Fuimos por primera vez a Cardó, en Quito, el cual nos había sido muy recomendado. Ubicado en las calles Coruña y Whimper, este restaurante abrió sus puertas cuando el mundo se estaba cerrando, a pocos días del inicio de la primera cuarentena producto de la pandemia. Es un gran mérito que hoy no solo sobrevivan, sino que tengan un muy buen nivel de cocina y servicio.

La decoración, madera, hierro, piedra y concreto, da un ambiente moderno pero cálido, contribuyendo a ello los distintos niveles en que se hallan la cava, el bar, y varias de las salas del restaurante. En Cardó todos los detalles estéticos han sido cuidados para brindar una buena experiencia.

Ciao Bella, pienso ir repetidamente

La cava, bajando unas cuantas gradas del nivel principal, debe tener más de 500 referencias. Una gran variedad de vinos de España, Italia, Portugal, Francia, así como del Cono Sur, conforman un espacio en la primera planta del restaurante, en el que se puede también comer, obviamente mientras se ordene vino. Los precios de la carta de vinos son aceptables. No se encuentran márgenes de locura del 150 % y más, comunes en muchos restaurantes con poca visión.

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La barra es uno de los sitios más importantes. Su barman es Ignacio Maggio, argentino ganador de varios concursos internacionales, quien hace lo más difícil, no solo atender, sino preparar y dirigir a barmans ecuatorianos que siguen sus recetas de autor, de maravilla. En esta barra, luego de probar un excelente coctel con jarabe de jengibre, comimos nuestros primeros piqueos, unos taquitos fantásticos, de confit de pato con salsa bearnesa, a la que quizá le faltaba ligarse un poco más; y, croquetas de rabo de toro y queso manchego en su jugo. Este es un plato de sabores profundos, largo en el paladar.

Foto: Cortesía

Ordenamos el tartar de cordero con queso de cabra, yema escalfada, ralladura de cítricos, teja de yuca y neapía (ají negro amazónico), que casi era imperceptible, con brotes de cilantro. Un plato clásico que ha sido ligeramente modificado, cambiando la fuente de proteína y añadiendo ingredientes locales. Vale la pena pedirlo.

Lo mejor de la noche, la pesca fresca confitada en mantequilla anisada y ajo negro, acompañado de risotto blanco y espuma de parmesano con sal prieta. Un plato bien concebido, realizado con técnica, balanceado y lleno de contrastes y texturas.

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Finalmente, un mousse de aguacate y atún rojo sobre macarrón de tinta de calamar. Lo desequilibra a uno al primer mordisco. Poco a poco se van reconociendo los distintos sabores, y entendiendo el plato. Interesante.

Cardó es un restaurante de costo alto, aunque no exagerado para la calidad de su menú e infraestructura. Es una buena experiencia. (O)