Quienes dedicamos una parte importante de nuestra vida a la investigación histórica podemos disfrutar del placer intelectual del descubrimiento de las raíces ocultas de nuestro pasado y su entrega para la afirmación del presente y del futuro.

El historiador Julio Estrada Ycaza expresó una verdad irrefutable: “Por mucho que lleguemos a saber lo que hoy somos, jamás podremos predecir lo que seremos, si no conocemos lo que hemos sido. Que no hay extrapolación válida sin un firme asidero en el pasado, en hechos irrefutables, sin un derrotero dado por el actuar colectivo observado que autoriza el fijar la ruta del porvenir. Y es la historia real, no la ficticia, la que nos da el punto de partida y la pauta”.

En materia deportiva aún no se conoce a plenitud lo que hemos sido. Las investigaciones serias son muy pocas y se ha aceptado más de una invención de fabuladores, autores de versiones más propias de un realismo mágico literariamente muy pobre, que constituyen verdaderos cachetazos a la realidad histórica.

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Los que hemos hurgado pacientemente viejos diarios y revistas –“el periodismo es el primer borrador de la historia”, dijo Phil Graham, exdirector del Washintong Post– y hemos recogido testimonios de protagonistas de nuestro pasado deportivo, no encontramos el soporte financiero para llevar a la luz nuestros trabajos.

No existe una política oficial de los organismos deportivos para el fomento editorial. Solo las publicaciones laudatorias hallan al auspicio debido, a cambio de elogios para algún dirigente de moda.

Ya he contado alguna vez que un hecho inolvidable originó mi pasión por la historia deportiva: los 25 años de la Hazaña de Lima. Mientras el querido y recordado Chicken Palacios realizaba el homenaje a los autores de la maravillosa gesta y descubría los secretos de esa victoria inolvidable; mientras el Grillo Gilbert, Abelito, el Pechón Planas, la Lancha Alcívar y Dino Tomassi narraban pasajes desconocidos, yo sentí un llamado de la sangre: debía escribir la historia de la Hazaña.

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La investigación de lo ocurrido en Lima en 1938 me abrió un ancho campo cada vez más excitante. Encontré muchos hechos trascendentales e ignorados y poco después me hallaba sumergido en la búsqueda de nuestras raíces deportivas.

De eso hace ya 56 años, 300 cuadernos, 2.000 hojas dispersas que contienen las más variadas historias y más de mil fotografías recuperadas de viejas páginas, rehabilitadas con mi propio equipo y mi discutida habilidad de fotógrafo.

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Cuando en 1989 mi amigo-hermano Otón Chávez Pazmiño me encontró en una esquina porteña y me propuso hacer una columna para la sección deportiva de EL UNIVERSO, de la cual era su editor, no dudé un instante en aceptar. Me demoré un tanto en iniciarla, pero la decisión estaba tomada ya. Anécdotas del Domingo nació en 1990 como una colección de hechos curiosos del deporte nacional e internacional. Y así empezó hasta que un día los personajes fueron Alfredo Bonnard, Veinte mil Solórzano, Alberto Spencer, Enrique Raymondi, Carmelo Galarza, Cucho Gómez y otros cracks de antaño.

La reacción de los lectores fue estupenda: cartas, llamadas, paradas en cada esquina. El público lector quería más historias. Y vino enseguida una columna dedicada a los locos Balseca, Padrón y Cibeyra y un poco de orates más que alegraron las tardes futboleras de antaño. Allí dejó de ser anecdótica para transformarse en una sección histórica, pero ya era muy tarde para cambiarle de nombre. Por eso siguió llamándose Anécdotas del Domingo.

Mi columna dominical no tuvo espacio para el invento o las suposiciones. Fue historia fidedigna de lo ocurrido en nuestras canchas de fútbol, nuestros cuadriláteros, nuestros diamantes, nuestras piscinas. Julio Estrada dejó escrito que “un historiador que precisa sus fuentes no teme al juicio crítico. Es un autor que escribe con seriedad; que escribe para hoy y para siempre. Porque la historia no es una ficción, no es una novela sino investigación, búsqueda. En la literatura es el estilo, el tratamiento ingenioso lo único que perdura. En la historia la forma es secundaria, el contenido es lo principal”. Este criterio lo respeto y lo acepto.

Como ha ocurrido en mis casi 55 años de periodismo, EL UNIVERSO me abrió sus páginas y fue dándome cada vez más espacio gracias al apoyo total de Otón. Cuando él se fue, quienes lo sucedieron estimaron siempre que la columna tenía un estimable valor histórico y la mantuvieron. Fue una saludable costumbre de los domingos, tanto dentro del país como en el extranjero, especialmente entre quienes frecuentaban en las tardes de verano las canchas de Flushing Meadow Park, en Nueva York, entre ellos Galo Solís (+), Manuel Floril, Polo Ruiz, Eduardo Barros, Marcos Ríos, Pancho Triguero (+), Arturo Gago, Alberto Rodríguez y Marcos Espinoza a la cabeza.

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La columna tuvo muchos suscitadores. Otón Chávez en primer lugar por la cercanía en el afecto y la identidad de principios en la vida y en el deporte. Mi otro colega y hermano Arístides Castro Rodríguez porque un día, sin él saberlo, me abrió el camino con el ejemplo de su periodismo ajeno a materialidades y lleno de humanismo.

Alguna vez que la pereza me tentó, desde su programa radial El domingo mando yo me empujó a continuar; los viejos deportistas que siempre me agradecieron el haberlos vuelto a la luz, para usar una expresión emotiva del gran Marino Alcívar, sin saber que el agradecido era yo, pues si ellos no hubieran sido actores de capítulos tan maravillosos, no sé de qué temas iba a escribir. Y también los numerosos lectores que me escribían o me detenían en la calle para comentar la última columna o sugerirme temas.

Mi columna nació el 28 de enero de 1990 y terminó en 1998. En mi desordenado archivo siempre hubo material para lo que me resta de vida y para algunas reencarnaciones. Para desencanto de algunos amigos que en nombre del pragmatismo y la rentabilidad me aconsejaron que me preocupe más del presente y eche al cesto la historia que hace la felicidad de tanta gente, yo decidí seguir intentando llenar el alma popular de recuerdos gratos, sin abandonar el periodismo crítico. Así nació en 2013 Reloj de Arena, la hermana menor de las Anécdotas del Domingo.

Tomo de El Gráfico una vieja cita: “Algunas veces recordar es mirar hacia atrás; otras, volver a vivir. El deporte nos propone cada día ese incomparable placer de evocar con cariño. Se produce entonces una mezcla de sensaciones armoniosamente amalgamadas: admiración, respeto, emoción, angustia, vibración, sentimiento. Cada una de estas partes, algunas de ellas, ingresaron alguna vez en el alma del periodista frente a un hecho o algún protagonista. Y tras cobrar la vida eterna de la palabra escrita, volverá a nacer después que una chispa nostálgica las roce. Nuestra redacción frota permanentemente esa chispa que renace con notas como esta. Son del ayer inmediato, aunque serán siempre del hoy porque sus protagonistas no tienen tiempo. Son de siempre”.

Hago mías todas estas palabras de la legendaria revista argentina. Es más, quisiera haberlas escrito yo.

Hoy quise tener el placer de embarcar en este viaje por la historia a dos amigos a los que quiero y les debo mucho: el Pelado Otón y el Loco Arístides que se fue hace años sin que pudiera despedirme de él. (O)