hizo repensar el espacio que habito”.

La obra de Brathwaite, José Lezama Lima, Argentina Chiriboga, Candelario Obeso, Yolanda Arroyo Pizarro, Mayra Santos-Febres, están entre los autores que fueron configurando lo que ella llama “la intuición de una lengua desobediente”.

Esa última palabra ayuda a entender la escritura de Yuliana, en la que la forma de hablar y de comportarse desobedece al imperativo de que los rasgos nativos desaparezcan. “En nuestra forma de hablar, hasta hoy, hay una pugna entre las palabras sueltas y una ansiedad por el ‘bien hacer’ del lenguaje”.

Portada de 'Fiebre de Carnaval', primera novela de Yuliana Ortiz.

Cuando empezó a hacer poesía, recuerda Yuliana, sentía también esa ansiedad o prudencia de traducirse a sí misma para que los lectores la entendieran. Eso ya no existe. “Entendí que no solamente leemos literatura para entender. Leemos porque hay otros sentimientos, otras pulsiones”.

Así que, en vez de apegarse a la corrección, se propuso hacer el ejercicio en slang, algo que reconoce que es arriesgado, y que podía salir ‘terrible’. Y el resultado fue que Fiebre de carnaval ha recibido comentarios mixtos. ¿Qué piensa del rechazo? “Está bien, eso habla de lo que negamos. La Academia juega un papel importante en ese rechazo que tenemos de nosotros mismos, de nuestra cultura y de la de los otros”.

Son palabras vivísimas, asegura, sobre todo en el género musical que se escucha en los barrios de Esmeraldas (o de isla Trinitaria o cualquier otro sitio donde haya comunidad negra), el dance hall. Menciona viringo (desnudo), catanga (instrumento para pescar), el ‘qué es que’, ‘qué es de’, para preguntar enfáticamente por algo o por alguien.

Entre esas rebeldías hay otro espacio que Yuliana está explorando, mientras trabaja en un proyecto de cocina y patrimonio afroecuatoriano. Explica que hay platos que se repiten donde quiera que haya afrodescendientes, como el bolón, que en República Dominicana se llama mangú y el Puerto Rico se llama mofongo. “La comida no miente. (...) Estas prácticas, con otros nombres, han sobrevivido en la cocina”.

Sabe que a muchos les parecerá ‘un delirio’ discutir de esto en el siglo XXI. “Pero es importante, porque nunca hemos tenido espacio para hablar…” y por eso no hay que dejar de hacerlo.

Mientras pueda, considera, aprovechará el espacio y la visibilidad que ha ganado para hablar de estos temas, aunque no siente que ella representa todo lo que la cultura afro es. En cambio, resalta, hay gente trabajando por esta causa en Esmeraldas y en Guayaquil, donde resalta la biblioteca comunitaria de la fundación afroecuatoriana Karibu.

La contribución de Yuliana, además de las letras, pasa también por lo musical. “Hago de DJ, sobre todo porque hay mucha música de la diáspora afrodescendiente del Caribe, de Brasil, de Puerto Rico, de Panamá, que no se escucha por ningún lado en Guayaquil. Lo hago en eventos culturales de amigas y amigos, porque Guayaquil, a pesar de ser compleja, tiene una red de gestión cultural muy linda, he conocido puntos de la ciudad que son estigmatizados en la TV, pero que tienen músicos y raperos haciendo una labor que no hace nadie más, enseñando a los chicos a pintar, a rapear, a escribir”.

Licenciada en Literatura con mención en Escritura, está dedicada a una próxima novela “de la que no voy a hablar, porque está en proceso”. Ganó en 2023 una residencia de escritura en Granada a través del programa Unesco Literatura. “Estoy en una escritura nueva. Se siente bien, pero hay vértigo, porque es bastante incierto. Yo quería sacrificar algo (la certeza) para seguir escribiendo”. (E)